Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Francisco Aguilar
El regreso de Leprous a nuestro país fue de lo más bullado dentro de las comunidades metalheads que disfrutan de lo progresivo, y de cierta forma, los motivos tras ello ya están configurados por la misma posición que ostentan los noruegos en el panorama. Después de todo, se podría argüir que la agrupación de Einar Solberg y cía. comandan la ola de bandas de metal progresivo nacidas en la segunda mitad de la primera década de los 2000, así como de la década del 2010 –siendo Haken otros nombres célebres–. En ese sentido, la propia leyenda de la agrupación se ha ido construyendo con grandes composiciones que resisten cualquier tipo de limitación, llegando a coquetear con los elementos más sintéticos de su propuesta, así como llegando a considerar los ápices art rock y rock progresivo.
Tan esperado era que, agotaron las entradas para el primer venue dispuesto a este –La Cúpula–, para cambiarse al Teatro Caupolicán, en una jornada que contaría también con uno de los nombres de culto más importantes de Noruega: Borknagar. Con dichos ingredientes, estaba todo dicho y dispuesto para que se levantara una jornada recordada para miles de fans del prog. Pero, y cómo veremos después, la verdad es que las expectativas fueron superadas.
La agrupación encargada de abrir los fuegos fue Domic, nombre célebre del heavy metal nacional, que desde las 19:30 aproximadamente entregó un puñado de cortes adyacentes al heavy con una influencia importante del hard rock. La incisiva y armoniosa voz de Paulo Domic brillaba entre el engranaje de riffs dispuestos con canciones como «Your Insurrection» y «Prison», dejándose ver una influencia importante de nombres como Judas Priest, Deep Purple y Black Sabbath, lo que llamó la atención de aquellos espectadores casuales. De esta forma, y con un ambiente sumamente respetuoso, «Blight» dejó la vara alta para una presentación que seguramente se llevó unos cuantos seguidores.
Siendo el turno de los escandinavos Borknagar, les recibía un Teatro Caupolicán ya lleno que, a las 21:00 hrs. se encontraba completamente ansioso de lo que se traerían ICS Vortex, Øysten Garnes y sus compañeros. Un encuentro anhelado del cual ya tuvimos una probada el martes 14 de noviembre en Sala Metrónomo, y que, en esta ocasión, traería sus fríos vendavales al recinto de San Diego, comenzando con ni más ni menos que «The Fire That Burns» –de ‘True Norte’ (2019)–. El presente discográfico de la agrupación es inusualmente celebrado –al menos en comparación con otros nombres contemporáneos que lleven tres décadas en el ruedo–, y exactamente este trabajo invocó un espíritu aventurero en fans que dejaban girar sus cabelleras en el aire, y otros que levantaban fervientemente sus voces con otros tracks como «Frostrite» –del ‘Urd’ (2012)–, «Voices» y «Up North».
Sin embargo, la banda sabía que la espera había sido larguísima –no venían desde su debut el 2017 en la Blondie–, por lo que los regalos venían una tras otro, como la dupleta de «Colossus» y «Ruins of the Future», del seminal ‘Quintessence’ (2000), entregando los colores más agresivos que, aún dentro de la imbatible densidad sonora de sus frecuencias, dejaba relucir en sus colores imaginarios extraídos directamente del folclor noruego. Tras ello, vino una revisión insuperable de sus primeras tres placas, regalándonos al Borknagar más abrasivo, con el filo viking y black de «The Dawn of the End», o bien, las formas más prog de «Universal».
Así, la presentación, estruendosa como ninguna, instaló un regalo del debut homónimo, «Dauden», dejando el rostro más agresivo de los noruegos, que se paseaban por el escenario, ante las siluetas de almas impasibles que se dejaban querer ante el calor chileno. Con el clásico moderno «Winter Thrice», la presentación dejaba bastante en alto la vara, con coros entusiastas de sus fans. Una gran presentación acompañada de un carácter sumamente cercano, destacando el como se sacaron fotos con sus seguidores en los pasillos del teatro con una actitud siempre amable.
Respecto a lo obrado por Leprous, quienes se hicieron con el escenario del Caupolicán a las 10:30 que se veía especialmente inmenso –no pusieron los paneles oscuros en los extremos que suelen poner en otros shows–, hay a lo menos 3 puntos primordiales de cómo abordar lo sucedido el día de ayer en el recinto de San Diego.
Por una parte, la agrupación noruega vive su presente. Lo cultiva y nutre, dejándose influenciar tanto por su entorno como por su propio crecimiento orgánico. En este sentido, no les pesa el peso de su propia historia sino que, más bien, muestran una palpable fascinación por el ahora y el mañana. De ahí que en su set haya estado cargadísimo a su discografía más reciente –desde ‘The Congregation’ (2015) en adelante, para ser más precisos–, sin recurrir a su trabajo temprano de obras como ‘Tall Poppy Syndrome’ (2009) o ‘Bilateral’ (2011). Sus fans saben eso, y en vez de resistir la voluntad de Einar Solberg y sus compañeros, la viven junto a ellos. De ahí que la apertura del show haya mostrado rápidas muestras de ello, desde la inicial «Out of Here» -de ‘Aphelion’ (2021)–, y la fervientemente coreada «Illuminate» –de ‘Malina’ (2017)–.
Quedaba clarísimo que el propio presente de la banda era el núcleo mismo de su presentación, y de cierta forma, también de su propia carrera. De ahí que la misma grandeza y creatividad de los noruegos sólo crece y crece, quienes han visto en sus últimas obras un coqueteo de cerca con el art rock –y bueno, el prog rock cada vez más estructural–. Todas las personas que estábamos ahí cantamos el estribillo «Illuminate, Your God might not try, Light your way» como si fuera un clásico de más de una década –además de estar completamente embobados por el verdadero deleite que era escuchar a Solberg trascendiendo con facilidad el sonido logrado en estudio–. Sin embargo, si hubo un guiño a esos años más metaleros y pesados con «The Valley» –del tremendo ‘Coal’ (2013)–, desatando un caos que mostró un ímpetu tal que hizo saltar a cada individuo que posó su presencia en el recinto, y no sólo eso, pues aún en sus métricas desafiantes, el ambiente engendrado por el carácter ominoso de sus puentes e intersecciones intermedias realmente le daba un gusto particular a su coro. Sonaba muscular, por así decirlo, como si esos speakers respiraran.
Otro punto importante a destacar es el sonido, idea principal de escrito, que dio un vistazo soberbio del concepto que trasciende las definiciones técnicas del mismo. Hay que celebrar las habilidades del sonidista de la agrupación –y de todo técnico involucrado en esta área en sus presentaciones–, y es que realmente cada textura, guitarra, bajo, sintetizador, voz y batería eran prácticamente tangibles, completamente distinguibles el uno del otro, y conjugados a la perfección en la mezcla. Por supuesto, el otro lado de dicha labor queda en la propia interpretación de los músicos, y es justamente aquí donde quisiera detenerme un poco.
Un elemento vital para una buena presentación es la calidad del sonido, el cual puede tanto emular el trabajo en estudio –con el inevitable prisma del en vivo–, o bien, elaborar un color nuevo casi exclusivo para sus presentaciones en vivo –yendo a otros sonidos, es una práctica que nombres como Metallica y Arctic Monkeys realizan bastante–. Sin embargo, hay otra formulación de ello, que es la conjugación de todos los elementos fundamentales de la forma más armoniosa posible, el que, a mi parecer consta de 3 factores como mínimo: el factor técnico, el factor en vivo, y el factor humano. Una ecuación que entrega la mejor forma en la que presentar sus canciones, lo que, yendo directamente a los ejemplos del show, está totalmente repleto de evidencia de esto.
Normalmente las canciones más recientes suelen tener las reacciones más tibias de las audiencias. En este caso, el tracklist de ‘Aphelion’ (2021) sería quien sufra esta particularidad, pero, y nuevamente, lo más importante es el cómo se presentan las canciones. Leprous lo sabe completamente, por libro, y totalmente graduados al respecto, entregando temas como «On Hold» y la sutil «Castaway Angels» con colores tan cristalinos que penetraban profundamente la percepción, a través de una interpretación intensa, móvil y viva que, por decirlo menos, realmente deslumbrante.
Pero, ¿cuándo ello alcanza un nivel aún más alto? Cuando el público se pone a la altura de aquellos en escena, compartiendo los decibeles armonizando con sus voces. Eso fue lo que pasó con éxitos como «From the Flame», que hizo que se levantara un mar de voces en el hipnótico estribillo «You’ll find me here. When I’m gone. Where I made…«. Pero no se sobreponía sobre lo expresado a través de los speakers –y viceversa, tampoco–, sino que era como un diálogo fluido que realmente a más de alguno le hizo derramar alguna lágrima, o algún tipo de reacción. Pelos de punta, piel de gallina, escalofríos, lo que sea. Así de estimulante era, así de sorprendente era lo que sucedía. Una constante que seguiría con temazos como «The Flood», «Alleviate» –el primer corte de ‘Pitfalls’ (2019) de la velada–, y «Stuck».
Uno de los momentos más cautivadores de la noche, y que persigue también lo descrito anteriormente, fue lo que sucedió tras «Stuck». Con el vocalista anticipando otro corte de ‘Pitfalls’ (2019), llegaría «Below». Con su paso lento, sentido y sumamente atrapante, todo el teatro armonizó con cada una de las líneas vocales, mientras los riffs pisoteaban las atmósferas a su propio paso, dejando el sonido suspendido en el aire para la llegada de «The Price», el hipnótico y adictivo track de ‘The Congregation’ (2015) que sonó aún más increíble de lo que ya se sabía. Una sección rítmica exquisita, de aquellas que se quedan pegadas en la retina, sonando una y otra vez, alentando las palmas al unísono, y subsecuentemente los coros que sonaron más fuerte que nunca. Tal fue la conmoción, que un inevitable «olé, olé, olé, Leprous, Leprous…» llegó, agregando a la calidez de la velada
Este es justamente el último punto a tratar. La cercanía. Aún si es que el conocimiento popular tiene a la población del norte de Europa como gente frívola, la verdad es que, y a su manera, Leprous se aleja muchísimo de ello. No es algo que sólo se vio en el concierto, con un Einar inquieto y lleno de manerismos, o un Simen que traía su bajo a tan sólo centímetros de la reja para la gracia de sus fans, sino que también es algo presente en su carrera. Sabida es el contexto que rodeó la construcción de ‘Aphelion’, la pandemia, y en la experimentación musical para mantener viva la llama de sus vidas, «Nighttime Disguise» nació justamente por los aportes de sus fans, y la que dió fin al primer tramo del set. Algo iracunda y fulminante, la audiencia se entregó a la propia demencia entregada.
Por supuesto, no acabó ahí. Tan solo un amague que, rápidamente, trajo la inmensitud de «The Sky Is Red», uno de los tracks más ambiciosos de ‘Pitfalls’ (2019) y que bañó de rojo las miles de siluetas que llenaban el Teatro Caupolicán. Y la verdad es que todo quedó en lo más alto, debió haber terminado ahí. No hubiera pasado nada y todo el mundo se habría ido feliz –siempre faltarán canciones con las grandes bandas, después de todo–. De hecho, estaba estipulado a terminar ahí. El setlist programado no contemplaba nada más. Pero el calor chileno fue tal, que los noruegos no se resistieron a corresponder el cariño recibido, con un último regalo: «Slave». Todos ascendimos a lo más alto.
Eso es lo que hace una buena presentación. La gente realmente vinculada a su arte, al ahora, y a sus propios deseos muestran un particular cuidado en todos los detalles, así como se dejan nutrir por todo lo que sucede. Eso es lo que Leprous logró, eso fue lo que nos regalaron. Una de las mejores presentaciones del año, que quedará la posteridad como la vívida representación de aquello conocido como el verdadero sonido perfecto.
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