Escrito por Jocsán Sánchez
Fotos por Pedro Downey
La importancia de Whiplash es, por sobre todo, una declaración de principios. Totalmente insertos en las lógicas del under, la agrupación de Tony Portaro quiso diferenciarse en su momento de sus contemporáneos del Big Four y el Bay Area con un thrash metal que contemplaba el aspecto técnico y el revoltoso en proporciones iguales, casi idénticas, e íntimamente relacionadas. En ese sentido, su carrera no ha sido fácil, pero la revitalización reciente que se ha hecho presente en su historia, fue el argumento ideal para poder verles en nuestro país.
Originalmente pactado a suceder en el Teatro Cariola, el thrash no se rinde, no se conforma, busca soluciones y se adapta. Ese aspecto siempre outsider, constantemente resistiendo, es el corazón mismo del afamado subgénero. Claro, la fiesta de circle pits, cervezas derramadas en el aire y headbanging incesante es un aspecto prominente y el más llamativo a primera vista, pero esa colectividad se logró únicamente al unir el corazón en fraternidad, y dando una voz furiosa y descontenta con el sinfín de vicisitudes que azotan la sociedad moderna. Es desde esta idea en donde Whiplash se inserta.
Ante la súbita bajada de Massive Power, los clásicos chilenos Disaster se hicieron con el desafío de tocar por más tiempo del que estaba originalmente programado –otra vez, el thrash se adapta–. Una tarea sencilla, considerando los años de experiencia encima, y por sobre todo, el inmenso catálogo infernal de éxitos que tienen. De ahí que la ira en pleno estado de ebullición haya invocado un estado de trance entre celebración y protesta con canciones como «Motosierra del Infierno» y «Atormentado», y es que, la agrupación nacional mostró un aspecto clave del thrash. Sí, su aspecto reaccionario está inundando en rabia, pero en dicha comunidad, o bien, en aquel lenguaje de protesta, perfectamente pueden cohabitar el aspecto celebratorio de lo colectivo y la resistencia. Es dicha unidad la que hace que cientos de extraños se vean a las caras y compartan como grandes hermanos y hermanas.
Los colombianos Perpetual Warfare fueron los siguientes en mostrar el valor intrínseco del thrash metal. El Bar Óxido apenas contenía todo el poderío emanado de sus guitarras bulliciosas y su base rítmica inagotable, y dicha inyección de energía viene de una proyección identitaria sumamente importante. Casi como si del sueño bolivariano –en clave thrash– se tratase, Perpetual Warfare canalizó a la perfección el sentir latino dentro de estos sonidos criados en el under, en donde canciones como «Las Venas Abiertas…», «Otro Cadáver Muere» y «Realidad Maldita Realidad» presentan el horror sometido sistemáticamente al pueblo latinoamericano, en el que Colombia ha tenido su propia historia en este sentido. De dicha forma, y una vez más, este sonido resiste, y es tan gentil que le da un lugar a donde expulsar estos impulsos violentos por la rabia contenida, en un moshpit totalmente incendiario.
Ya siendo el turno de Whiplash, con un Bar Óxido a punto de reventar, el propio carácter casi mitológico que reviste su nombre ya pregonaba un suceso histórico. De aquellos que vimos en algún video en mala calidad extraído de un VHS en YouTube, en el que la visceralidad era casi inmaculada. Y es que la religiosidad que se presenta en este subgénero, es justamente por lo que ayuda a expresar. De esta forma es que Tony Portaro y sus secuaces invocaron la locura total con la apertura en «Last Man Alive». Una metáfora hirviente en todo su significado, y que daría comienzo al último episodio de la noche en el que canciones del increíble ‘Ticket to Mayhem» explotaron, tales como «Walk the Plank», «Spiral of Violence» o «The Burning of Atlanta». Temazos.
Pero sin duda, el ‘Power and Pain’ es una leyenda en sí mismo. El disco debut de Whiplash, el más prominente de su discografía y su mejor carta propinó un vortex sinfín en el que los metalheads compartían su propio dolor y se nutrían de la adrenalina, dando paso a hitazos como «Spit on Your Grave», «Red Bomb», «Stage Dive», y, por supuesto la grandilocuente «Power Thrashing Death» que dio fin a un concierto apoteósico, aún ante el calvario de las inconveniencias financieras que obligaron su relocación. No, el thrash persistirá siempre. Los problemas no son más que su propio combustible que le da aún más sentido a lo que intentan expresar, y si bien su construcción a lo largo de los años ha dejado una apreciación del thrash algo superficial, la verdad es que este tipo de actos, sucesos y sinergias lo que permite ver de que, este querido sonido, sigue siendo tan necesario en 2023 a como lo fue en los ’80.
Thrash ‘Till Death!
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