Escrito por Antonia Hernández
Fotos por Isidora Blanco
Este pasado miércoles, en un escenario despojado de artificios, Marissa Nadler construyó un universo etéreo dentro del Teatro San Ginés, donde cada acordé flotó con sutileza entre los presentes. Su presentación, minimalista pero profundamente íntima, sumergió al público en un estado de ensoñación, como si el tiempo se deslizara con la cadencia de su voz.
Acompañada de Milky Burgess en las cuerdas, desde los primeros acordes quedó claro que la noche sería un viaje sensorial. Su voz, frágil pero hipnótica, se deslizó sobre las capas de su guitarra, creando un hechizo que envolvió a la audiencia con ímpetu en canciones como “Dead City Emily”. Sin embargo, la presentación se vio brevemente interrumpida por problemas técnicos que obligaron a pequeñas pausas, la incomodidad de la artista presente en el escenario pero disipándose a medida que la jornada avanzaba, recibida por la calidez del público.
En lugar de romper el encanto, estos momentos añadieron un aire aún más humano y cercano a la velada, con Nadler mostrando paciencia y conexión con la audiencia. “Lemon Queen” brilló así como uno de los puntos más altos de la noche, su melodía melancólica extendiéndose como una brisa fría en la habitación. La austeridad del espectáculo permitió que cada nota y cada palabra se sintieran como un murmullo dirigido a cada asistente, consolidando la experiencia como un ritual íntimo más que un simple concierto, y transportando a todos a un lugar lejano, ajeno al caos del ruidoso Santiago.
A pesar de los contratiempos, Nadler, con un largo vestido negro al centro del escenario, logró que la velada fuera un encuentro con lo sublime, un espacio donde la vulnerabilidad y la belleza se entrelazaron en un delicado equilibrio. Las texturas sutiles del dream-folk, acompañadas por su voz, demostraron la conexión musical de la artista en “We Are Coming Back” y “Drive”, melancolía y nostalgia en un ensueño nocturno único.
La jornada fue, ciertamente, inolvidable para el público, un tapiz mágico tejido con hilos de sombras y luz. Cuando las últimas notas se desvanecieron en el aire, quedó la sensación de haber sido partícipes de un secreto compartido, un instante suspendido en el tiempo donde Marissa Nadler, con su etérea presencia y su voz de neblina, dejó una huella imborrable en cada asistente, como el eco de un sueño que persiste mucho después del despertar.