En un año de nominaciones a los Oscar en los que tanto se ha hablado sobre la memoria y la necesidad de mirar hacia el pasado, si hay una película que realmente se echa todas las responsabilidades al hombro y con un dejo de oficio que supera con creces la media tan celebrada en otras producciones, entonces esa es I’m Still Here (Aún Estoy Aquí).
El filme en cuestión, I’m Still Here, es la última producción de Walter Salles, autor de obras no menores como Estación Central (2008) o Diarios De Motocicleta (2004). ¿Y qué nos trae en esta oportunidad? En pocas palabras: una cruda belleza. Sin quizás necesariamente proponérselo (al menos a partir de lo que se demuestra en pantalla), sigue afinando esa filmografía que desde distintas aristas específicas de la historia política y social de Latinoamérica, revienta en múltiples direcciones hacia donde la experiencia latinoamericana se hace común; donde se mira por un eje y, aunque no se puedan omitir los detalles respectivos de la historia en cuestión, la misma dramaturgia termina revelando más reflejos que plasticidades. Películas que funcionan como bombas de fragmentación.
La familia Paiva
I’m Still Here sigue la historia de la familia Paiva, un núcleo familiar brasileño de clase media alta que lleva una vida tranquila y alegre, prácticamente de ensueño. Pero la historia se tuerce cuando el patriarca de la familia, Rubens Paiva (Selton Mello), es detenido por la policía por su pasado político. Entonces Eunice Paiva (Fernanda Montenegro) debe hacerse cargo de reconfigurar la familia, que por cierto no es nada menor; está compuesta por cuatro hijos, padre, madre y un perrito.
Como se esboza en el párrafo anterior, el primer acto da luces de una vida tanto idílica como cautivantemente luminosa. Es espectacular el trabajo tanto de guión como de dirección para enganchar al público con las alegrías de la dinámica familiar desde el primer minuto de la película. Es una tregua automática. La misma que después ayuda a poner en un centro de vital importancia a los personajes que acompañaremos en el resto de la historia, aún más cuando esta sigue y sigue cayendo por ese espiral descendente que acusa un vértigo monumental al no discernirse nunca cuál vendría siendo el fondo del dolor.
Aquellos pasos hacia el fondo son los que no le dan ninguna tregua al espectador. Sin caer en indiscreciones absurdas, el filme toma un camino prudente pero realista hacia el fondo de los hechos. Y no se trata tan solo de la materialidad de los hechos, pues el dolor también pasa por la dramaturgia, ya que son las sensaciones que rodean a los personajes aquello que realmente le da forma a la historia. Está todo; la angustia como el rigor, la desesperanza como la esperanza y así. Viene a sobrar un poco el detalle de las atrocidades por las que tiene que pasar la familia. Para eso está la película. Pero de que son fuertes, lo son. Es una historia muy bien lograda y sin nunca recaer en la denominada “porno-miseria”, todo está ganado.
Latinoamérica: una sola historia
Aún cuando el filme puede “pecar” cada tanto de caer en espacios algo comunes para tradiciones cinematográficas como la chilena, es tal el manejo creativo y el oficio en pantalla desplegados que esas recurrencias se terminan obviando naturalmente. El guión es lo suficientemente atractivo como para complementar la dramaturgia de la historia con los hechos reales de manera natural y fresca. Es lo que ofrece la dramaturgia de mayor calidad.
Es más, lo realmente cautivante y vertiginoso de I’m Still Here es cuando el filme desliza hasta el público la obligación de mirar hacia adentro para hacerle comprobar que casi toda Latinoamérica es parte de una misma historia. De hecho, es precisamente para el público chileno que esta película seguramente se sentirá como una historia irresistiblemente universal. Duele como emociona.
Quizás algunas de las claves para entender la perspectiva que la propia película intenta poner sobre sí misma y su propia historia está en, valga la redundancia, el sentido de la perspectiva sobre el tiempo con el que se aborda la propia historia. Y esto no se refiere necesariamente tan solo a los saltos temporales tan amplios. Sino también al estilo de filmación del primer acto. Hay un dejo en el lenguaje cinematográfico por la nostalgia que claramente denota intencionalidad. Y es la misma sensibilidad que termina por aportar para cerrar el círculo de emociones que la historia venía imprimiendo.
Si a esto le sumamos el final de la película, que considera dos elipsis temporales mayores, nos queda una suerte de gran obra nunca antes realizada aún en otros territorios donde estaban todas las facultades para hacerse. Precisamente como Chile. Quizás más de alguna persona recuerde el final de la serie Los 80, que debe ser lo más cercano que existe en Latinoamérica. Pero el carácter individual que considera la naturaleza del artefacto fílmico le da una circularidad inédita a I’m Still Here que no se puede obviar. Es una película tanto importante como necesaria. Parece de muchos referentes a la par, pero en realidad son pocos, cuando no ninguno, los ejemplos de pares que realmente califican como tal.