Live Review

“Sin gloria pero sin pena”: Calamaro se presenta por primera vez en Puerto Montt

Escrito por Felipe Oyarzún
Fotos por Paola Andrade Sánchez

El acento chillón de una rubia teñida porteña interrumpió la amena conversación que sosteníamos con Paola (fotógrafa). Habíamos trabajado juntos para Los Bunkers en el Arena Puerto Montt para este mismo medio, pero no habíamos tenido el agrado de conocernos. Ese jueves 10 de octubre de 2024, el destino fue más amable. Sin embargo, Olga Castreno, manager de Andrés Calamaro, quien se presentó como la hermana de Andrés (la muy mentirosa), no parecía conforme con que la velada transcurriera de forma tranquila. Parecía que, en la primera vez del argentino en la capital de la Región de Los Lagos, el destino, en su visión de representante, conspiraba para que el concierto fuera un desastre: solo 1/3 del recinto [que hasta ahora ha albergado la mayoría de los conciertos importantes del sur de Chile —y es indiscutible que la mente creativa detrás de ‘Alta Suciedad’ (1997) se presentaba como un broche de oro—] estaba ocupado. Y un adelanto: no se llenó más.

Es difícil creer que, simple y llanamente, Calamaro haya pasado de moda. No, por más que esto pudiera ser cierto, en una ciudad de provincia siempre llenaría las gradas de cualquier estadio, porque su legado pesa más que cualquier tendencia. Nos podrá gustar más o menos, pero su valor en la música pop hispanoamericana es indiscutible.

Pero sea como fuere, la paranoia de esa histérica podía reflejar bien el hecho de que, por culpa de los altos precios, había llegado poca gente al concierto. Quizás ese nerviosismo obedecía a la conciencia de que se había cometido un error al intentar hacer pagar precios tan elevados a un público acostumbrado a ver en su ciudad cosas gratis: ventajas de vivir a una distancia ridículamente lejana de la capital.

Y allí estaba Olga, un tanto nerviosa, insistiendo a Paola que ni se le ocurriera hacerle un zoom a la cara de Andrés, como si las fotos pudieran revelar algo que, como público, no supiéramos: que el tiempo pasa para todos, que nuestra cara, por los excesos, queda hecha un desastre, y que, probablemente, como tantos de nuestros argentinos favoritos (admirar argentinos es una afición chilena por más que nuestro chovinismo lo niegue), llegaría a dar el concierto terriblemente duro.

Eran las 20:05, y una grúa tapaba parte de la pantalla que mostraría a los asistentes de la galería parte del concierto o, bien, en una tendencia moderna de las grandes producciones, permitirles grabar en mejor calidad a su artista. Ante la pregunta rabiosa de otro histérico bonaerense: “¿Che loco, qué estás haciendo?” —la humilde respuesta del chileno podía condensar la necesidad nacional de intentar maquillar situaciones incómodas con soluciones callampas—: “Estoy bajando sillas”.

– ¡Bajáte, loco, que el concierto ya va a comenzar!

Pero van a faltar sillas.

¡Bajá, loco! ¡Bajá!

La ansiedad de la productora chilena había intentado tapar la falta de público llenando el estadio con sillas, que estaría de más aclarar, no se llenaron.

Era una situación ridícula, que había dado paso a una comedia de estereotipos cordilleranos: la arrogancia y frontalidad del argentino, con la viveza picaresca pero disimulada del chileno. Anotando esta jocosa situación, vuelve Olga, igual de amenazante que la vez anterior, interceptándome con una pregunta: “¿Qué hacés? ¿Vos sos profesional?”. Miraba inquisitivamente la libretita que me acompaña usualmente en todos los reporteos. “¿Vos estás poniendo a prueba a Andrés? ¿Crees que está en un examen? Andá, sé profesional y ahorrate ese disgusto”.

Y si bien tenía razón, se iba a realizar un examen del setlist de Andrés para ver si era similar al que aparecía publicado en sus conciertos anteriores, en parte para comprobar si las canciones que había preparado y refrescado en mi memoria para cantar con más entusiasmo habían valido la pena. No se haría un examen riguroso o tan estricto de la figura de Calamaro; con Paola nos conformábamos con haber asistido sin pagar un peso y ser el único medio acreditado. Vanidades que nos ayudan a enfrentar el hecho de que el periodismo y la fotografía pueden ser sumamente ingratos, pero que poseen esos destellos que nos vuelven a enamorar. Y hablando de esta vanidad, a las 20:10 se acerca Olga nuevamente, como si fuéramos los árbitros de algo y no simplemente escritores y fotógrafos de un medio digital: “Loco, el concierto va a comenzar a las 20:15 en punto, y no nos jodan a nosotros porque a Andrés le molesta el retraso; solo le estamos dando una oportunidad a uno de los productores. No lo irás a anotar en tu libretita, ¿che?

En parte, nuestro amor propio se había renovado estúpidamente al recibir las explicaciones de uno de los artistas latinoamericanos más importantes. Cuando vimos que eran ya las 20:15 y el concierto aún no había comenzado, nuestra mirada, en una especie de performance paródica, se volvió inquisitiva, ahora contra Olga. Meneamos la cabeza en señal de desaprobación, pero toda esta tonta actuación fue rota por la puntualidad de Calamaro: llega con una bandana que lo hacía parecer un artista gringo de hard rock de los años 80, acompañado de los exquisitos acordes de «Kashmir» de Led Zeppelin, para dar inicio a “El día de la mujer mundial.” Así comenzó un show que consistiría casi en la íntegra presentación de uno de sus discos más aclamados por la crítica y el público, ‘Honestidad Brutal’ (1999). Los aplausos de un público sentado, compuesto en su mayoría por treintones y cuarentones, demostraron de inmediato que el entusiasmo por su música sigue intacto, pero no tanto así la energía para saltar y bailar.

Más duele” no despertó tanto entusiasmo como “El día que te conocí”, que, si bien no hizo bailar ni saltar al público sentado en la cancha, sí provocó que los de la cancha general gritaran y saltaran, dejando en claro que pagar lo suficiente para ver de cerca a un artista no es sinónimo de amor, y que a veces el cariño se expresa de manera más sincera en la escasez o en la lejanía.

En el cuarto tema de la noche, por mi parte, me llevé una decepción porque Calamaro no tocó uno de sus mejores temas (y no lo tocó en toda la noche): «Maradona«. En su lugar, tocó “Eclipsado”, donde el recibimiento del público fue tibio, si mi percepción no está tan alterada por la desilusión.

Después de la gran interpretación de “Para qué”, en la que todos los músicos se lucieron con sendos solos de sus respectivos instrumentos, se animaron los primeros entusiastas que ya no podían controlar su vergüenza, gracias a las sillas, justificadas para ocultar la avaricia de la productora. Vino una de las grandes sorpresas del nuevo setlist de Calamaro, quien no repitió de forma similar el que estaba publicado. “Con abuelo” emocionó a toda la audiencia con las primeras palabras dedicadas a los poetas latinoamericanos, en especial a aquellos que no recibieron el Nobel, como Nicanor Parra y Vicente Huidobro. Este sentido homenaje a Miguel Blanco hizo que Calamaro se volviera más comunicativo y comenzara a contar parte de sus experiencias en Chile, agradeciendo el entusiasmo contenido del público puertomontino, a quienes por primera vez tuvo el honor de conocer.

Los aviones” y “La parte de adelante” finalmente quitaron la timidez a unos cuantos, quienes se animaron a pasar a pesar de la vergüenza de algunos asistentes que estaban bostezando. Esa necesidad de apoyo de alguien más para hacer algo se reflejó cuando, aproximadamente a las 21:20, con “Crímenes Perfectos”, el público se levantó y coreó. Calamaro, por primera vez, se sintió con la confianza de callarse y escuchar a toda Arena Puerto Montt, quienes no decepcionaron al artista. Esto fue una gran respuesta de que Calamaro no ha pasado de moda; solo que quizás los conciertos están muy caros para una ciudad acostumbrada a actividades culturales baratas.

La triada de “Alta Suciedad,” “Flaca” y “Paloma” deshicieron completamente la indiferencia del público hacia la idea de demostrar su amor. En su mayoría, todos los que se encontraban en la cancha VIP ya no tuvieron miedo de quedarse afónicos con el canto, de apretarse en las barandas para intentar acercarse a uno de sus artistas favoritos y prorrumpir en gritos desenfrenados. Este necesario gesto en un concierto evidenció que había más bien poquita gente, pero que gracias a ello se había establecido un ritual íntimo entre Calamaro y Puerto Montt.

A las 22:00, puntualmente, surgió la duda de si había acabado el concierto, pero ya entonados, el público exigió el regreso del argentino. La gente abrazaba a sus parejas para volver a disfrutar de un momento mágico, que quizás se había perdido mucho después de la pandemia. Sin embargo, durante esos dos últimos temas, que fueron “Estadio Azteca” y “Los chicos,” la gente no paró de saltar, sintiéndose en comunidad, aunque fuera por un rato, olvidándose de que ya no eran los mismos jóvenes de hace 15 años ni que Calamaro era el mismo, pero que siempre podía existir una oportunidad para reencontrarse.

Setlist:

1. El día de la mujer mundial

2. Más duele

3. Cuando te conocí

4. Eclipsado

5. Te quiero igual

6. Son las nueve

7. Una bomba

8. ¿Para qué?

9. Con Abuelo

10. Los aviones

11. La parte de adelante

12. All You Need Is Pop

13. Voy a dormir

14. No tan Buenos Aires / Clonazepán y circo

15. Cuando no estás

16. Crímenes perfectos

17. Tuyo siempre

18. Alta suciedad

19. Flaca

20. Paloma

Encore:

21. Estadio Azteca

22. Los chicos

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