Escrito por Antonia Hernández
Robbie Williams visitó Chile por primera vez en 2004, en un paso por nuestro país que no estuvo exento de polémica, incluyendo un curioso encontrón con la prensa y la farándula nacional. Con una carrera ya consolidada y éxito tras éxito sonando en las radios de toda Latinoamérica, el británico regresó en 2006 para debutar en el escenario del Estadio Nacional ante 50.000 espectadores.
Dos visitas más se sumaron a su historial en Chile, y a siete años de su última presentación en 2018 en el Movistar Arena, Williams ofrece un nuevo acercamiento, esta vez desde la pantalla grande con su biopic ‘Better Man’.
Dirigida por el australiano Michael Gracey, esta adaptación de la vida del cantante llamó la atención desde un inició por una osada decisión: el protagonista no sería un actor físicamente similar a Robbie, sino que un chimpancé generado por computadora, dando vida al músico y todas sus particularidades. Con Jonno Davies detrás de la captura de movimiento para el primate, este enfoque fue explicado por Williams como una representación de su sensación de discordancia con el resto del mundo, y su relación con la fama, sintiéndose en muchas ocasiones como un mono en constante performance frente al público.
Entre la fama y el fracaso
En ‘Better Man’, pareciera que Robbie Williams no intenta demostrar algo que no es, y aunque el arco de redención va incluido, la narración se enfoca en reconocer los errores del pasado y sus consecuencias. Se trata de un ejercicio de honestidad notable, que recorre los momentos más oscuros y difíciles de la carrera del artista, abarcando sus problemas con las drogas, su primera separación y su lucha contra las inseguridades más corrosivas y profundas, todo acompañado siempre del ya reconocido humor negro del cantante y su carisma sarcástico.
‘Better Man’ cuenta una historia que habita el límite entre el triunfo y el descalabro, explorando las sombras que la fama esconde y todo aquello que queda fuera de los focos del espectáculo. Es el peso del mundo contra la ambición, navegando entre sueños, demonios y el desenfreno que conlleva la obsesión con la imagen personal y el afán de entretener.
Espectáculo visual con identidad propia
Uno de los puntos más altos de la película, y justificación suficiente para verla en pantalla grande, son sus escenas musicales. Con un repertorio que incluye los más grandes éxitos de Williams, además de tres canciones originales para la película, el montaje y la producción de estas secuencias se asemejan al estio de Gracey en ‘The Greatest Showman’ (2018). Se trata de coreografías eléctricas que, junto a efectos especiales vibrantes, crean una orquesta visual impresionante donde colores, danzas y fantasía se fusionan en pantalla, reflejando tanto una grandeza exitosa como los momentos más trágicos y emocionales de la historia.
La decisión estética del primate CGI resulta sorprendentemente coherente, el personaje excluido e incluso alienado de Williams encuentra un reflejo acertado en su representación homínida, y aunque en un comienzo toma cierto acostumbramiento, rápidamente esta premisa aterriza con solidez.
Aún así, pese a sus osadas apuestas creativas en cuanto a lo visual, la narrativa no dista mucho de la estructura tradicional de un biopic, una ruta asegurada que nos adentra en una historia de Williams repleta de guiños a los hitos más conocidos de su carrera: su paso por la boyband Take That, su debut en la gigante arena británica de Knebworth, su estancia en rehabilitación y otros famosos momentos víctima del escrutinio ante las cámaras y el público.
La exploración de su vida familiar, especialmente su relación con su padre, aporta una nueva perspectiva sobre el comportamiento errático de Robbie en sus primeros años de fama. Este enfoque permite un entendimiento más profundo de sus batallas internas con su identidad y su rol como artista, y aunque la ambición estética del filme no resonará con todos, su profundidad emocional y riesgos creativos definen a ‘Better Man’ como una propuesta destacada dentro del género biopic.