Escrito por Felipe León
Existe cierto culto hacia bandas que quizás en su momento recibieron un éxito local en sus respectivos nichos generacionales, geográficos o por escenas musicales, siendo el país del sol naciente un constante innovador a la hora de entregarnos bandas y artistas capaces de llevar sus propuestas por carriles poco y nada visibles en la cultura occidental. Casi como un catalizador de influencias, aparece Fishmans con un toque regulado por la constante de reinterpretar ciertos patrones estilísticos, desde una perspectiva tan única que hasta la fecha, nada ni nadie se les ha logrado siquiera acercar en parecido. La temprana muerte de su vocalista Shinji Sato pudo dejar una deuda pendiente en la banda, quienes entre 1996 y 1997 verían su pico creativo plasmado en tres maravillosas obras como Kuuchuu Camp, Long Season y Uchu Nippon Setagaya.
Kuuchuu Camp aparecía en 1995 como un giro interesante en la carrera de una banda que de por sí, ya ofrecía todo tipo de credenciales ligadas a la fusión de todo tipo de sonoridades, las cuales sonarían tan naturales e integras en ese maravilloso Kuuchuu Camp tallado bajo las alegorías más versátiles de lo melódico, cálido, optimista y veraniego ligado al adn mismo de su nomenclatura. Como un huracán de emociones, Fishmans revela las variaciones de estas tonalidades smooth tan consecuentes con sus aficiones al Dub, al mismo tiempo que evoca sensaciones de calma en sus ocho misteriosas y místicas canciones, cada una concebida con un delicado bálsamo que a ratos suena demasiado hermoso para ser cierto.
No os confundais, no es que este álbum sea un confinamiento de música feliz, es más bien su carácter limpio y genuino -como si se tratase de algo nuevo- el que le da esa aura terapéutica difícil de clasificar. Como si todo el tiempo estuviese flotando y fluyendo de un lado a otro, a través de paisajes sonoros capaces de despertar una melancolía de aquellos lejanos días de verano con los que rememora su frescura y vitalidad. En medio de estas variantes es que encontramos por ejemplo, cortes como «Subarashikute Nice Choice» de una viajante pasada o la suavemente cruda «Slow Days«, fecundadas con ese hilo conductor tan imprevisto e improbable, pero a la larga familiarizadas con el aspecto rítmico de su concepción.
Precisamente esa rítmica con la que el álbum va fluyendo es de una exquisitez atípica pero adictiva, mostrando los tremendos dotes de Kin-ichi Moteg a la hora de definir el camino de manera tan clara en un uso elevado de las percusiones, a través de las cuales pasan esos verdaderos lazos que propone el bajo de Yuzuru Kashiwabara dando todo tipo de formas, saltos y variaciones. Todo esto desemboca en el elemento más distintivo de Fishmans que recae en el difunto Shinji Sato, maestro de los detalles y precursor de esos ambientes espaciales donde la psicodelia trasciende hacia un plano casi espiritual de la música, alzando su voz como un manto de sensaciones intrigantes y realmente conmovedoras.
Kuuchuu Camp marcaría un hito dentro de la carrera de la banda, un punto de no retorno en donde la sofisticación adquiriría otro sentido bajo la visión elevada y conciliadora de este verdadero umbral de influencias Reggae, Pop, lounge, Rock, Dub, música experimental, entre muchos otros calificativos que parecen ser tan lejanos a ese sonido tan propio de la agrupación. Su sabiduría radica esencialmente en la idealización máxima de su propuesta en canciones tan enigmáticas como «Night Cruising», desde esa fugacidad cósmica y elevada a un plano totalmente desconocido pero acogedor; tan elementales como «Baby Blue» de la cual podría beber el Pop sin saturar jamás su legado. Y tan sinceras como «Zuttomae» casi como una rememoración de nuestros más lindos recuerdos. Dense 46 minutos y póngale play a esta obra; sea primera o vez número 100.