La catarsis de la música electrónica noventera; desde su apéndice más IDM pasando por las virtudes de los samples nubosos, pretéritos e incongruentes que nos ofrece ese tratado íntegro de ambiente, color, capa y sustancia aparecido en 1998 bajo el alero de la siempre innovadora Warp Records. Sí, convengamos que nombres como Aphex Twin, Autechre o Squarepusher fueron impulsores absolutos, sin embargo el impacto comercial y en la cultura colectiva del Music Has the Right to Children de Boards of Canada, trasciende tantas épocas como realidades, siendo su construcción de la memoria como un tren de escenas de nuestra infancia -a modo de arquetipo-, el que florece como una incombustible proeza de la música sintética y el arte del beat.
La infinidad de lecturas es precisamente uno de los factores más legibles de este álbum, el cual acercaría la electrónica ajena al baile como un resultado de experimentación que condensaría tanto elementos relacionados al Trip-Hop como al Ambient. El contraste de nostalgia idealizada bajo oscuras revelaciones y la ferviente euforia con la que los hermanos Marcus y Mike Sandison exploran ese vaivén de sensaciones y experiencias, hacen de este álbum uno de los viajes más enigmáticos sobre el pasado y sus consecuencias. En un momento BOC revelaría que la inspiración de la obra vendría precisamente de sus recuerdos de niñez, siendo esta constante la que nos va guiando por este collage de emociones tan sofisticado como esplendoroso, capturando toda una vibra alienada en cortes como «Telephasic Workshop«, «Rue the Whirl«, «Turquoise Hexagon Sun» o «Roygbiv«.
Imposible negar el impacto artístico que significaría Music Has the Righ to Children en la escena de los 90’s ligada al IDM y las vertientes más «intelectuales» de la música electrónica, acogiendo tanto samples como una especial vocación por lo orgánico en este atrapante viaje onírico por las memorias más vividas de Boards of Canada.