Cine

«Alien: Romulus»: De vuelta a lo esencial

Reseña por Antonia Hernández

La octava película de la franquicia es un retorno a lo básico, una entrega minimalista en contraste con las últimas direcciones de Ridley Scott —quien esta vez produce—-, distante de las divagaciones más filosóficas y existencialistas de Covenant y Prometheus, pero no menos vacía o banal. Se trata de una secuela directa de Alien de Ridley Scott, a 45 años de su estreno original en 1979, y que sigue la historia de una grupo completamente nuevo, ajenos no sólo al Xenomorfo y sus criaturas, sino que la experiencia típica de una tripulación espacial.

El corazón de Alien ha residido siempre en la armonía entre ciencia ficción y terror, y Alien: Romulus continúa esta larga tradición de equilibrar géneros. Fede Álvarez, con su dirección, orquesta los elementos más esenciales de la franquicia: el terror biológico, una atmósfera oscura y claustrofóbica, la simbología sexual, y la humanidad confrontada con la vastedad de un universo incontrolable a pesar del progreso. Las distintas piezas encajan en un ritmo certero, que acelera a medida se desata la violencia en pantalla, con una dirección de sonido increíble y una construcción de espacios que sumergen al espectador en un abismo de tensión y terror.

Xenomorph in 20th Century Studios’ ALIEN: ROMULUS. Photo courtesy of 20th Century Studios. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Un cielo sin sol y un paisaje desolado

La discusión sobre villanos y antagonistas en el universo Alien no es nueva, y es que pese a que el querido Xenomorfo toma protagonismo como adversario en todas y cada una de las entregas, una entidad más grande es también un motor significativo detrás de las tragedias: el capitalismo. El futuro lejano retratado en las películas muestra una sociedad industrial avanzada, sumamente orientada al progreso, en búsqueda tanto de la expansión y colonización espacial, como de la mejora y evolución del mismo ser humano.

A lo largo de la saga, las vidas cobradas por el Xenomorfo no distan tanto de aquellas muertes en nombre de la evolución y la tecnología, de un fin único y mayor: proteger los intereses de la Corporación Weyland-Yutani. En Alien: Romulus esto se hace evidente desde el principio: la historia nace en un planeta desolado y oscuro de producción minera llamado Jackson, que cuenta con cero horas de sol al año y en donde los gases tóxicos de las minas, sumados a las tormentas eléctricas y olas de enfermedades pandémicas, se han encargado de acabar con numerosas vidas. Sus habitantes se encuentran atrapados allí, condenados a cumplir con cierta cantidad de horas de trabajo en las minas para tener la oportunidad de dejar la colonia.

Nuestros dos protagonistas son huérfanos, al igual que los otros jóvenes de esta historia, la muerte presente como un presagio cruel y despiadado. Rain y Andy, dos hermanos, habitantes de Jackson, conforman con Andy, Tyler, Kay, Bjorn y Navarro la tripulación que seguiremos a lo largo de los 120 minutos de duración del filme. Su misión es escapar del opresivo sistema manejado por la corporación, que los mantiene trabajando en Jackson, condenados a una lenta y temprana muerte. Para esto, deben aprovechar una oportunidad única: en la órbita cercana se encuentra una base espacial aparentemente abandonada, con dos grandes secciones llamadas Romulus y Remus—como el mito romano—, que podría proporcionarles los materiales necesarios para viajar a un planeta verde y soleado, un sueño lejano que promete una vida mejor.

La fórmula de la película original hace constante presencia con su familiaridad; para nosotros los destinos de los personajes están, de cierta manera, sellados desde un comienzo. Sabemos que desde el momento en que ponen un pie en Romulus y Remus, la muerte acecha sobre sus hombros. Sin embargo, en ello yace la gracia del suspenso que Fede Alvarez construye, pues la ignorancia de los personajes se yuxtapone a las capas de amenazas que se van acumulando: los Facehuggers, el Xenomorfo, la base espacial a pocas horas de estrellarse contra un anillo de asteroides, y una serie de desgracias y peligros que nuestra mente se encarga de construir con cada nuevo ángulo de la cámara a manos del director de fotografía Galo Olivares, que no hace más que recordar el aislamiento y la soledad de los personajes ante el abismo espacial y el abandono total de la nave.

Tras abordar la base espacial, que se revela rápidamente como una nave científica con fines de investigación, el desenlace de su tripulación anterior se nos hace claro: tuvieron la mala fortuna de encontrarse con los aliens, y no sólo eso, alcanzaron a experimentar con ellos. Así, nos convertimos en testigos del terror que acecha a los personajes, quienes no sólo se enfrentan a las criaturas, sino que se ven convertidos en nuevas piezas instrumentales para ayudar a la Corporación. Sin embargo, queda al debe la construcción de los personajes, un ensamble joven que no alcanza a desarrollarse mucho en esta entrega, sus vidas peligrando en parecer desechables, y en ocasiones carentes de impacto emocional. 

A pesar de esto, destaca enormemente la caracterización de Rain, interpretada por Cailee Spaeny, quien protagonizó recientemente Civil War (2024) y Priscilla (2023), y quien encarna a una fuerza sumamente ingeniosa y astuta —un paralelo de Ripley—, capaz de hacerle el frente a los monstruos, pero no por ello menos vulnerable. Su fuerza, y la de su hermano Andy, quien descubrimos temprano es un sintético abandonado por la corporación WT, nos recuerdan que incluso en el espacio más oscuro, hay siempre destellos de humanidad y resistencia.

 

Xenomorph XX121, y las criaturas

El Xenomorfo ha sido siempre la criatura perfecta, aquella creación que perdura y sobrevive ante toda adversidad, subordinando al ser humano a su posición más primitiva, sobrepasado por la naturaleza y la monstruosidad propia de un universo que aún nos es desconocido. Sin embargo, en Alien: Romulus, y de manera un poco inesperada, el alienígena se cae como digno adversario en ciertas escenas, dejando en el olvido su estatus como no sólo una entidad monstruosa, sino que también una sumamente inteligente y astuta, capaz de hacerle frente a su presa con más que sólo fuerza bruto.

Pese a esto, aquellos hambrientos por la violencia ejercida por la criatura no se llevarán ninguna decepción, pues tanto Facehuggers como Xenomorfos —y otros nuevos diseños inspirados en el arte de H.R. Giger— brillan en la pantalla, con una serie de efectos prácticos, títeres, maquillaje y maquinaria novedosa, los monstruos aterran más que nunca. Más allá de esto, cualquier reparo por mínimo o grande que sea, queda olvidado apenas la pantalla nos muestra la llegada del tercer acto.

Tal como nos demostró Álvarez en Evil Dead (2013), su estilo está marcado por grandes clausuras, y Romulus no es excepción; el tercer acto se encarga de combinar los diversos elementos y presagios que apreciamos desde los primeros segundos de película, orquestando un clímax sumamente terrorífico y ciertamente maníaco, que se encarga de elevar el horror parasitario hacia un ángulo que habíamos visitado previamente en Alien: Resurrection, pero que genera impresión mucho más efectiva en esta instancia particular. La primera mitad de la película contrasta con este final cacofónico, en donde la narración se acerca progresivamente a la la acción y las armas de Aliens (1986) de James Cameron, distanciándose de los elementos que caracterizan a la primera mitad, más familiares a Alien de 1979, e incluso al videojuego Alien: Isolation y su fantástica atmósfera de aislamiento y soledad.

 

Alien: Romulus se estrena este jueves 15 de agosto en Chile, y se encarga de demostrar una vez más la resiliencia del universo Alien y su muy merecido espacio como una de las mejores historias tanto de terror como ciencia ficción. Ciertamente se trata de una experiencia única frente a la pantalla grande, un tributo ideal para quienes son fanáticos de la franquicia, con un aire que puede ser un poco repetitivo, pero que no falla con una fórmula clásica que seguro encantará.

 

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