Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Alejandra Besoain
En el marco del aniversario 23º de La Feria Club, la clásica organización de fiestas electrónicas fichó al mismísimo Guy J para brindar una velada sumamente ambiciosa la noche del sábado 10 de junio –o en estricto rigor, la madrugada del domingo 11, pero bueno, ya entienden–. Con una producción muscular que aprovechó cada una de las bondades del Espacio Riesco, todos los detalles estuvieron cuidados con el mayor de los ímpetus con el fin de brindar la mejor de las fiestas en una de las noches más heladas del año.
Con las temperaturas bajando progresivamente a los 2º C, el Espacio Riesco se repletó de miles y miles de personas que iban directo a encantarse por los hechizos electrizantes del productor Guy J, en lo que fue una jornada que contó con Buttini –desde las 21:00 hrs– y Argomedo –desde las 23:00– en la previa, desplegando muestras melódicas y sumamente ambientales de un house progresivo sugerente y sumamente volátil que poco a poco comenzó a llenar la pista con una masa de gente que prácticamente tenía vida propia.
Si bien el código de las fiestas de house no llaman a los gritos y ovaciones performáticas de la audiencia –como lo harían las de EDM–, una vez que anfitrión se dispuso en la tarima, los gritos se escucharon de forma inevitable. Se venía una larga noche, y las diversas expresiones y rostros de aquellas y aquellos que se situaban en el recinto lo hacían ver.
Con una disposición escénica que jugó con la arquitectura de perfecta geometría del Espacio Riesco, distintas aleaciones de luces fluidas, lásers y configuraciones puntillistas poseyeron los monolitos led suspendidos en el espacio aéreo del lugar. Un panorama cibernético que contrastaba el sutil brutalismo del cielo y las paredes de concreto, que cobijaron el calor de una multitud totalmente absorta en las infinitas secuencias del productor.
Digámoslo así. Es una fiesta, sí. Pero fuera de la inmediatez que pregona el presente contemporáneo de la bohemia, el house progresivo de Guy J se toma su tiempo. De esta forma es que loops de beats y samples oceánicos conformen un panorama sonoro sumamente seductor, en cuanto apunta a una suerte de liberación en el que cualquier muestra expresiva es válida. Si tus hombros danzan bajo el mismo patrón, está bien. Si tus brazos dibujan constelaciones en el agitado aire, está bien. Si tus ojos están viajando en sitios aún más sorprendentes que la soberbia disposición electrónica, está bien. Todo lo que sea para poder parar el tiempo, y experienciar el propio pulso humano y sus reacciones naturales.
De ahí que piezas longevas como «Small Alarms», «Cicada» o «River» se presentaron como amalgamas que eran capaces de homogeneizar cada uno de los elementos postulados. Una ecuación formidable que tenía cada uno de los sentidos de los asistentes posando su atención sobre ésta, poseídos por la curiosidad y la tentación de vislumbrar y sentir como las distintas texturas sintéticas se entrelazarían a medida que la noche avanzaba.
No habían reglas en este recorrido. No habían límites en la imaginación. Lo único que importó fue el lenguaje propio y vívido de un despertar astral que convocó las sensaciones más prístinas de cada quien. Y esa fue una asombrosa hazaña que logró propiciar Guy J, en ni más ni menos que 4 horas ininterrumpidas de éxtasis puro. Un verdadero lujo.
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