Hoy se estrena en cines chilenos la última película de Michael Mann, Ferrari (2023). El filme protagonizado por Adam Driver y Penélope Cruz traza ciertos eventos de la vida de Enzo Ferrari, empresario italiano y fundador de la reconocida marca de autos de lujo que lleva su apellido.
Por supuesto que cuando el autor detrás de la obra es alguien con un cuerpo de trabajo como Michael Mann, hablar sobre uno de sus filmes es, en cuestión, necesariamente hablar del lugar en el universo al que ese autor está apuntando con sus recursos. Casi como si una película se tratase más de nuevas señalizaciones en el mapa que de una obra audiovisual independiente que solo existe para ser si misma.
O eso es lo que generalmente se esperaría.
La cruel verdad es que el regreso de Michael Mann –que no estrenaba en cines desde el 2015 con Blackhat– no responde a algo así como una gran anticipación por preparar un gran proyecto que solo podría existir en una mente como la suya. Con la película estrenada, más pareciera que Mann descansa en la satisfacción del pasado y hoy disfruta en tranquilidad de la popularidad y seguridad que le brindan haber alcanzado un techo tan alto alguna vez, pero sin empujar ninguna pared con su nuevo cine. Solo así es como se puede permitir producir y estrenar (con bombos y platillos) una película sobre un evento específico en la vida de Enzo Ferrari, pero sin ninguno de los detallismos que solían hacer tan rico su cine. Como si tan solo se tratara de un capricho.
De nuevo, intentando encarrilar el texto hacia lo que está en pantalla, lo que vemos es una película bastante desabrida. Aún cuando su nombre puede sonar rimbombante y una invitación a revisar una historia del sueño americano manifestándose en Italia, o por último las bambalinas de la idea de una marca tan exitosa, la realidad es que la historia que persigue el filme es mucho más pequeña. Básicamente, seguimos en clave biopic la preparación a una carrera de gran importancia mediática con la que Ferrari tiene la oportunidad de levantar su marca de autos.
Este no es necesariamente un indicador negativo. El problema es lo poco y nada que se hace con las ideas. Ahí se puede ver algo de la “flojera” que podríamos achacarle a Mann, pues ya ha demostrado su capacidad de levantar películas tanto más íntegras y con temas igual de interesantes. En teoría, un biopic sobre un personaje masculino tomado por Mann debería ser una exhausta radiografía sobre una forma de trabajo que se ve presionada contra las adversidades y la responsabilidad innata de seguir, pues los hombres están tanto determinados como condenados a cumplir con aquel rol que eligieron seguir en la vida. Eso en teoría, pero en la práctica poco de eso hay aquí.
Hay quienes acusan un infantilismo en lo determinados que son los personajes de Mann, como si ciertas responsabilidades de crear motivaciones en el guion se vieran anuladas tan solo al dotar a una persona de una profesión. Lo cierto es que este «minimalismo» le daba un carácter más épico y legendario a la síntesis de sus historias. Y lo más obvio, Mann estaba retratando su visión de mundo, indiferente de si el resto de los terrícolas siquiera les importa sumarse a tal sistema. Durante el 2023 tanto Nolan como Fincher estrenaron películas sobre personajes meticulosos y oficiosos que claramente –e indiferente de su contexto en la ficción- son además analogías de sus propios métodos de trabajo al hacer cine. Bueno, tristemente pareciera que Mann ya no entra en ese tipo de lotes. Pues la energía de Ferrari, tanto la película como el personaje, chapotea desinflada. Película y personaje.
En el caso de Ferrari, las decisiones deliberadamente genéricas parten rápido. Partiendo por el curioso hecho de que la película sigue de manera extrañamente religiosa muchas convenciones de filmes basados en la realidad que aparentan decidida economía estilística. En general, películas muy distantes de pensarse como autorales. Y no se trata de que uno maneje información extra-cinematográfica al saber quién dirige, sino que es un tema tangible entre los elementos puestos en pantalla. La gran mayoría de las escenas están resueltas de manera poco imaginativa. Por cierto, esto siempre de la mano de una dirección de fotografía que está penosamente tratando de experimentar con decisiones cada una más extraña que la anterior (con colores que llegan a desesperar en su monotonía).
En cuanto a otros elementos aislados como las actuaciones, Adam Driver es el que saca un poco de trecho. Se nota un compromiso que al ser dispar del resto del casting, lo termina afectando negativamente al dejarlo ver demasiado caricaturesco. Es un poco triste. Y si, en esta película la gente habla en inglés con acento italiano. Hay quienes lo controlan mejor que otros. El ejercicio más llamativo es el de Penélope Cruz, que no puede ser descrito de otra forma que como derechamente chistoso. Igual es una pena considerando que debe tener el personaje más interesante, y a la larga dentro de todas esas actuaciones que se sienten incómodas, la segunda mejor detrás del papel protagónico.
Por último, incluso en el otro terreno que se encapsula, que viene ser algo así como el de las películas de deportes (preparación para una competencia que saca sub-tramas para reventar en un clímax donde se practica el deporte en cuestión), puede cumplir con ser una película exitosa en su cometido pero difícilmente podemos considerarla una película atractiva. Los problemas en la baja de recursos cinematográficos atractivos y las actuaciones incómodas dejan la película donde mismo. Quizás algunos detalles o la dramatización de las carreras pueden ser atractivas para los neófitos del tema. Mucho más allá de eso no hay. Lo más impresionante de la carrera final entra en categoría de spoilers. Cualquier comparación con logros reales del estilo de Ford V Ferrari (2019, de James Mangold) pasa por ridícula.
Lo curioso es que, con todos los elementos mal logrados sobre la mesa, la película logra salvar de considerarse un desperdicio. Igual está la disciplina (quizás desmedida) por contar una historia de forma práctica y legible. No se puede hablar de una película que falle, sino más bien de una con serios problemas para encontrar sus motivaciones. O quizás sea aún peor y derechamente no existan más motivaciones que el solo hecho de contar esta historia con los recursos mínimos. ¿Acaso eso está necesariamente mal? La película está en cartelera.