Escrito por Felipe León
Fotos por @garygophoto
¿Cómo reseñar el concierto que dio Drake el pasado sábado 18 de marzo en Lollapalooza Chile? Hay muchas cosas que decir, sí, pero el problema de fondo resulta ser algo más complejo, tal vez relacionado a los patrones habituales que se suelen ver en la música en vivo, ya sea desde lo más accesible a lo experimental; desde la vanguardia a la tradición. Y que en esta oportunidad estuvieron lejos de ocurrir. Pero de inmediato voy a descartar que el canadiense pertenezca a ese selecto grupo de grandes artistas que rompen esquemas, enseñando el futuro de la música en directo, prescindiendo de estos “patrones”. Eso lo refleja mucho mejor el show dado por Rosalía ese mismo día, por ejemplo.
Con Drake siempre es complicado. Sus álbumes suelen ser uno de los principales motivos de debate musical, al reflejar generalmente lo mejor que sabe hacer: lanzar singles. Salvo contadas excepciones (Take Care, If You’re Reading This It’s Too Late), sus discos son un dolor de cabeza que cuesta defender. Y salvo por su fanaticada más cegada, nadie quiere luchar esa batalla. Esto sin contar lo problemática que puede ser su figura, con declaraciones cuestionables dignas del gigantesco ego con el que carga.
En ese sentido, el pobre show que el público pudo constatar en el escenario Costanera Center define lo que viene haciendo el canadiense sobre todo en los últimos años. Un artista que poco trabaja en su música, en su puesta en escena, como si su sola presencia fuese suficiente para abarcarlo todo, sin percibir mayor esfuerzo o dedicación con el proyecto en general. El resultado de esto se refleja en su mediocre desempeño en vivo, apenas cantando, apenas rapeando, o muy despacio, casi balbuceando.
Bajo esta tónica, Drake canalizó de la manera más anticlimática, una seguidilla de éxitos que recorren su carrera, presentando hitazos como “One Dance”, “Hold On, We’re Going Home”, “Energy”, “God’s Plan”, “Started From the Buttom” o “Hotline Bling”, entre muchas otras. Así generaba la locura en un público que pasaba rápidamente desde la emoción a la confusión, cuando el artista de manera poco memorable tarareaba la letra, abusando de pasarle la responsabilidad a la audiencia al momento de buscar que cantaran o que tuvieran algún tipo de respuesta eufórica. Aunque lo más molesto de todo es el poco y nada de rato que interpretaba las canciones, apenas llegando al primer estribillo, y pensemos que muchos de estos temas ya a los 20 segundos muestran el coro. O sea, haciendo las cosas a la rápida.
Afortunadamente tuvimos la suerte de contar con un Drake agradable y comunicativo, cosa que no pueden decir en el país vecino del otro lado de la cordillera, diciendo “Santiago conchetumadre”, que nos quería mucho, que va a volver, e incluso teniendo momentos que sonaron bastante bien como “HYFR (Hell Ya Fucking Right)”. Pero tampoco se puede dejar de ver el vaso medio vacío, habiendo salido al escenario con un retraso de tiempo considerable (cosa que es perjudicial para los festivales), y terminado incluso el concierto antes, estando 45 minutos de la hora y media prometida.