Cine

Nosferatu de Robert Eggers: Una reinvención limitada

En un mundo de múltiples adaptaciones y miradas retroactivas, otro que se sumó al carro fue el mismísimo Robert Eggers, que está pronto a estrenar en Chile su propia versión del mito de Nosferatu. Es el trabajo de este texto identificar cuál es el nuevo postulado que trae Eggers a la mesa con esta marca.

Eggers se ha ganado su merecido respeto como una de las grandes voces del terror de esta generación. Desde The Witch (2016), una fábula sobre la instalación del miedo como uno de los pilares fundacionales de la historia de Estados Unidos, cada nuevo proyecto es objeto de gran atención por parte de los círculos más cinéfilos. Además, por cierto que se ha terminado por crear cierta competencia con otras figuras como Aster o Peele, que operan en modalidades comerciales similares, pero cada uno con un estilo propio.

Sea cual sea el caso, se han alineado todos los elementos para dejar a Eggers como un favorito de una buena porción de cinéfilos, sobre todo entre los más jóvenes. No está de más decir que es el único que ha mantenido un compromiso estricto con las películas de época. Aprovecha que tiene las facultades económicas para hacerlo y las ejecuta aprovechando cada centímetro del diseño de producción, que generalmente no es nada modesto.

Es en este contexto que “se gana” la oportunidad de hacer su propia versión de Drácula, la antiquísima novela de Bram Stoker, pero no solo hizo una Drácula, además aprovechó de agarrar la tradición de las “Dráculas pirata” para sacar su propia Nosferatu, un concepto original del cineasta alemán Murnau que ejecutó por primera vez en 1922, transformándose en la primera adaptación cinematográfica de Drácula, aunque con bastantes libertades.

Más de cien años después, se podría decir que absolutamente todas las películas de Drácula tienen algo que difiere de la novela, a veces de forma bastante consciente. Incluso para efectos del caso en el que, en un proyecto de Francis Ford Coppola, se intentó calcar el libro de la forma más fidedigna posible, aún existen algunas disidencias de tono y una lectura propia de Coppola que no necesariamente se corresponde con el postulado de Stoker.

Por cierto, en 1979, Werner Herzog hizo su propia Nosferatu, estableciendo un poco la idea de que en las Nosferatu el verdadero cambio grande estaría en la apariencia del conde. Manteniendo la idea de Murnau de transformarlo en un monstruo de tomo y lomo, nada que ver con el galán de alta alcurnia que Stoker retrata en su novela.

Y en un mundo en el que existen tantas versiones cinematográficas (literalmente es la novela más adaptada de la historia, sin contar La Biblia, que en realidad es una compilación de múltiples libros más que una novela), deliberar concebir una Nosferatu implica ciertas decisiones tanto estéticas como de postulado que distancien a la película lo suficiente del relato más basal como para pasar como lo suficientemente transgresora.

Entonces viene la pregunta del rigor: ¿Qué hizo Eggers con esta historia? La verdad es que poco. Aún cuando tiene el rigor artístico suficiente como para distanciarse de las versiones de Murnau y Herzog, al punto de incluso no deberles prácticamente nada (aunque sí tributarles), parece una película menos lograda de lo que se esperaría de un director de este nivel. Sobre todo en términos de creatividad en el postulado, donde quedó bastante al debe.

Al igual que en esa obra maestra que es la Drácula de Badham (1979). El nosferatu (el vampiro, el No-Vivo) de Eggers tiene cierta potestad sexual sobre la pareja de Jonathan Harker. Se atraen. Lo que Badham entabló como una competencia de galanes y Herzog como una invitación a morder el fruto prohibido que representaba el desorden entre las clases altas europeas de fines del siglo XIX, Eggers lo pone en pantalla como una correlación sexual espiritual entre Mina Harker y el vampiro. Es invertible pensar en historias como The Exorcist, de William Peter Blatty, pues a la larga la película se termina por transformar en una historia de posesión y enfermedades.

Entre la lista de nudos basales que Eggers debe hacer la concesión de incluir, hay algunos que se sienten legítimamente obsoletos o demasiado repetidos. La gente bromea con que cuántas veces será necesario filmar la muerte de los padres de Bruce Wayne, y bueno, aparentemente menos de las que será necesario filmar al nosferatu atacando el Demeter. Todas esas cosas ya han estado antes y esta vez volvieron a estar. Lo que sigue es un nudo algo débil de investigaciones para dar con la causalidad de esta extraña peste que se extiende.

El personaje de Dafoe hace el paralelo de lo que sería Van Helsing en la novela. Parece una aproximación interesante, pero lo que se hace con el personaje es tan repetitivo y carente de inventiva que se llega a sentir algo frustrante.

Por otro lado, Lily-Rose Depp, aún con sus limitaciones actorales, logra echarse al hombro la teleserie de la película, mezclándola con la esfera del terror más cercana a los personajes y no al diseño de producción. Es un gran trabajo para los pocos recursos que el guion le entrega. Se sabe enamorada y se sabe parte de una sociedad en peligro. Sin entrar en spoilers, por ahí van los detalles que hacen tan interesante la secuencia final, que por cierto que es lo más interesante de la película.

Aún con todos los problemas, que son reales, Eggers logra dar con un pulso de dirección que rara vez se ve hoy. Es lo complicado de estas películas algo a media asta hechas por grandes cineastas. Efectivamente habrán escenificaciones entre lo mejor del año, y aquí y allá saldrán algunas danzas entre los elementos del cine que congeniaron en secuencias que no pueden pasar por otra cosa que buenas. Cosas que simplemente están excelentemente bien logradas, el problema es el contexto.

De hecho, probablemente la forma más sintética de referirse a los problemas de esta película seguramente sea simplemente señalar su guión, que se siente atrapado en sí mismo tratando de encontrar por donde explotar. Y ojo que no es malo hacer una historia más o menos cercana a la novela de siempre, pero con el sello visual impresionista de Eggers (que naturalmente está muy bien, incluso en su tan cacareado predominante uso de grises), el problema es lo mucho que se limita el producto final con esa decisión.

Incluso, y esto puede ser algo exagerado, pero habla un tanto mal de esta generación de cineastas que les cueste tanto enfrentar el presente. Salvo su primer filme, a Eggers le ha costado bastante dar con postulados que se puedan proyectar a las problemáticas actuales. Es un lugar común horrible pero aparentemente necesario: quizás, por primera vez, Eggers pecó de ponderar forma por sobre fondo.

 

Nosferatu sigue siendo una película recomendable. Se estrena en Chile el 2 de enero por Andes Films.

 

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