Muchas veces la historia de la música se ha encargado de dejar fuera y prácticamente en el olvido a ciertos nombres que más allá de su innegable impacto, representaban prácticamente todo lo mal mirado por una industria patriarcal y corrupta como lo son las minorías, mujeres, homosexuales, entre otros, siendo el beto ideológico y racial de un imperialismo abusivo y conservador, un cáncer que afortunadamente muchos medios independientes y el internet han comenzado a extirpar de la memoria. Ocurrió no solo con el Rock ‘n’ Roll (como uno de los casos más emblemáticos), si no que además con el Pop y la electrónica, encargándose de quitarle reconocimiento a verdaderos iconos y pionerxs a lo largo de sus vidas. Este espacio nace como una forma de reivindicación de cantantes, compositorxs y artistas de toda índole.
Si bien la historia de la música electrónica pueda parecernos todavía un tanto borrosa -al obedecer en muchos casos patrones más relacionados con la ingeniería o la música concreta-, nombres como Pierre Schaeffer o Robert Moog gozan de una popularidad establecida tanto en la cultura popular como en medios académicos, siendo el caso de Wendy Carlos uno de los menos reconocidos dentro del desarrollo e impacto que tuvo lo sintético en la historia.
Wendy Carlos es una mujer trans que definiría el uso del sintetizador dentro del panorama cultural cercano a la música de carácter más popular en la década de los sesenta. Su aporte vendría principalmente por esa capacidad nata de tomar complejas obras orquestadas ligadas a la música clásica, logrando cohesionar exclusivamente en el sintetizador Moog de Robert Moog -que ayudaría a asistir tanto en su funcionamiento como en el perfeccionamiento de este- en un tratado totalmente novedoso de cómo construir la música, virando en una dirección que contradecía un poco con los postulados más experimentales llevados a cabo hasta ese entonces. En pocas palabras llevaría este complejo universo del futuro desde su nicho a las masas.
Switched-On Bach (1968) inauguraría su legado como artista en un primer álbum que tomaría diversas obras del compositor alemán Johann Sebastian Bach y las interpretaría desde el ya mencionado sintetizador Moog, concibiendo fácilmente una de las obras definitorias de la música del siglo XX. ¿Cual es la gracia e importancia de este disco? Principalmente sería el encargado de acercar la naciente música electrónica -y a la vez la clásica- a todo el mundo, significando una verdadera revolución que como era de esperarse desde su presentación tuvo fieros detractores. Los «puristas» lo tildaron como una herejía al tomar obras consideradas sacras tanto para el mundo religioso como para el denominado «docto», sin embargo mucha gente lo compró y le gustó. Tal fue su hazaña que se haría con algunos premios como el Grammy a mejor álbum de música clásica, solo para referenciar un poco su impacto, destacando el innovador trabajo a la hora de recrear cada instrumento y tocarlos a través del synth en una fusión barroca-moderna. Más adelante vendrían algunas secuelas.
Afortunadamente Carlos tendría una siguiente oportunidad a manos del cine, siendo invitada a componer e interpretar verdaderas épicas obras sintetizadas en películas, una de sus más destacadas en The Clockwork Orange (1971) de Stanley Kubrick. Esta última ofrecería una experiencia totalmente compenetrada con lo audiovisual retratado por el cineasta, en donde convivirían versiones de clásicos como Ludwing Van Beethoven o Edward Elgar, mostrando a una artista igual de ambiciosa en sus alcances sonoros acompañando a la perfección las conocidas exigencias perfeccionistas de Kubrick. Y cómo no le iba a gustar si la banda sonora de esta peli es una maravilla, pues años más tarde le llamaría nuevamente para repetir roles en The Shining.
Wendy Carlos continuaría con su búsqueda en los siguientes años, indagando no solo en su afición por llevar clásicos a la electrónica como en Switched-On Bach II (1973) y Switched-On Brandenburgs (1980), si no que además aventurándose en el Ambient con Sonic Seasonings (1972) y siendo protagonista y pionera en la música digital con Digital Moonscapes (1984). Volvería también a las bandas sonoras con la ya mencionada The Shining (1980) junto a la también notable productora Rachel Elkind, aunque quizás su otra obra magna vendría con el futurista clásico de Disney Tron (1982) incorporando desde una perspectiva universal pero a la vez personal tanto lo digital como lo orquestal, ambientando a la perfección las aventuras en computación gráficas plasmadas en una verdadera obra de culo.
Puede que la artista haya visto un tanto boicoteada su carrera por la ofensiva más conservadora influenciada tanto desde la música sintética como la clásica, pero el hecho de que haya decidido realizarse una cirugía de reasignación de sexo y cambiar su nombre de Walter a Wendy, (siendo una de las primeras personas del medio en hacer público esto) no haría más que aumentar el sesgo impuesto por una parte importante de la industria, que se encargaría de aislarla brindándole nulos proyectos posteriores. De un modo todavía silencioso pero ya un poco más notorio el nombre de Wendy Carlos ha resaltado a flote en los últimos años, disfrutando un culto que en algún momento llega a la gente, ya sea cercana al cine, la música electrónica o la clásica. Porque si hay algo tan relevante en su legado es precisamente esa especialidad a la hora de traspasar un mundo desconocido y experimental al sentido más popular de la música.
Sin Wendy Carlos la música progresiva, el impacto de La Naranja Mecánica, la electrónica, el sintetizador, el krautrock, el ambient y muchas otras cosas no serían lo mismo.