Cine

Anora, de Sean Baker: Otro portazo de los centros de poder

Sean Baker es probablemente el cineasta norteamericano más importante de su generación. Corta. Es innecesario darse más vueltas. Vaya a saber cada quien si es el mejor o no, pero a la luz del mundo que habita el siglo XX, probablemente no haya ejercicio filmográfico más valioso que dedicar la obra a retratar cada rincón del trabajo sexual en Estados Unidos desde el prisma más humano e inédito que se pueda encontrar. Este año volvió a reafirmar su valor con Anora, su último filme.

Este texto presenta alguna reflexiones sobre él.

 

Sobre la obra de Sean Baker

Alguna vez se habló de Batman como un “diamante perfecto”: se puede iluminar desde cualquier ángulo y siempre dejará alguna proyección interesante. Sería algo insensible hablar del cuerpo de trabajo de Baker en esos términos, pero la realidad es que la visión general de su obra no arroja resultados muy lejanos a la analogía. El cineasta lleva más de una década encargándose de tomar historias a propósito del trabajo sexual. Es como un cronista (o más bien un perfilador), pero de esos con una capacidad de estilización tan alta que le terminan de aportar una dignificación a veces tan necesaria a estas historias.

Probablemente la referencia más exacta a la obra de Baker y cercana sean las divisiones temáticas por temporadas que presentó The Wire. Porque sí, las cinco se tratan de la persecución policial al narcotráfico en Baltimore, pero cada una presenta un ángulo distinto según algún sector específico de la sociedad y lo que este proyecta sobre la misma. Lo mismo con las películas de Baker, pero incluso subiendo un poco la apuesta, pues aún cuando su filmografía parte en Nueva York, desde Starlet que se va para no volver. Además de seres distintos, su obra nos permite ver estados dan distintos que más de alguno incluso hablaría de países distintos.

Las producciones de Baker siguieron el camino de algunos grandes directores americanos de los noventas. Supo solapar muy progresivamente lo que es considerable una película absurdamente barata, casi artesanal, con la que termina por suponer gastos medios a una productora. O más bien gastos medios-bajos. No tardaron en aparecer figuras como Willem Dafoe en la planilla de trabajo, y así mismo Mikey Madison, protagonista de Anora y, desde el estreno de Anora, oficialmente otra de las más grandes jóvenes estrellas en alza dentro de Hollywood.

El caso es que convoca a este texto es que Anora ganó la Palma de Oro en la edición 2024 de Cannes. El mismo año de la desfachatada y polémica inauguración a la francesa de los Juegos Olímpicos fue también el año en el que el festival de cine más importante del mundo, casualmente francés, otorgó su premio de mayor peso a la película más desfachatada en competencia. Y aunque el occidente quiera creer que es un tabú superado, el día a día nos demuestra que no: al mundo le cuesta mucho hablar sobre el trabajo sexual. Baker y Anora pusieron un golpe en la mesa y la esfera cinéfila tendrá que hacerse cargo al menos hasta febrero, cuando esta película revitalice sus discusiones a propósito de las premiaciones de la Academia.

Ni siquiera consideremos que lo más seguro es que comparta el mismo espacio de discusión adicional que se le dará a The Substance (Fargeat). Si hay una sola seguridad sobre las nominaciones a los Oscar del próximo año, es que actriz principal estará brava.

Antes acercarse a destripar el filme, no es malo ponerla en contexto en relación al resto de la filmografía. Y es que parecería reduccionista calificar Anora como otro satélite más de The Florida Project. Incluso podría pensarse denostativo, pero la realidad tras las intenciones de esas palabras no podrían estar más lejos. Pasa que Florida es una película demasiado grande, y pareciera que cualquier otra cosa que haga Baker al menos tenderá a parecer una extensa ramificación de alguna hebra ya abordada en ese filme.

De hecho, Red Rocket no significa ninguna excepción a este patrón (que por lo demás funciona de forma retroactiva). Y sinceramente, tampoco lo es Anora, al menos en términos temáticos. Sí la protege el simple hecho de ser una tremenda película, de altísimo nivel y una obra lo suficientemente autosuficiente como para ser mirada por si sola. Y un elemento para nada menor es que las ambiciones actorales de las que se hace cargo Madison son simplemente descomunales. En más de alguna oportunidad se roba el filme.

Sobre Anora

Ahora, sobre la película misma: Ani (Madison) es una trabajadora sexual del siglo XX con ciertas comodidades y regulaciones, sí, pero aún así expuesta al desamparo de las facciones de riesgo social implícitas en su trabajo. Es en este contexto en el que se encuentra con Ivan (Eidelsten), un adulto joven (de mente considerablemente infantil) ruso e hijo de padres millonarios que vive una vida de hedonismo sin tapujos en Estados Unidos.

Ani e Ivan comienzan una relación motivada únicamente por el motor económico que Ivan es capaz de pagar. Eventualmente, Ivan termina enamorándose de Ani en el marco del desorden mental que produce el choque de su inmadurez con su vida enmarcada en una desamparada fantasía. Le pide matrimonio a Ani. O más bien le ofrece comprar su exclusividad, que termina manifestándose en una contracción de matrimonio por ambas partes.

Indiferentemente de si era predecible o no, el nudo de la película no versa sobre esa circunstancialidad en las dispersas vidas de estos personajes. La verdadera trama es lo que ocurre en las veinticuatro horas que se toman los padres de Ivan y sus empleados para anular el matrimonio, mientras Ani intenta salvarlo.

Hay un momento muy específico en el que la película lentamente empieza a ceder a un cambio de ritmo que instala otras herramientas narrativas y otro tono. No es un fallo, nada más lejos. Es un cambio de retórica. Por ponerlo en términos de referencias, entramos en un juego de una sola noche a lo Linklater pero en el que se la trama solo se puede desenvolver a medida que van cayendo datos en las esferas de conocimiento de los personajes, precisamente como en el tercer acto de Tangerine.

Y sí hay veces en las que esta pisada en el freno puede sentirse algo extraña. La frase pre armada de las “dos películas en una” igual encuentra su uso justificado en esta cinta. Pero hay que reconocer que en esas lagunas en las que se podría considerar que el guión no termina por encontrar su justificación, Madison es la encargada de echarse la película al hombro varias veces. Es una de las mejores actuaciones de la década, con distancia. Ni siquiera existen ejes de comparación. Y es inevitable que ese mérito se devore la pantalla completa un par de veces.

Madison está muy enterada de los códigos dialécticos de ese limbo entre la generación Z más temprana y los últimos millennials. Plasma una seguridad absurda sin titubear en ningún momento. Su actuación es además una victoria para su generación. No se guarda nada y todo lo despliega con una elegancia y control que ya desearía otra gente que incluso se esmera por trabajar en un perfil más dramático.

Algo que se dice no solo de Baker, sino de esta línea de producción estadounidense (la de Neon o A24) es que han dado, haya sido intencionalmente o no- con ciertas lógicas de producción que inevitablemente obligaron a poner la cámara en el EEUU profundo. Aunque también es verdad que las películas de Baker parten desde ahí, no es que lleguen ahí. Y para el perfil alguien tan preocupado del realismo de sus historias, quizás sería mejor preguntarse si eso que entendemos como “profundo” no es simplemente EEUU tal como es, lleno de historias humanas y conflictos que chocan con la pobreza en la que viven miles.

El caso de Anora si despierta ciertas sensibilidades que pueden alejar a la audiencia de lo que entienden como el mundo real. No es que Ivan sea de una familia simplemente acomodada, es que maneja una cantidad de dinero que roza lo estúpido. Y la trama igual pone a Ani en el marco de una dialéctica parecida a algunas tradiciones moralistas como La Cenicienta, por ejemplo, que inevitablemente deriva en códigos visuales que imprimen algo de fantasía. Y el quiebre en el ritmo tiene algo que ver con eso. Además que termina por hacer esta película bastante más accesible que casi cualquier otra de Baker.

Anora es, naturalmente, la historia de Ani. Un viaje a las periferias de los círculos de poder privado. Todos los personajes que no mantienen algún vínculo sanguíneo con Ivan están al borde de la pobreza. Todos obran por o para la familia de Ivan. Y no deja de ser deprimente ver un acto completo de gente excluida de la sociedad que se ve obligada a cooperar motivada por un capricho infantil. Es un alcance temático más que válido con Florida, pues ambos son filmes sobre las vidas de quienes habitan en el último borde exterior de los centros gravitacionales del poder.

El punto más interesante y donde la película realmente termina de explotar es cuando nos empezamos a enterar de los reales sentimientos de Ani frente a toda esta situación. Con la audiencia, ella va entendiendo que no es solo que la rechacen de esta esfera social, porque la solución de volver a donde estaba antes es, además, volver a un lugar donde ya de por sí estaba desplazada del mundo. Y para cuando la película ya va cerrando, la situación se hace incontrolable. Vio el portazo y no puede dejar de verlo. El último plano es simplemente desgarrador y la película cierra perfecto: el orden del mundo te desplaza hasta despojarte de cualquier humanidad. Tras la trágica y mal lograda odisea, solo le queda volver al anonimato nominal que le ofreció el único que nunca le cierra las puertas a nadie: el capitalismo.

Ani es, como no, otra víctima inocente del mundo en el que está inserta, como cualquier personaje de Baker. De hecho, este último está mucho más cerca de alguien como Alfredo Gómez antes que otro como Charles Bukowski, por ponerlos en términos literarios. Y esto es considerando la desmedida estilización que Baker es incapaz de contener. Porque eso es lo otro, aunque en realidad pasa más como garantía: el desempeño de la dirección es simplemente maestro. Se da por sentado y lo realmente sustancioso es lo que viene abajo del estilo, que ya de por sí es bastante admirable.

Es una película que, sin siquiera meditar, entra en las mejores del año. Fácil. Y ni siquiera tiene que ver con entrar a compararla con otras películas. El año es 2024 y Anora es la película; los temas sobre la mesa y las facultades cinematográficas están, el contexto también está. No es casual que estas historias sean estrenadas justo ahora. Hay una simbiosis entre contingencia y contundencia que automáticamente la ponen arriba de cualquier otra cosa que se limite a presentarse bien hecha.

 

Anora se estrenará en Chile el próximo jueves 31 de octubre vía Andes Films.

También puede gustarte...