Escrito por Felipe León
Fotos por Pablo Croquevielle
Ni el frío más amenazante fue un impedimento para movilizarse y asistir a este esperado concierto de reencuentro, que desde su anuncio auguraba adrenalina y emoción. Un fiel reflejo de la impronta sonora de un grupo como Sudarshana, que desde mediados de los 90s viene destacando dentro de la escena hardcore y punk latinoamericana, gracias a sus letras positivas sobre amor propio, y su curioso pero definitorio acercamiento al pop. No por nada sus himnos siguen siendo tan recordados; una parada obligatoria para cualquier amante de estos géneros.
De alguna manera, ese parón de más de una década se sintió fuerte, alimentando las ganas por verlos de una fanaticada que aguantó pacientemente tantos años, y que ya desde las 21 horas comenzaba a manifestar sus ansias. Muchas presentaciones son las que brindó por estas tierras la banda argentina, y esta noche invernal de junio en el Club Chocolate prometía ser tan memorable como en antaño.
No hay más vuelta que darle. Sudarshana es una banda directa y ganchera, siempre lo han sido, y sus en vivo representan aquello de forma mucho más adrenalínica y salvaje, sacudiendo de entrada el ambiente cuando los cuatro integrantes hicieron su ingreso al escenario, dando inicio a una jornada de alborotada fraternidad. Cómo no, si de partida animaron al público con una serie de canciones pertenecientes a su segundo larga duración, La Rebelión del Corazón (2004).“Tomando refugio” y “Mi ángel” sonaron fuerte, con una respuesta inmediata de una audiencia que se entregó a los saltos, cantos y obvio, los mosh.
Los hubo de todos los tipos. Unos más violentos, otros más amistosos, pero siempre con una actitud de compañerismo que varios conciertos de este tipo de sonidos suelen mostrar. Más si de fondo suenan temas como “El camino del loto”, muestra fehaciente de su conexión hare krishna, u otras más revoltosas como es el caso de “Rompe el control” o “Cultura superficial”. Esta última dió inició a una etapa del show más centrada en su primer LP, Reviviendo la emoción (2000), junto a otras como la melódica “Mi lugar original”, la más acelerada “Simple y natural” o el sonido marciano, punzante y popero de “La llama arde en mí”.
A estas alturas la conexión entre Sudar y el público era palpable en varios aspectos. Desde la amplia respuesta a la hora de corear los temas, como en ese ya clásico ritual de subirse a cantar al escenario, y lanzarse de maneras un tanto acrobáticas, “a la vida” hacia la audiencia. Mientras se daba esta dinámica, el grupo continuaba anotando temas, pasando por su EP La Roude de Fortune con “Toda pasión”, volviendo a otros clásicos altamente coreados como “Soñé” y “Reviviendo la emoción”.
Si bien, los integrantes Ariel Pavletic y Matías Solo bromearon sobre el evidente cansancio que mostraban luego de tanta entrega (cosa que también le ocurrió al público), había que seguir. No importaba, porque las canciones de Sudarshana son verdaderos destellos sonoros que contagian de energía, animando las ganas de saltar, bailar, moshear y cantar de una audiencia que agradeció guiños a su primer EP, Sacrificio (1997) con el tema titular, o “Verdadera compasión”. Así como ese intenso y revelador “Remolino de dolor” que cierra su primer álbum.
Pero el concierto estaba lejos de terminar, con Sudar aún de pie, manifestando sus animadas y emotivas interpretaciones, creando momentos para enmarcar en el salón más significativo de la memoria. He ahí piezas como la directa y melódica “Alimentando el fuego” (himno de himnos), la media bailable “Sigo en pie”, o ese cover de “Boys Don’t Cry” de The Cure (con dedicatoria de Mati a su pareja). Es así como abandonarían el escenario.
Un último impacto por parte de los argentinos, trajo consigo una trilogía de canciones que son guardadas especialmente para el final, para culminar la velada como una verdadera celebración. Porque la llama de Sudar arde más fuerte que nunca, entregando calor al son de temas como “La Rebelión del Corazón”, “Invocando tu nombre”, y el cierre con “Sudarshana”, generando la locura de los asistentes que subían, cantaban y saltaban, en un gran ritual de amistad y amor, pero también de liberación.
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