Live Review

Dulce y Agraz en Matucana 100: Desfigurando el tiempo en frágiles versos

Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Martín Obreque

 

Me tomaré esta oportunidad para salir un poco del libreto de los esquemas clásicos de la escritura sobre conciertos, y tomar una postura algo más ensayística. Además que nuestros corresponsables en Concepción ya tuvieron la oportunidad de ver este show que, si bien tiene diferencias con su presentación en Santiago, sirve para conocer el minuto a minuto de lo que es la experiencia del lanzamiento de ‘Albor’ en vivo –y la puedes leer aquí–. La razón de esto es por el fuerte carácter conceptual e interpretativo de lo que brindó Dulce y Agraz ayer en el teatro principal de Matucana 100, en donde los versos del poemario de ‘Albor’ paralizaron el tiempo para los asistentes y agudizaron los sentidos, en un intento por trascender los entendimientos comunes, resistir lo impuesto y experienciar las asperezas del camino.

¿Tú también riges tu vida por el tic tac del tiempo?

No es casualidad que Dani haya iniciado su show con una versión al desnudo de la «Cueca Tristona», armando una metáfora que le define a sí misma en lo dulce y lo agraz. La contradicción entre aquello que nos aflige y lo que nos llena de dicha, conviviendo ambos polos emocionales en un mismo recipiente, en una misma individualidad, en donde la cueca se posa como el combustible que nos vitaliza –para bien o para mal–. Hasta cierto sentido, la cueca no es sino la proyección del ser, que oprimido ante el tic tac del tiempo, vislumbra en esta tonada musical y chilena, una forma de vivir. Una tan gentil, que permite abrazar todo el espectro de sentimientos y emociones atiborrados en nuestras personas, para dejarlos fluir en direcciones al azar al ritmo de esta cálida pieza.

De esta forma, vivimos la contradicción de lo dulce y lo agraz, elementos aparentemente opuestos que se encuentran más cercano de lo que etimología pueda dictar. Así, los suaves rayitos de sol de la primera luz del día, develan en tonos tenues de un azul cobalto que baña las pieles de las manos y unifica el inmenso océano –retratado en el aparataje difuminado y cinematográfico de los inmensos telares que cubrían los rostros de las músicas y músicos en escena–. Bajo esa proyección, «La luz se desintegra.», recogiendo cada átomo de energía lumínica, débil en su proyección, en un instante donde el tic tac del tiempo se detiene. Frío. Congelado. Pareciera que no hay salida, pero el tiempo dejó de correr según la forma que nos contaron nuestros padres y profesores cuando apenas aprendíamos de la vida.

«Frena un segundo en la memoria, algún recuerdo, algún lugar…«, instante en que «La Distancia» se configura como el espacio que separa el tic tac del tiempo, desfigurándolo un poquito más, viviendo cada paso en la vereda, cada nube en el cielo, cada verso esbozado y cada respiro suspirado. Ya no es tan lineal, ¿cierto? Y el anhelo que reside «Bajo Tus Ojos» estira ese paso temporal,  aquel deseo en que añoramos que nuestros labios rocen la piel de aquel rostro clavado en nuestras mentes como una fotografía colgada en la pared que vemos al despertar. Muchas palabras pasan, la gramática se vuelve intrascendente, y el lenguaje propio de las emociones vive el tiempo de otra forma. Sin embargo, el dorado que bañaba el pelirrojo cabello en una virtual solitud, cubierta por un telar que forzaba nuestro cerebro a que lo cognitivo terminase de darle sentido visual a la imagen de una Dani que quiere ser vista, y nosotres que intentamos ver «Los Cimientos». El dolor tensó el aire, pero las ondas sonoras yacían tranquilas en nuestros oídos.

Los rústicos acordes que comienzan a romper esa tensión, y la delicada percusión que avivó la mirada, las voces de Dulce y AgrazNando García se entrelazaron como protagonista y espectador. «Ella,» está siendo vista, ¿pero qué es aquello que desea? ¿Qué es «esperar no saber contar el tiempo»? ¿Cómo podríamos esperar saber qué es el tiempo si nuestros sentidos lo han percibido de formas distintas a lo largo de la historia? Pero ahí está. Arbitrario, impasible, siempre avanzando, nunca hacia atrás. ¿Tanto miedo nos provoca la incertidumbre? ¿Tan malo es mirar hacia el lado? ¿Atrás? Al final pareciera que el tiempo no es sino la necesidad de apaciguar el miedo de tanta libertad de vivir, y esa inmensidad puede ser aterradora, pero «Ella,» lo sabe, y «ahora es otra.». No le tiene miedo a las profundidades las aguas o al negro azulado noctámbulo, o quizás sí, es algo nuevo. Está bien, dice. «Salta niña salta, voy a reír cuando te hayas ido«, recita con una sonrisa en su rostro, mirando directamente a la fragilidad aprisionada, infantil y paciente, en miras de vivirse a sí misma. No vivir el tiempo. A sí misma. Pareciera que el ‘Albor’ busca eso, en la medida que la temperatura comienza a ser más agradable y cálida, aún bajo el frío que intentaba traspasar las murallas. El rostro con una sonrisa mira al ‘Albor’, «Esta vislumbra» y camina lentamente.

Pero «Al borde del precipio,» la duda se apaga. No, la vulnerabilidad no es sinónimo de debilidad. El precipicio sólo nos dice que «la tristeza es el umbral del perdón«, no la rechaces. Abrázala, se siente sola. Notarás al mirar las lágrimas que caen por las mejillas de las sombras, su expresión pueda cambiar. Una sonrisa. «Ya no estoy sola», dice la tristeza. De paso ya hay completitud, como una hermana que no veíamos hace tiempo. Como un abrazo que tanto queríamos. Como una taza de té al frío del débil amanecer. Y de dicha comprensión y candidez, «clara» se hace la vida, «clara» se hace el despertar», «clara» se hace el amor. El tiempo ya no es tiempo, al menos no como nos dijeron nuestros padres y profesores cuando aprendíamos de la vida. El tiempo ya no corre al ritmo conocido, sino a uno desconocido, en donde las voces al unísono desde los asientos del cálido teatro armonizaban con la voz de terciopelo de Dani.

Quiero que me alcance la vida.

El tiempo ya no corre como pensábamos. El show continúa, pero no se vive como estamos acostumbrados. La música y el teatro son parientes despojados de su nexo por el paso arbitrario del tiempo que nos contaron nuestros padres y profesores cuando aprendíamos de la vida. Dani, frágil y vulnerable, tensó el aire, ni una voz se atrevía a interrumpir el ritmo de sus frágiles versos. Ella miraba su sombra, y nos miraba a nuestros rostros, viajando entre dos dimensiones completamente distintas –o al menos así nos intentaron contar–. Y así fue más de una vez, en donde el deseo de la vida ya dejó de perseguir aquella carrera contra el tiempo. «Quiero que me alcance la vida«, dice. Aprender a amarse, perdonarse, llorarse, sentirse, abrazarse y relacionarse.

El tiempo ya no corre como lo pensamos. Dani abraza sus recuerdos tal y como sus anhelos dictan. ¿La Dani de 16 años que quería cantar con Javier Barría? Ahí está, feliz, permitiendo que sus sueños puedan «Descansar», permitiéndose cobijar esos brazos que buscan el cariño. La ternura que habita cada segundo. «Ella,» mira de cara al ‘Albor’, completa, con la tristeza y el amor de su lado, gentil en llevar por ese vertiginoso camino a aquel que lo necesite.

¿La Dani pequeña de 13, 14, 15 años que vio en la música aquella cueca que le permitiría sentir? Ahí está, regalándonos «El peso de mi pedal», con notas danzarinas de una paleta de colores vívida que adornaron el teatro con un precioso mar de voces.

¿La Dani que se hizo notar ante un mundo que la mirase y la viera a «Ella,»? Ahí está, cantando junto a cada cara conocida y desconocida los preciosos versos de «Súbitamente», mientras nuestras figuras sentadas dejaban bailar nuestros pies en pasitos inquietos ante el piso alfombrado.

El deseo de vivir sólo tiene sentido una vez que nos miramos por completo, y una vez que ello pase, nos alcanzará la vida para abrazarnos, perdonarnos y amarnos. Y a la Dani le está alcanzando la vida.

El contraste de la vida para ver entre las sombras.

Martina LluviasMora LucayChini.png acompañan a la Dani dando vida y voz a las sombras y luces, a los amores y tristezas. Ya no hay soledad. DaniChiniMoraMartina se tienen a sí mismas, y sus voces en armonía y enredadas se entienden. Esa compañía tiene otro tono, y el sonido sintético y litúrgico de «entre las sombras,» nos hacen entender que tanto quien lee estas palabras, como yo quien las escribe, no estamos solos. El paso del tiempo que intentó borrar la compañía de nosotres mismes quedó a un lado. Una sonrisa en el rostro, y la mirada posada en el ‘Albor’.

Cercana, acústico, frágil y acompañada, deja que el «lumbre de amores» derrita sus lágrimas en canciones.

El aire ya no está tenso.

Ya no hay soledad.

La Dani no está sola.

El público no está solo.

Ahora podemos sentir.

¿Qué es el tiempo?

La vida nos está alcanzando

Abrazados por la voz de terciopelo de la artista pelirroja, la voz comienza a hacerse una entre muchas. Muchas en una. Homogénea, recitándonos como el dolor abre un espacio. La incertidumbre ya no da miedo. Que el viento nos azote. Que las lágrimas corran. Algo nuevo saldrá de ahí, algo fascinante y hermoso, algo que desfigura una vez más el tiempo. La aspereza que tu cerebro ignoraba ahora es la protagonista de la fotografía. La taza de té al empezar el día nos relaja. El aire deja de estar tenso. Ya podemos llorar.

Algo nuevo saldrá de eso. Algo fascinante y hermoso.

Ahora el ‘Albor’ se convirtió en «en el sol que se amanece.» La sombra sigue ahí. La tristeza sigue ahí. El amor sigue ahí. Los abrazos necesitados siguen ahí. Pero ya no estamos en soledad, sino en compañía, de aquello que siempre estuvo a tu lado pero el tiempo nos intentó quitar. Que nuestro miedo a lo inmenso nos intentó quitar. Humanidad frágil, vida poderosa. «Al calor de la guarida nuestro corazón florece«, y los aplausos y sonrisas reflejaban el calor de una experiencia que nos cambió. Y nos alentó. Y nos acercó. Gracias.

Desfiguremos el tiempo en frágiles versos.

Nos va a sanar.


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Juan Pablo Ossandón

Director de Expectador.

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