Escrito por Hernán Carrasco
El Knotfest está a punto de aterrizar en nuestro país este sábado 2 de noviembre en el Parque del Estadio Nacional –entradas por PuntoTicket–. El festival, encabezado por Slipknot, contará con la participación de pesos pesados como Disturbed, Amon Amarth, Mudvayne, Babymetal, Poppy y Orbit Culture. Para quienes crecimos escuchando el eco de los gritos de Corey Taylor y la furia de Joey Jordison, este festival es mucho más que un evento: es la consagración de una banda que definió a una generación. En este marco, vamos a recordar cómo Slipknot sacudió los cimientos del nu metal en los 90: a 25 años del debut explosivo ‘Slipknot’ (1999).
El Nu a fines de los noventa
Slipknot podría considerarse como una banda que llegó tarde a la movida del nu metal a finales de los noventa, un sonido ya establecido en Estados Unidos, donde bandas pioneras como Korn y Nothingface fueron la piedra angular de una versión más tosca y visceral del metal alternativo, influenciada por el groove metal, el funk metal y el rap metal noventero. La escena explotó con un sinfín de bandas a fines de los noventa y principios de los 2000, proliferando hasta llegar al mainstream gracias a la exposición de MTV y la evolución hacia un sonido más accesible para las masas. No era raro escuchar singles de nu metal en las emisoras de radio.
En este contexto, en el limbo del cambio de milenio, aparece ‘Slipknot’ (1999) el álbum debut de la banda de Iowa. Aunque su llegada al género pudo parecer tardía, el disco trajo consigo elementos que redefinirían el sonido del nu metal. La producción de Ross Robinson capturó una agresividad visceral que pocas bandas habían logrado. Las guitarras distorsionadas y el bajo se fusionan en una pesadez abrumadora en temas como «Eyeless», «Wait and Bleed», «Spit it Out» y «Diluted», donde los riffs y las voces guturales evocan una relectura más cercana al death metal, como se nota en el final de la canción «Scissors». Todo esto se intensifica con baterías rapidísimas del legendario Joey Jordison, percusiones adicionales a cargo de Shawn “Clown” Crahan y Chris Fehn y el uso de samplers y efectos electrónicos de Sid Wilson , que crean una atmósfera maníaca, casi claustrofóbica, sin dejar espacio para respiro.
Una transición al mundo del dolor
La visión de Slipknot logró conectar profundamente con la juventud alienada de los últimos años de la década, actuando como un espejo distorsionado de los dolores internos que muchos jóvenes no podían verbalizar. Lo que parecía como una vía de escape para la irreverencia adolescente y un espacio seguro para quienes experimentaban quizás un sufrimiento emocional profundo. Y es que el saturado entorno musical donde la tendencia hedonista del mainstream dominaba, Slipknot parecía ser un canal para liberar la rabia acumulada, la desesperación y la soledad.
Las imágenes retorcidas y oscuras no eran solo una estética, sino una representación física de lo que era ese dolor emocional, algo que los seguidores entendían visceralmente. Las líricas tocaban temas de autodesprecio, desconexión con el mundo y una lucha constante con la cordura. Es increíble como Corey Taylor aportó a las letras una carga psicológica tan densa que el oyente no solo sentía la rabia, sino el peso del trauma. El tema de la autolesión y la locura no eran meras provocaciones, sino una traducción cruda del zeitgeist cultural de los noventa; una transición al mundo del dolor, un tema tabú en ese entonces. Si bien bandas como Korn lograron desarrollar este compendio, Slipknot transmitía esa violencia emocional tangible, diferenciándose de las metáforas morbosas y fantásticas del death o el thrash metal. En este caso era ofrecer una catarsis, como si cada canción fuera una cicatriz abierta que la banda compartía con su audiencia.
Una estética particular
No es menor que la estética de Slipknot fue clave para crear una mística única que atrajo a un público devoto. Las máscaras y el anonimato de sus miembros no solo añadían un aire ritualístico a sus presentaciones en vivo, sino que también fomentaron un misterio que alimentaba la curiosidad del público. En festivales, se especulaba constantemente sobre quiénes eran los integrantes, y no faltaron los rumores más extraños sobre sus identidades, desde teorías sobre famosos ocultos en las filas de la banda hasta historias de dobles o reemplazos entre conciertos. Esa teatralidad, alineada con el mal llamado shock rock, iba más allá de lo musical, convirtiéndose en una parte integral de su propuesta artística, quizás un espejo del caos mental que querían lograr.
Sin lugar a duda, el impacto de Slipknot en la cultura pop es sumamente palpable. El debut explosivo que dejó el homónimo los convirtió en un fenómeno mediático instantáneo. Claramente la performance y el misticismo los llevó a un éxito comercial seguro, que quizás fue visto con escepticismo por la prensa más crítica de la época; o no los entendieron o no los tomaban en serio en su propuesta. Hoy en día, la reivindicación crítica del primer larga duración de los de Iowa es notable, consolidando a Slipknot como uno de los pilares fundamentales del nu metal dosmilero. El sábado 2 de noviembre, el Knotfest será la prueba viviente de que, más de dos décadas después, el legado de Slipknot sigue tan fuerte como siempre.