#DiscoExpectador

#DiscoExpectador: Boards of Canada – Geogaddi (2002)

Para comienzos del nuevo milenio la música electrónica y en especial el IDM se hallaban lejos de lo que significaría en la década de los noventa, más no ajeno a la realidad musical imperante siempre dispuesto a entregar una nueva obra que pueda sacudir los sentidos. Un año atrás Aphex Twin ponía a disposición dos monolitos monumentales con Druqks (2001) que servía casi como resumen de su prodigio, y unos meses más tarde Boards of Canada sellaría para siempre la época dorada del intelligent dance music con aquel gemelo malvado del clásico Music Has the Right to Children (1998) llamado Geogaddi, pieza reveladora capaz de exorcizar los rincones más oscuros y recónditos de ese inconsciente musical hecho álbum.

El uso de samples y en general de todas las herramientas puestas en marcha por el dúo tomarían nuevamente un rol relevante a la hora de componer lo que sería Geogaddi, sin embargo la estética y complejidad con la cual seria moldeado este segundo larga duración determinaría ese carácter único, fulminante, absorbente, alucinante, siniestro y psicodélico imperante en cada uno de los track. Pues este extenso registro repleto de capas y atmósferas, dialogaría por aquellos túneles que conectan la memoria con su simbólica presencia, a través de arquetipos dispuestos con suma densidad, gravedad y magnetismo en un viaje fascinante por el lado oculto de la mitología electrónica.

Boards of Canada compondría al rededor de 100 cortes de los cuales 23 formarían ese trance maqueteado con todo tipo de secuenciadores que rescatarían lo onírico, críptico y matemático, intrigando en su dramatismo místico y reflectante de una calidez que a ratos arde en su constante tempo ralentizado y difuso. En medio de este mar de confusiones Marcus Eoin y Michael Sandison rememoran la acidez pasada por influencias oníricas y flotantes del folk, trip-hop o el ambient, radicalizando su visión en pos de concebir un culto de rituales primigenios. Ese efecto vhs o de cassete con la cinta gastada llega a mostrar el miedo como una manifestación de belleza, exaltando a cada momento los rasgos más distintivos de la banda entre experimentación, catarsis y pulsación.

Cada canción va siendo un desencadenante de la siguiente abarcando un movimiento constante pasado por todo tipo de paisajes abstractos, encontrando momentos notables en «Sunshine Recorder«, «The Devil Is in the Details«, «The Beach at Redpoint» o la más radial -si este adjetivo les cabe- «1969«, pero incluso en sus pasajes más extensos -«Alpha and Omega«- o en los capítulos cortos -«A Is to B as B Is to C» el nivel sigue alto.

Es en definitiva toda una experiencia ocultista, psicológica, física y matemática plagada de enigmas y fantasmas, de los cuales la misma banda renegaría y tacharía más adelante como «música oscura». No resulta fácil entrar de lleno a sus aguas inexploradas, de atardeceres rojizos y horizontes llameantes, quizás sus otras obras representen un camino «accesible» para conocerles, pero una vez superado el umbral ya dentro de esta locura todo se hace bastante adictivo.

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