Wayne Krantz en Chile
Live Review

Wayne Krantz en Chile: Finitud e infinitud

Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Isidora Blanco

 

Un show como el de Wayne Krantz en Chile siempre será un verdadero lujo. A decir verdad, cualquier show del guitarrista goza de esa cualidad. Después de todo, el estadounidense se toma muy en serio su filosofía sobre el rol de la guitarra en la música en vivo dentro de su propuesta, privilegiando la improvisación como el núcleo de notas y melodías que se tornan irrepetibles. Registren todo lo que quieran, no encontrarán un solo interpretado de la misma forma dos o más veces.

Así fue en Club Chocolate, recinto capitalino que albergó a un público sumamente atento con las intenciones musicales de Krantz, y también de ZET, agrupación chilena de música experimental que combina las distintas bondades del jazz fusion con elementos de la electrónica. Compuesta por Cristóbal ArriagadaAurelio SilvaChristian Hirth, el trío entregó un set electrizante y envolvente que atrapó la atención de los asistentes a su antojo, totalmente sorprendidos por los constantes plot twists de sus composiciones e interpretaciones.

Una vez que el guitarrista estadounidense se instaló sobre la alta tarima del Club Chocolate junto a los músicos argentinos Tomy Sainz (batería) y Martín Varela (bajo), todo lo que sucedió posteriormente parecía sacado de un filme. El propio lenguaje postulado, que tomaba la improvisación como el código central, terminó por entregar algo poco común. Se trataba de una colección de momentos reflejados en los solos y arreglos demostrados por Wayne Krantz, que se suspendían en el tiempo como coyunturas únicas.

La propia forma en la que Wayne observaba y escuchaba atento a sus compañeros, quienes también se desenvolvían como diestros conocedores de sus instrumentos, logrando sacar dinamismos fuera de nuestra imaginación. La fórmula ideal para que el guitarrista se inspirase una y otra vez, como una fuente inagotable de ideas que fluyen desafiando la memoria muscular. Era más bien el trabajo que tendría un bailarín de danza corporal, interpretando una pieza acorde a las propias sensaciones y emociones engendradas en el filo del presente.

Aún si las estructuras generales eran reconocibles, el contenido siempre varió. No había forma de predecir lo que el músico haría, y quizás ni él mismo lo sabía. Era como ver a su persona como un catalizador de ideas primordiales que se esfuman en el tiempo. Explosiones interpretativas que dejaban una estela de ovaciones y expresiones de júbilo.

Esas notas que tocó se quedarán guardadas en los recuerdos de cada quien que hizo presencia la noche de ayer. Esas sensaciones, irrepetibles. Y la sensación de gratitud expresada por el norteamericano en un español entendible fue abrazada con reciprocidad. No hay corporación capaz de detener el ingenio incontrolable de Krantz, quien es capaz de crear momentos finitos e irrepetibles, en memorias infinitas.


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Juan Pablo Ossandón

Director de Expectador.

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