Reseña por Teresa Leiva
La cámara de José Ilabarca, director y protagonista del documental, nos lleva durante 8 años por las calles de Buenos Aires, Kiev, Berlín y Santiago. En particular, muestra sus embajadas y reflexiona en cuanto a la distancia, el territorio, los conflictos sociales y la historia.
José se presenta como un chileno estudiante de cine en Buenos Aires que comienza a escribirse con Marina, una traductora kievita. Esto con el motivo de conversar acerca de su mutuo interés por los escritos de una poeta ucraniana. José se hace consciente de los conflictos en Kiev y nace en él la sensación de ser un espectador distante ante los sucesos que los cineastas deberían, en su criterio, retratar. Una distancia con la historia.
Tras un par de años intercambiando correos con la traductora, decide viajar a documentar el conflicto y, de paso, conocer a su amiga. En Kiev, sin embargo, se encuentra a la deriva. Marina lo deja plantado y la revolución se corre a la frontera con Rusia. Desorientado, prueba suerte en Berlín y decide quedarse en la ciudad. En el 2019 comienzan las protestas en Chile y nuevamente se ve obligado a observar la historia desde su celular.
Durante los ocho años de documentación, José muestra un particular interés por las embajadas. Reflexiona acerca del territorio, de la pertenencia nacional de los árboles que se reflejan en sus ventanas y de los conflictos que, bajo cierta lógica, también ocurre en ellas. La primera vez que graba una embajada es la de Ucrania en Argentina y va con la excusa de “grabar territorio en guerra”. Justamente mientras graba, el edificio de al lado se comienza a incendiar. José logra grabar el incidente antes que los noticieros y por ende, junto con pedirle las grabaciones, lo invitan a testificar al canal. Quizás, considera eso como una señal y la primera gran motivación para seguir grabando embajadas a lo largo del filme.
El documental cuenta con una narrativa hablada por el protagonista. Su voz nos guía no solo entregando sus pensamientos, estilo diario personal, sino que también relata los sucesos mientras los muestra. Esto de manera, quizás, un poco reiterativa o innecesaria. Sin embargo, el recurso de acompañar la voz con las imágenes tomadas a pulso, sin trípode, o viceversa, le otorga, a mi parecer, cercanía a la obra.
En su conjunto es un documental acerca de reflexiones y recorridos personales que se envuelven en contextos históricos y sociales. Para mí, el mensaje final es: Todos formamos parte de la historia y la entendemos desde nuestro frente.
«Diario de un hombre a la deriva» forma parte de la cartelera del SANFIC20 que se realiza del 19 al 25 de agosto.