Jónsi y sus compañeros siempre están preocupados de entregar distintas y verdaderas experiencias en cada álbum. La infinitud de «()» o la emotividad de «Takk…», Sigur Rós nunca falla en sorprender en niveles que jamás creíamos. Si algo el mundo de la música le debe a los islandeses, es lo que provoca su música. Genera un nivel de introspección que ninguno de nosotros supimos alguna vez que necesitábamos con tanta urgencia. Música para sanar, música para llorar, música para detener el inestable tren de la vida y así poder tomarnos las cosas con algo más de calma. No es para nada sorprendente su popularidad alrededor del globo, porque pocas veces en la historia a sucedido que unos artistas hayan querido tratar amablemente a su público, de una manera tan honesta como jamás haya sido posible.
Aquí, en su quinto álbum de estudio, quisieron compartir cada sentimiento en el estado más prístino posible. Los casi ficticios paisajes de Islandia jamás estuvieron más cerca, provocando una sensación de desnudez espiritual, tan etéreo y liberador. Con un trabajo de piano más inquieto, y las bellas como prodigiosas cuerdas que elevan a un nivel casi espacial, pero aterrizado. El uso exquisito de los bronces llena hasta lo más recóndito, con un hormigueo que despierta cada sentido. ¡Eso! la tierra y la naturaleza son la maravilla más grande que existe y esto es un recordatorio genuino e inocente. Es una verdadera genialidad que nos hace pensar de la manera más cliché posible, pero que al ser conscientes de ello, agradecemos infinitamente vivir en la misma época que Sigur Rós.
Y si por alguna razón aún no escuchas este álbum, te invito a detenerte un poco y disfrutar este maravilloso álbum:
Jota