Escrito por Felipe León
Fotos por Martín Obreque
Resulta increíble palpar lo mucho que ha crecido en todo este tiempo el proyecto Rubio, liderado por Fran Straube desde aproximadamente el año 2017, con esa recordada campaña previa de EP’s que terminaron formando su primer larga duración Pez (2018). Hasta estos tiempos más recientes, marcados por su segunda obra Mango Negro (2020) o el sencillo doble “Índigo” (2022), su enorme desarrollo como artista ha sido notable. Y si bien estas muestras en formato estudio dan cuenta de sus especiales proyecciones musicales a la hora de crear música, los conciertos en directo llevan su vanguardista visión un poco más allá.
Como el complemento perfecto para experimentar en la urgencia y vivencia del ahora, los show en directo dan cuenta por sí mismos del tremendo desplante escénico e interpretativo de Fran Straube, acompañando su desplante vocal con unas secciones sonoras que potencian lo expansivo de sus actos, generando un ambiente de adrenalina y ensueño, que invita a viajar tanto como a sentir. Tal cuál ocurrió el pasado domingo 22 de enero, en un Club Chocolate repleto y asombrado.
Las expectativas por vivir este especial encuentro con Rubio eran altas, en gran medida por ser una de las últimas presentaciones que dará en Chile en un buen tiempo, previo a embarcarse en una aventura que llevará su propuesta a tierras Aztecas. No es el último show por estas tierras ni de lejos, pero de alguna manera cierra un primer importante ciclo en su carrera, lo que se sintió en todo momento.
Haciéndolo más especial de algún modo, la jornada contó con detalles que hicieron del recuerdo algo memorable, como el show que Chicarica brindó como acto de apertura, donde dieron cuenta de una batería de canciones que nacen en consecuencia de su inquieta forma de ver la música. Porque su sentido pausado, paisajista e introspectivo de la indietronica, lo llevan por terrenos de lo más interesantes, lo que se detalla en su álbum Arde Lento (2021), así como en la presentación en directo que cumplió con lo prometido, dejando seguramente a más de algún alma inquieta agregándoles a sus playlist para conocerles más.
Un sólido aperitivo -que agradezco en lo personal-, ideal para agarrar la onda y adentrarse con todo al magnético show que Rubio entregó esa tarde noche, generando una serie de momentos que se sucedieron uno tras otro como destacadas muestras de una profundidad emocional que como artista lleva por diversos territorios. Pero también de su versatilidad, esculpiendo su inquieto art pop de canciones como “Ir”, con una entrega que equilibra bastante bien su expresividad con el carácter más movido y encendido de su música.
Rubio posee un catálogo repleto de canciones para saltar y bailar, o para sentir y soñar, conectando con su audiencia de manera profunda, lo que se vivió a lo largo de todo el concierto, con un Club Chocolate anonadado por la fresca e interesante presentación que Fran Straube brindó en todo momento. Por un lado el juego de luces acompañó cada uno de sus expresiones y movimientos, generando una sincronía acorde a lo sonoro sumamente envolvente, donde la cautivante voz de la artista y los audaces juegos sintéticos hicieron florecer el lugar, formando una hipnótico encuentro con lo íntimo.
Muchas novedades se vienen por delante, con nuevos desafíos y un posible álbum que quizás se deje caer este año, quien sabe. Lo cierto es que Rubio aprovechó de despedirse a lo grande, con uno de esos conciertos que difícilmente se olvidan, tributando esos importantes logros en su carrera como Pez y Mango Negro, con una soltura, firmeza y visión que no tiene nada que envidiarle a destacados actos a lo largo del mundo. Pero recuerden, es un hasta luego.
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