Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Nicolás Rosales M.
Uno de los sucesos más dolorosos –en materia de conciertos– que significó el impacto de la pandemia, fue la cancelación del show agendado en 2020 en Movistar Arena de Billie Eilish, justo con la gira promocional de «WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO?». Un show sold out en tiempo record, incluso antes del contexto caótico de ventas azaroso que envuelve ahora ese ámbito, lo que, en palabras simples, ya mostraba lo gigante que era la figura de ella como artista.
Ya sumidos en la infinita incertidumbre de dicho proceso histórico, Billie y su hermano Finneas no dejaron de moverse a nivel creativo, lo que dio como frutos que en 2021 nos regalaran el tremendo «Happier Than Ever». Así las cosas, y con los conciertos finalmente de regreso, la artista comenzó a girar por el mundo llevando un concepto de espectáculo que trabaja una noción homogénea en la inmensidad y complejidad del minimalismo –lo que analizaré con mayor detalle más adelante en esta reseña–, con tal de dar a conocer un poco de lo que sucede en su mente, enseñando sus miedos, ansiedades y esperanzas. Una vez dicho, vamos a lo que nos convoca.
Con un leve atraso de 15 minutos aproximadamente, las luces se apagaron encendiendo la euforia de miles y miles que tanto esperaban este momento –muchos desde tempranas horas–, y es que en la medida que las siluetas de Finneas y Andrew Marshall tomaban sus correspondientes posiciones en los rincones extremos del escenario, la estruendosa pista pregrabada de «Oxytocin» vaticinaba la inminente aparición de la joven artista. Tras un breve momento –que se sintió como una verdadera eternida–, Billie Eilish sale eyectada desde abajo del escenario, acaparando todas las miradas, gritos, aplausos y ovaciones ante una audiencia que la adora fuertemente con todo su corazón. Con ese panorama, una sonriente Billie visualiza el gigantesco público que estaba en frente de ella, para así dar iniciar una gran velada con la oscura «bury a friend», instigando a los saltos coordinados con el beat y un público que, lejos de buscar armonizar con la voz de la cantante, gritaban cada verso como si sus vidas dependiesen de ello. Vaya que se sintió el «I wanna end me», y los míticos y robustos bajos característicos de su sonido envolvían todo a su paso –sintiéndolo en cada hueso del cuerpo–.
Tras un instante breve en que la artista se dedicó a admirar y sonreír a su público, mostró evidentemente en su lenguaje corporal un «al fin estoy acá». Después de todo, el show en Lollapalooza Chile marca el debut de Billie Eilish en Sudamérica. Sí, este fue el primer concierto que la artista brindó en este lado del mundo, y la postal de la sonrisa genuina grabada en su rostro en dicho momento fue captada por miles de cámaras y celulares, dando vuelta rápidamente por las redes sociales. Momento que en breve se tradujo en el corte de R&B alternativo exquisito de «I Didn’t Change My Number», mostrando de inmediato la versatilidad que caracteriza su propuesta, y dando una interpretación intensa en la que su voz suspirada pareciera parar el tiempo.
Acto seguido, llegó otro de los grandes hits del «Happier Than Ever» (2021): «NDA», track que dejaba entrever las dificultades de Billie con la fama, mostrando en las pantallas parte del videoclip de dicho tema, representando el peligro abrumador –en los automoviles andando rápidamente– que mantenía cautiva a la artista al momento de escribir esta pieza. Claro, la propia épica y el efecto grandilocuente de su estribillo mostró una de las primeras grandes representaciones del mar de voces de la noche del viernes 17 de marzo en los versos «You couldn’t save me, but you can’t let me go (…)«. De esta forma, con un público totalmente inmerso en el efecto sobrecogedor del track que acababa de interpretar, Eilish persigue el flujo natural del álbum en cuestión para traer «Therefore I Am», uno de sus temas más pegados y que mostró esa actitud directa, parrandera y desafiante de la artista que se estaba viviendo la mejor fiesta de todas en dicho momento.
La voz de Michael Scott, el querido personaje de The Office se tomó los speakers diciendo «No Billie, I haven’t done that dance since my wife died«, avisando la llegada de uno de los momentos más apreciados y populares de los shows de la artista: «my strange addiction». Después de todo, la fascinación y adicción de Billie por la sitcom es palpable –y más de alguno tendrá su propia serie de comfort–, y de cierta forma, representa un poco lo que sucede en las generaciones criadas por el internet, en donde la depresión es una de las afecciones más comunes y el ver una serie de larga duración puede ser una estrategia para mantenerse a flote. Una vez dicho eso, y saliendo del conocimiento psicológico, el tono juguetón de dicha canción despliega un pop alternativo articulado por un groove atrapante, que ve en su final un momento que, si bien sencillo, muestra el efecto de lo significa una gran canción. El ver a Finneas caminar por la pasarela en la medida que interpretaba la icónica bassline de «my strange addiction» invocó ovaciones estruendosas, y, a su vez, fue un buen recordatorio del papel estructural que tiene el hermano de la artista en la producción de su música –un dúo totalmente infalible–.
Bajando la intensidad en términos musicales, Billie Eilish da un salto hacia 2017 de la mano de «idontwannabeyouanymore», el sentido corte de r&b alternativo del EP «don’t smile at me» que mostraba su facilidad para recrear líneas vocales, y, en 2023, la voz más madura de la artista encarnó de forma sublime ese rol, acompañada de las voces armonizadas del público. Sin embargo, el track no fue interpretado por completo, y en cambio, fue fusionada con una importante sección de «lovely», aquel track colaborativo con Khalid que en ese instante, provocó tantos escalofríos con su «Isn’t it lovely, all alone? Heart made of glass, my mind of stone (…)«. Tras ese momento de ensueño para sus fans de antaño que la acompañan desde que aún era menor de edad, la narrativa del show toma un vuelco con el mensaje esperanzador de «my future», que, con unas pantallas enseñando las estéticas anime del videoclip de la canción, Billie nos cantaba esos versos que marcaron un punto de inflexión en su vida y que le ayudaron a ponerse en prioridad a sí misma, velando por ese futuro tan prometedor que permitió que llegase a presentarse ante nosotrxs con unos colores azules que bañaban sutilmente su silueta.
Quebrando el flujo sutil e intenso de emociones de dichos instantes, una Billie empoderada reventaba los speakers con «you should see me in a crown», desatándose un caos vertiginoso dirigido a diestra y siniestra por la actitud preponderante de la joven estrella de pop, lo que cambió de inmediato en un despliegue versátil de sonidos con «Billie Bossa Nova», uno de los tracks más auténticos de su galería de éxitos. Cabe destacar que, si bien la sola presencia de la artista en el escenario bastaba para hacerse con el ambiente de forma absoluta, también son sus habilidades innatas para interactuar con el público y un sentido único de lo que es brindar un espectáculo, lo que explica que momentos como el tarareo frenético de «GOLDWING» entretenga hasta a las personas más incautas.
Uno de los –varios– momentos exigentes a nivel emocional para el público llegó con «xanny», el fuerte testimonio antidrogas de la artista que grafica sin reparos lingüísticos los estragos que causa el consumo de estupefacientes en distintas esferas de la vida –en especial para ella, siendo tan sólo una adolescente en la época que escribió esta pieza–. Bastaba con voltear un poco para ver lágrimas posándose en las mejillas de cientos de jóvenes que, con los ojos cerrados –o bien atentos a lo que sucedía en el escenario–, cantaban con una voz quebrada la línea «i don’t need a xanny… to feel better«. No obstante, la propuesta de Billie Eilish es capaz de acompañar cualquier tipo de momento e instancia, y fue con «Oxytocin» que el público se entregó en cuerpo y alma a las instrucciones de la artista, saltando en el breakdown rítmico final de la canción como si se tratase de la canción final del show –y que vino con el estribillo de «COPYCAT» de regalo, un verdadero gusto–.
Con el toque sublime y onírico de «ilomilo», Billie cierra la primera parte de su show con las bondades de un pop alternativo gentil como curioso, que mostraba los miedos más grandes de la artista. En este punto, y por si no se había notado, el setlist escogido por la artista fue ordenado de tal forma para crear un relato continuo, fruto de una narrativa que indaga en los distintos hemisferios del vasto imaginario de Eilish, así sea en lo emocional, lo psicológico o lo creativo. Además, haciendo un poco de memoria, «ilomilo» es el último track «movido» tras el final deprimente de «WHEN WE ALL FALL ASLEEP, WHERE DO WE GO?», aludiendo de forma directa –como poética– a la muerte. Es por eso que, el recorrido afectivo por el que nos llevó la artista hasta ese momento llegó a uno de los puntos más exigentes, como si buscase perseguir uno de los principios terapéuticos que indican que, para poder sanar, primero hay que estar en contacto con la herida. Y vaya que nos destrozó ese instante.
En este instante, comenzaba el acto más íntimo de la jornada –sí, aún más–, y es que, tanto Billie como Finneas se veían pequeños ante la inmensa arquitectura del Costanera Center Stage. No obstante, y tras las ovaciones que vinieron después de la presentación del hermano de la artista, los acordes de «i love you» silenciaron todo a su paso, para que así la voz de Billie se sintiese tan inmensa como cercana. Como una especie de confesión personal a cada quien, mientras acompañaban sus versos en una aparente solitud. Después de la sentida interpretación de un tema tan precioso como triste, «Your Power» vino a matizar la narrativa, situando a la artista en su presente, siendo consciente de los deberes que vienen con la fama y que, en concordancia con el espíritu de las nuevas generaciones, buscaba brindar un mensaje que fomentase una aproximación ética a la misma. Ahora eso, en la noche del viernes 17 de marzo, fue un momento increíblemente catárquico que desmitificó su propia figura, haciendo relucir su humanidad que se manifestaba sumamente frágil y vulnerable en los suaves acordes que liberaban sus manos, para que su hermano sacara a relucir el melódico solo acústico ya icónico de la canción. Con ello, finaliza el breve set acústico.
Tomándose nuevamente el escenario, la fragilidad permanecía inmaculada ante una emotiva interpretación de «TV», reflejando el solitario momento que vivía la artista, caracterizado por las contradicciones entre la amistad y el amor. Que un track con menos de un año de vida suene con tanta vitalidad, con una Billie Eilish sacando la voz como nunca, y que sea capaz de llenar todas las inmediaciones del recinto es, a lo menos, estremecedor. ¿Y cómo no lo sería? ¿Cómo no sucumbir? Si era la tónica que un mar de voces algo quebradas persiguieran el verso en loop «maybe i, maybe i, maybe i’m the problem«, finalizando con un nudo en la garganta para más de alguna persona.
Otro de los momentos más atesorados del show, fue el medley que vino con «bellyache», «Ocean Eyes» y «Bored», que, como si de un flashback se tratase, nos trasladó a los lejanos años 2015 y 2017, con la finalidad de ver el camino recorrido todos estos años en el que la artista ha acompañado nuestros días. ¿Tiempos más simples? ¿Tiempos más complejos? Difícil saberlo, tan sólo fueron, existieron, y el recitar las letras «No fair, you really know how to make me cry when you gimme those ocean eyes (…)» nos permitieron conectar con el inicio de una de las historias más lindas que ha visto el mundo de la música. El surgimiento de Billie Eilish.
En este punto, la artista se entregó por completo al son de «Getting Older», con un trabajo documentativo que revisitaba la infancia de Billie que mostraba todo el largo camino recorrido, aún para su joven edad. Todo el crecimiento, todas las dificultades, ansiedades, miedos y contradicciones que, con el pasar del tiempo, tan sólo parecieran cambiar de forma. Pero, y quizás ahí esté el sentido del porqué las fotos y registros audiovisuales de Billie se adueñasen de las pantallas, es ese recordatorio del inicio de nuestra historia, de su historia, lo que pareciera entregar un tono más profundo y algo más esperanzador. Después de todo, «Getting Older» muestra una fotografía emocional de la artista en 2020-2021, y hoy, en 2023, ha crecido aún más, razón por la que, aún con la exigencia emocional de este track –y la gran mayoría de sus piezas–, no se muestra presa de dichos contextos. Lejos de la cristalización afectiva, Eilish tan sólo vive sus emociones, y es esa la clave de su éxito, y el secreto del porqué cada asistente se empecinaba tanto en dejarse la voz cantando este tema.
Por su parte, «Lost Cause» trae a flote el tono más seductor del show, lo que comienza a dar un aire más resoluto a la narrativa del show. Más empoderada, y viviendo su vida a pesar de las vicisitudes del contexto que la rodea, el público no resistió el peso del groove de tal track, lo que terminó por traducirse en uno de los instantes que quedarán grabados para la posteridad. Las decenas de miles de personas que repletaron las inmediaciones del Costanera Center Stage fueron protagonistas en «when the party’s over», materializando el concepto más intenso de un mar de voces, que armonizaba con la delicada voz de la artista. No así en «all the good girls go to hell», en donde Billie fue la protagonista absoluta, y no en el sentido de que el público haya bajado la intensidad –porque es sabido que no fue así, todo lo contrario, gritaron cada verso–, sino porque su presencia segura y confiada era un espectáculo en sí mismo.
Mucho se sabe y mucho se ha hablado de lo importante que es Finneas para Billie, pero, superando las relaciones parasociales, es obvio que sólo ellxs saben cuán importante son para su hermanx. De ahí que, quizás una de las canciones más personales de la artista tenga un sentido íntimo, dirigido para su hermano y ella misma, y donde el público ocupe el rol de un espectador privilegiado que tiene la suerte de presenciar el amor de hermanxs que existe en «everything i wanted». Con luces láser que se perdían en el humo, la artista interpretó gran parte de la canción a una distancia cercana a su hermano que se encontraba en los sintetizadores. Era curioso, porque no parecía algo pensado especialmente para el show, sino más bien un momento de catarsis personal para la propia artista. Un momento bastante hermoso, realmente.
Ahora el final definitivo del show comenzaría con la infecciosa «bad guy», que con esa famosa línea de bajo, esos sintetizadores inquietos y psicodélicos, y un sencillo beat rítmico tiró el escenario hacia abajo entre saltos y gritos que levantaron la fiesta más grande de todas. El tema que fue el punto de entrada a la música de Billie para muchxs fue disfrutado con una entrega comprometida, en donde la artista como gran maestra de ceremonias que es, tenía totalmente embrujado al público, el cuál sucumbió casi irracionalmente ante la silueta de Eilish difuminada en los oscuros rojos en el outro del track. Así las cosas, el concierto llegaría a su final con «Happier Than Ever», la cual fue, fácilmente, la canción más llorada de la velada –insisto, era cosa de voltear un poco– y es que, sabiendo que el concierto estaba llegando a su fin, cada verso fue gritado con una pasión desbordante, en donde Billie construía de a poco el grand finale, para que todas las emociones vertidas esa noche, salieran de una sola vez con el «You made me hate this city! (…)». Jamás había escuchado al público de Lollapalooza ser tan estruendoso, y es que ese breakdown digno de las canciones de rock más formidables terminó por dar cauce a la complejidad de la naturaleza humana.
El que esta reseña haya sido tan detallada va más allá de un mero fanatismo, sino que, para dar cuenta del tremendo trabajo de Billie Eilish y su hermano Finneas pusieron detrás de este show –y gira–, en cada detalle, en el trabajo extenuante de una narrativa sumamente emotiva, y en lo difícil que puede ser desnudar los pensamientos, miedos, ansiedades y esperanzas de parte de la artista. Sin duda alguna, uno de los shows headliners más celebrados y esperados de la undécima versión del festival. Y gracias a Billie, regresamos a nuestros hogares más felices que nunca.