Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Andie Borie
Uno de los debuts más esperados en el último trimestre de este movido 2023 era el de black midi, agrupación inglesa que tomó por sorpresa el mundo del rock con una propuesta inusual que no hace más que atraer adeptos, los que caen atraídos como polillas ante un farol. Su visión del rock experimental que toca tantas aristas como el avant-prog, el brutal prog, el rock progresivo y el math, ha obrado una cosecha fructífera de grandes trabajos: Schlagenheim (2019), Cavalcade (2021), y Hellfire (2022), siendo este último el trabajo que finalmente les trajo a Chile –tras una cancelada fecha en 2019 que iba a ocurrir en Bar Loreto–.
Los encargados de abrir la jornada fueron el conjunto chileno Sistemas Inestables, quienes sumergieron a todo el público que atiborraba la Blondie con su propuesta experimental sintética, futurista y abstracta de cualidades sumamente atrapantes, en un set que ciertamente encajó como anillo al dedo de cara a lo que estaba por venir. Un rostro quizás más sofisticado y spacey de lo que es la locura, y que la audiencia agradeció con creces al escuchar esos tremendos cortes de su disco O (2018).
Con el artwork de Hellfire en la pantalla, una introducción clásica al estilo del boxeo, y el tremendo contraste con una envasada «Nessun Dorma», los músicos finalmente tomarían sus lugares en el escenario, dejando caer todo el peso del caos absurdista con «953», y encender las llamas de una masa hambrienta que sólo quería entregarse a su música. No pasaron ni 30 segundos desde iniciado tamaño track de su LP debut para que el ambiente de la disco ya dejara de verse nítido, ante el vapor emanado por un público sudoroso que se desvivía saltando, gritando y mosheando.
Todo parecía un juego azaroso en que cada decisión de la banda contemplaba una sorpresa –e incluso fue muchas veces el caso del público, también–, dado que hubo espacio para todo. Con las y los asistentes jamás calmados, llegaron armatostes de temas como «Speedway», deep cuts como «Talking Heads», o hitazos de magnitudes como «Sugar/Tzu», entablando una de las postales más agresivas que me haya tocado ver en Club Blondie o cualquier concierto de la presente década –cómo mínimo–.
Todo era difícil de explicar, nada tenía lógica. Un desafío constante al cuerpo y la mente que las tribulaciones experimentales y matemáticas de temas como «Dangerous Llaisons» y «Crow’s Perch» impusieron, lo que resultó de lo más sorprendente y estimulante, en tanto cada individuo se expresaba en un sentido primal, casi al natural. Totalmente absurdo, insano e impredecible. La explosión noise de «Near DT, MI» no era más que demostración de ello.
Nuevamente, hubo espacio para absolutamente todo. La agrupación siempre atenta, móvil y susceptible desplegó versiones deliberadamente rústicas de canciones como «Paranoid» de Black Sabbath, «Can’t Stop» de Red Hot Chili Peppers o «Good Times, Bad Times» de Led Zeppelin. Improvisando, jugando como niños y dialogando con los cánticos de la audiencia, dando vida a verdaderos frutos del momento contenido únicamente en nuestras memorias.
Y bueno, los éxitos que tiraron abajo la Blondie una y otra vez. El peso apabullante de «Welcome to Hell», la desafiante «Eat Men Eat», o el instante único e irrepetible de «John L», perfilándose como un clímax en que todo estaba dominado y motivado por una adrenalina que incluso dio espacio a guiños de Kanye West con «All of the Lights» y «New Slaves».
Para terminar, un regalito: «bmbmbm». Mundana, lenta y pesada daba término a una de las presentaciones más emblemáticas y únicas del rock por estos lados. Una Blondie a casa llena que señala la consagración de los británicos por acá, de tal impacto que la memoria muscular de nuestros cuerpos difícilmente olvidará.
Más fotos a continuación: