Escrito por Nicolás Merino A.
Fotos por Andie Borie
Por una buena montonera de años, la idea de tener a Converge en Chile tan solo era platónica. Cada año, sus mejores discos seguían (y siguen) envejeciendo aún mejor que cualquier vino conocido y, asimismo, las oportunidades de ver a la banda en Chile brillaban por su ausencia… O eso hasta ayer.
Esta historia en específico es un poco más larga, pues aparte de la expectativa natural por cualquier banda debutante en Chile, el caso de Converge salió particularmente tramitado. La fecha original del debut de la banda fue anunciada a finales del 2019 y estaba pactada para el 20 de marzo del 2020. Está de más mencionar lo que pasó precisamente en marzo ese año y que, naturalmente, terminó por impedir la realización del concierto. Lo que no sobra repasar es la sincera energía que se destapó en internet. Desde luego que en términos poblacionales, quizás no son tantos los chilenos pendientes de Converge, ni tampoco es un tema de agenda social ni nada, pero para aquellos que les importa, efectivamente era un tema: ¡Converge por primera vez en Chile! No podría resultar de ninguna otra manera sino simplemente histórico.
Llegó la pandemia, el concierto se suspendió, luego se volvió a anunciar para abril de este año, pero de nuevo se tuvo que postergar. Cuento corto: ayer, 7 de noviembre del 2024 en el interior de la Sala Metrónomo, por fin se concretó el debut en Chile de una de las bandas más importantes de la historia del metal y, por qué no, derechamente la más importante de la historia de su género, el mathcore. Y es que Converge es una banda pionera de tantas cosas que la mera comprensión del fenómeno puede ser, en sí, un desafío algo apabullante. Lo que salió fue una jornada que, quizás siendo algo de nicho, igual salió inapelablemente histórica.
La banda convocada para abrir la jornada fue, como no, Chances. Probablemente la mejor opción entre las bandas de metalcore que andan dando vueltas en Chile. Para efectos netamente de show, no solo tienen unas capacidades interpretativas y presencia escénica que ya desearían tantos otros proyectos, sino que además tienen lo más importante, que radica simplemente en tratarse de música buena. Tanto el Distancia Focal (2016) como el Chances (2023) son grandiosos trabajos, incluso para el panorama internacional. Siempre es genial verlos en vivo y ayer no fue la excepción. Chances en vivo siempre es una materialización de “se juntaron el hambre con las ganas de comer”. Manejan una sumatoria perfecta.
Cerca de las 21:00 horas, los músicos de Converge fueron pasando al escenario a probar brevemente sus respectivos instrumentos sin ninguna ceremonia. Por cierto que esta actitud sería la misma durante todo el concierto. Son humanos y hacen un esfuerzo por demostrarlo. Incluso aquellas tradiciones del hardcore o el metalcore presentes en la fecha que podrían ser homologables a la tradición sacramental del rock, no eran necesariamente abordadas de forma ominosa por la banda. De hecho, fue todo lo contrario. Vinieron a tocar y punto, entienden los códigos pero eso no los hará anteponer su figura a las armas realmente filosas, que son todas esas grandes canciones.
Con esa lógica encendieron inmediatamente a la sala (llenísima, por cierto) con ‘Eagles Become Vultures’, a la que le siguió la famosilla ‘Dark Horse’ sin ninguna reverencia. Se establecieron rápidamente las dinámicas y el público entendió. A diferencia de otras oportunidades, la sala no tenía montada la barricada al frente del escenario, lo cual no se puede interpretar de otra forma que una invitación a subirse para luego lanzarse, lo cual pasó una incontable cantidad de veces. Literalmente “dos cucharadas y a la papa” o quizás menos de dos cucharadas. Las reglas quedaron servidas al tiro. Y aunque el público se trajo sus ritos mosheros más exclusivos de esta tradición musical, nunca se pasaron al lado estúpido y congeniaron bien entre ellos y con la banda. De ahí salió un ambiente muy sinérgico y agradable.
Nunca mejor dicho, la estructura de este show funcionó como un paseo por las distintas facetas de Converge. Son palabras un poco baboseadas pero aquí se aplican perfectamente. Aún existiendo una formalidad basal, si hubieron distinciones notables como que lo que venía del You Fail Me (2004) invitaba al groove y al baile basado en este, mientras que los temas de The Dusk In Us (2017) se iban por la meditativa, y así. Por cierto, las únicas dos canciones que tocaron (además, pegadas) del celebrado All We Love We Leave Behind (2012), el tema homónimo y ‘Predatory Glow’ fueron una suerte de punto aparte en el concierto, pues corresponden al que probablemente viene siendo el disco más ensimismado del proyecto, y la forma en la que encajaron esa energía fue magistral.
Algunos se emocionaron de manera particular con ‘All We Love We Leave Behind’.
Y sobre la performance de Bannon, debería existir claridad de que, llegado este punto de una carrera de estas condiciones, sinceramente ya no queda nada que demostrar. Si le pedían el micrófono lo pasaba y punto. A veces se saltaba versos, otras la misma pista de voz se perdía y un poco como que daba lo mismo. Los otros tres músicos hicieron un trabajo impecable. La capacidad para mantener el orden se hace absurda cuando se trata de canciones así, y más encima radicando la responsabilidad tan solo en tres instrumentistas. El hecho de que anden con un solo guitarrista es para no creer, y lo peor (o mejor) es que tampoco es que ande luchando por llenar las canciones con su instrumento. Ese músico tiene una capacidad de síntesis y compresión inédita.
Ahora, esta actitud tan indiferente de la banda claramente no estaba motivada por frivolidades como intentar perfilar una actitud determinada. Y es una parada que, sinceramente, tampoco da para ser señalada como un problema de la banda. Esto no fue un show parafernálico de rock. Todo lo que se pudo entender como deliberadamente performativo no era más que una reacción natural a la música misma. Sí, cada músico estaba un poco en la suya, pero aún así siendo capaces de dar con una comunicación y orden fascinantes. Y desde luego que aportó la selección de canciones, particularmente basada en los lanzamientos más clásicos y celebrados. Y con una obra tan sólida y compleja en la que manda la calidad por sobre cualquier tontería, entonces no estamos hablando de virtuosismo, estamos hablando de virtud. Así, virtud en términos aristotélicos.
De hecho, otro gran encaje, esta vez casi al final, fue esa suerte de espacio dedicado al discazo que es Axe To Fall (2009). Partiendo con una dupleta compuesta por algunos de los temas más acelerados y thrasheros de Converge: ‘Reap What You Saw’ pegada con ‘Cutter’ y luego un corte basado en ese rincón progresivo de la banda estimulado por las estructuras eclécticas e impredecibles: ‘Worms Will Feed / Rats Will Feast’. Una maravilla.
‘I Can Tell You About Pain’ dio un poco una nota algo más pausada, que terminó de reventar con la única que tocaron de la obra maestra Jane Doe (2001), ‘Concubine’, una canción tanto técnica, como brutal, como icónica. Y hay que decir que la gente se desató. Más personas de lo normal se subieron al escenario y los combos entre ellos ahora iban arriba del escenario mismo. Se disipó cualquier atisbo de disciplina en el stage diving y se le dio rienda suelta al alma.
La banda no hizo ningún esfuerzo por actuar un bis. Nadie hizo el teatro de bajarse del escenario para dar con la mímica de la sorpresa. Si se encendieron las luces y los músicos se descolgaron sus instrumentos unos segundos, como para marcar el punto aparte, pero no más que eso.
Se pueden rastrear algunos bis recientes de Converge y dar con la interpretación de ‘Jane Doe’ completa o, más recurrentemente, un curioso cover de ‘Wolverine Blues’ (una extraña pero exitosa salida de Entombed). Pero para el caso de Chile, la banda se puso con nada menos que ‘The Saddest Day’, un temazo de cerca de siete minutos muy ecléctico. Un viaje en sí mismo, encapsulado con maestría en una canción sin frenos ni meditaciones. No se puede describir como otra cosa que un milagro. Además, fue la única canción de la noche perteneciente a la faceta noventera de Converge, cuando eran igual de brutales pero menos solemnes. Una época quizás ignorada por metaleros y melomanitos, pero abrazada por fanáticos. Aunque improvisado, ciertamente fue uno de los momentos más altos del concierto. Les salió impecable.
Al terminar efectivamente la ejecución ya no había mucho más que hacer. Los músicos se veían tanto felices como realizados. Son Converge y lo saben, pero no necesitan darse color. Al último grito de Bannon, le siguió un lanzamiento con rabia del micrófono hacia el techo del local, pasando a llevar con fuerza ese orgulloso cartel que cuelga anunciando METRÓNOMO. La imagen de la despedida no incluye nada de fotos grupales, ni reverencias, ni lanzamientos de uñetas, solo esas letras de neón blanco balanceándose unos metros sobre de la cabeza del fanático que tomó el micrófono que descansaba sobre el escenario vacío para gritar “aguante Converge conchetumadre”.