Live Review

The Mars Volta en Chile: Arquitectura impresionista

Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Andie Borie

 

La RAE define el impresionismo como una «corriente pictórica surgida en Francia en el siglo XIX y que busca representar los objetos según la impresión, condicionada por la luz, que en un momento dado producen a la vista, y no de acuerdo con la supuesta realidad objetiva«. Una idea un tanto sencilla, pero que vislumbra una complejidad emocional en la apreciación de las cosas, de los distintos panoramas visuales y distintos encuadres que nuestros procesos cognitivos puedan entregarle a ello. Una definición que, en su propia interpretación análoga, reviste un carácter sumamente especial al hablar de la música. La música en vivo especialmente, en donde aún con listas de canciones fijas y un despliegue logístico y escénico similar, la verdad es que el instante en que las canciones son interpretadas ante una audiencia, cobran una vida de una significación fugaz y única.

Con ese precepto anterior es que The Mars Volta prosigue con sus andanzas desde el 2003 con ‘De-Loused in the Comatorium’, en donde esta filosofía artística parece replicarse incluso en el estudio. Lejos del carácter estricto del rock progresivo y de la enajenación del rock experimental, la música de Omar Rodríguez-LópezCedric Bixler-Zavala tiene su propio ritmo de vida –uno particularmente emocional y cálido–. Y es ese propio recorrido el que les llevó a resucitar el proyecto tras su entrada en inactividad allá por el 2013, uno del cual estamos sumamente agradecidos ya que rompió con el conteo de más de 12 años que llevábamos sin verles en el fuego del en vivo –tras su última fecha en ‘La Batalla de Santiago’ junto a Rage Against the MachineSuicidal Tendencies–.

Cuando el reloj marcaba las 21:15 hrs., el Movistar Arena rápidamente moduló sus ovaciones y exacerbada emoción ante los músicos que se posaban en el escenario, interpretando sentidamente «Vicarious Atonement», el track de apertura de ‘Amputechture’ (2006) –y su única aparición durante el show–. Con un Cedric de melancólica impronta, la audiencia ya se encontraba inmersa en el ritual de retorno en la medida que los versos del cantante correspondían nuestra atención, y, por su parte, tanto muros como hilos de sonido circundaban en el recinto. Escalofríos absolutos en las palabras al desnudo en el «In the river Ganges, God damns my name». Sin duda, un pacto emocional que no tardó en caer en la demencia performática de la multitud ante el arribo portentoso de «Roulette Dares (The Haunt Of)», en el que cada persona en escena parecía cumplir un rol totalmente compenetrado con esta entidad que es The Mars Volta, en el que los matices eran los reyes de la noche, definitivamente.

«L’ Via, hija de Miranda, tu apellido se cambió» sonó con una fuerza paralizante, y es que la primera aparición del álbum ‘Frances the Mute’ (2005) contó con cada individuo recitando con fuerza las estrofas de «L’Via L’Viaquez». Un contraste pendular entre un rock bullicioso y colorido, y, por supuesto, vibrantes trucos latinos. Así, todo el mundo se hallaba totalmente inserto ante la inquieta e histriónica guitarra de Rodríguez-López que viajaba sin problemas a tierras boricuas cuando así lo haya querido. O bien, a un mundo de texturas sintéticas y melosas ante el brillo de un azul cobalto que pintaba la pista, en la medida que «Graveyard Love» mostraba a Cedric en colores más asiduos al art pop y la indietronica. Un momento de lo más valioso que, más allá de demostrar la versatilidad musical que destaca a la agrupación, hace celebración de una subjetividad que entregaba un carácter más ominoso a las canciones. Esta en especial, sonó particularmente envolvente.

Hay que decir que The Mars Volta no se tomó mayores resguardos en realizar actos convencionales de recitales, más allá de ver al vocalista con el saludo vulcano, en una especie de metáfora sobre el carácter alienígena de sus composiciones. Pero por sobre todo, de sus interpretaciones que son simplemente de otro mundo. Así de fácil, un hecho tan espectacular que llega a ser difícil de creer y llega a reencarnar cualquier cliché. Es cosa de ver el trance en el que cada músico se encontraba con la espacial «Cygnus…. Vismund Cygnus», en el que la batería de Linda-Philomène Tsoungui era totalmente huracanada.

Tras el respiro exquisito que entregó «Shore Story», The Mars Volta nos seguía regalando tracks del ‘De-Loused in the Comatorium’ –el cual, por cierto, está ad portas de cumplir 2 décadas de vida–, siendo la extensa «Cicatriz ESP» la que mostraría entre todo tipo de progresiones, un carácter aparentemente improvisatorio en el que la personalidad de cada quien impregnó cada instrumento. Con esa premisa es que el saxofón sonó protagonista, en un sitio ideal, oscuro y hasta lúgubre, que ante la vista de un tenue panorama tenía a miles y miles totalmente absortos en sus frecuencias sonoras. Acto que sería seguido ante la mesura de «Televators», y la locura absoluta con «Drunkship of Lanterns», expresando los dos lados de la misma moneda, en el que la herencia latina nutría cada uno de sus designios. Una vorágine de emociones que parecía que no podía escalar más –aunque eso estaba lejos de ser cierto–.

Ya de cara al final del show, el Movistar Arena se convirtió en una propia entidad que recitó cada uno de los sentidos versos de «The Widow», desgarrando sus voces intentando emular la intensidad de Bixler-Zavala, que relucía especialmente al recitar «Freeze without an answer, free from all the shame«. Un instante que parecía parar el tiempo, y que dejó la antesala perfecta para lo que, según Cedric, sería ya la última canción de la noche, y es que con «Son et lumiere» todos sabíamos como iba a estallar el recinto con «Inertiatic ESP». Y es que no había sitio en donde no se pudiera ver rostros con expresiones exageradas de goce, cánticos a ojos cerrados y un mar de gente que en la cancha no podía mantenerse tranquila en lo absoluto. ¡Totalmente imposible! Después de todo, los marcianos estaban dejando que el lenguaje de sus instrumentos hablaran por ellos mismos, en una instancia en que todo el mundo se dejó perder en la propia naturaleza de lo que sucedía. Visceral y vibrante, de una aporía emocional que sólo restaba dejarse dominar.

Así como llegaron, se fueron. La forma en como la esencia de cada canción marcó una fotografía inserta únicamente en el instante en que fue desplegada, demostró el ímpetu emocional que reside en los corazones de los marcianos. ¿Rigurosos musicalmente? Tal vez, pero eso es solamente porque su virtuosismo debe ser tan grande como las emociones que buscan retratar, y así fue, sin ningún tipo de límite. Además, con The Mars Volta nunca será suficiente tiempo, y si bien una que otra persona puede decir que extrañaron piezas del LP «The Bedlam in Goliath» –por ejemplo–, la verdad es que todo el mundo se fue con una sonrisa de oreja a oreja. Qué gran despegue tuvimos con Omar y Cedric. El mejor viaje de todos.

 

Setlist:

  1. Vicarious Atonement
  2. Roulette Dares (The Haunt Of)
  3. L’Via L’Viaquez
  4. Graveyard Love
  5. Cygnus…. Vismund Cygnus
  6. Shore Story
  7. Cicatriz ESP
  8. Televators
  9. Drunkship of Lanterns
  10. The Widow
  11. Son et lumiere
  12. Inertiatic ESP

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Juan Pablo Ossandón

Director de Expectador.

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