Live Review

Lamb of God y Parkway Drive en Chile: Circle pits en frenética ebullición

Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Andie Borie

Los tour en conjunto siempre serán un hito, y el mero anuncio ya propone una antesala prometedora en que el hype está por las nubes. Pero este caso era especial, y es que, si bien Lamb of God ya son unos conocidos regulares por estos lados, su ultima venida a nuestro país fue en 2017 –probablemente se hubiese concretado antes si no fuera por la pandemia–, y con Parkway Drive ese rango de tiempo es aún más amplio: no venían desde 2014. Además, la convergencia de los sonidos en estas figuras insignes del metal moderno propiciaba un público ansioso y fanático, y es que el metalcore y el groove metal no están tan lejos en términos de estética. De esta forma, la noche del 27 de abril en el Teatro Caupolicán prometía ser una noche histórica.

Con 10 minutos de anticipación a los horarios estipulados, los australianos Parkway Drive se toman el escenario con una actitud entusiasta a más no dar. Conocedores de la audiencia performática y presente que es el público chileno, las sonrisas en sus rostros estaban dibujadas desde antes del primer baquetazo, en una señal profética de la explosión de saltos que ocurriría cuando «Glitch» –de su reciente placa ‘Darker Still’–, tónica que no cesó en ningún momento. Y es que desde el status de himno de estadio de «Prey» o el clásico de antaño que es «Carrion» se planteó el panorama a la perfección. Una música que de por si goza de un carisma irresistible, gracias a estructuras y trucos del rock de estadios, y también a la actitud amigable y cálida de un Winston McCall que se lo estaba pasando de lo más bien, fascinado por la respuesta del público chileno.

«Si se saben las letras de esta canción, está bien. Si no se la saben, está bien. Tan sólo agiten sus cabezas». Esas fueron las palabras que precedieron a «Soul Bleach», uno de los tracks más abrasivos de su última placa y que el público no dudo en recibir con un moshpit inagotable, y es que el lenguaje de la buena música, de los buenos momentos, es universal e intuitivo. De ahí, un vendaval de hits del ‘Ire’ fueron uno tras otro, ante un público participativo en una cancha que no tenia espacios quietos, y una platea que no bajaba los decibeles de sus voces, lo que se vio en sus puntos más altos con clásicos de aquellos como el corte del ‘Deep Blue’, «Karma» sonó de forma atronadora de la mano de un metalcore de factura propia. Y por supuesto, con la coreada «Wild Eyes» que los fanáticos pedían desde el inicio coreando su riff, y que dejó el show de los australianos en su epítome con un mar de voces sobrecogedor, y, las caras felices de los músicos en escena que no mostraban nada más que gratitud y goce. Que vuelvan pronto, y ojalá con show completo.

Por su parte, los oriundos de Richmond, Virginia, empezaron su show con 20 minutos de anticipación a lo dicho por el horario, instante en el que la intro sombría de «Memento Mori» pregonaba de un destello inminente de energía, ya notorio con los circle pits que se estaban formando como si se tratase de una reacción química. Así, una vez que Randy Blythe y sus secuaces dejan caer la maquinaria de riffs, el Caupolicán se convirtió en un torbellino incesante de locura total, momentum que la frenética, rápida y violenta «Ruin» tomaría para elevarlo a ese toque visceral, sin tapujos y contundente. Además, ¡qué bien sonaba! Las transiciones y plot twists sonoros cobraban todas sus credenciales, y ese momento en la mitad de la pieza que todos conocen –y sabemos que es así–, fue un verdadero estallido. Con ese antecedente, no es sino lógico el caos que cayó con «Walk With Me In Hell», mostrando sus ápices melódicos en todo su esplendor, y aduciendo un carácter de himno en donde el coro robusto y gritado sobrepasó los decibeles de la instrumentación en vivo. Temazo.

Tras «Resurrection Man» y la nueva «Ditch», el vocalista se tomó unos instantes para decir sobre lo agradecido que estaban con la audiencia, y que si querían algo que cantar, tenían que entregarse con «Now You’ve Got Something to Die For» que, honestamente, nos dio escalofríos. Todo el poderío del groove con un clásico del «Ashes of the Wake» que se vislumbraba hirviente en su coro sencillo pero convocante, que contrastó de inmediato con la veloz «Contractor». Nuevamente, ningún alma era perdonada, y todo se entregaba al calor de circle pits, saltos incesantes, empujones y gritos descarnados. De esa forma, «Omerta», agresiva como ninguna, hizo uso del midtempo necesario para entregar un respiro, al menos en velocidades, porque en cuanto a intensidad nadie estaba impasible en lo absoluto. Es cosa de ver lo explosivo de la reacción con «Set to Fail» –canción que no estaban tocando en la gira–, y que fue una grata sorpresa disfrutada al máximo por la audiencia.

Queda claro decir que el resto del set fue totalmente insano, y es que no hay más palabras que podamos usar. Lo de Lamb of God es uno de esos shows que debes presenciar en vivo para entender su atractivo y magnetismo, y eso muy bien lo sabían los músicos en escena, que, en palabras de Randy, «no daban por sentado al público chileno«. Saben muy bien que aquí se entrega todo, y que cada visita es una verdadera fiesta, y vaya que quedó claro con «11th Hour», la melódica «512», o el clásico «Vigil» que no dejó ningún solo cuello erguido. Así, y sin respiro alguno, «Laid to Rest» y «Redneck», las puntas de lanza y los éxitos más grandes de la discografía de los estadounidenses, terminaron de desatar la locura y agotar cualquier reserva de energía. Nada quedó en pie, ningún rostro no mostró expresiones de éxtasis, ninguna voz quedó sin algún grado de desgaste, y esas son señales de que, en la noche del 27 de abril en el Teatro Caupolicán, ocurrió una jornada realmente histórica.


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Juan Pablo Ossandón

Director de Expectador.

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