Escrito por Nicolás Merino
Fotos por Francisco Aguilar / Spider Prod.
Pocos conciertos de bandas internacionales dan con la simple proeza de cumplir exactamente con lo que convencionalmente se estipula como justo y necesario. Incluso para un contexto como el chileno, donde existe tanto amor por el metal progresivo en todas sus expresiones, un show modesto de una banda de discografía modesta como Circus Maximus es capaz de sacar una feliz jornada adelante. Feliz e inspiradora de conformismo del bueno.
Segunda vez de los noruegos en estas tierras. La última vez había sido el 2016, entonces hubo tiempo para echarlos de menos, e incluso para algún intercambio generacional por ahí. La expectativa era palpable. La gente incluso llegó bastante temprano. Antes de que abrieran las puertas, la fila del Club Chocolate ya se extendía a lo largo de casi toda su cuadra de Antonia López de Bello.
El ambiente que se respiraba era feliz. Harta expectativa pero desde una perspectiva positiva. Fue en este contexto de muy buena onda en el que Delta salió al escenario. Es una banda de metal progresivo chilena que ya es longeva. Lleva un buen par de años haciendo material de tremenda calidad. Incluso se podría decir que es un proyecto algo infravalorado en relación a otras bandas nacionales que suelen estar más presentes en la discusión.
El show de Delta fue al callo, de hecho, solo fueron cinco canciones en treinta minutos: “Gemini”, “My Addictions”, “Oceans”, “At Last” y “The Tower”. Tienen un disco próximo a estrenarse durante septiembre. Es para estar atentos. Todo ese juego progresivo que se siente clásico pero impredecible sumado a la soltura de cada uno de los músicos simplemente termina por sumar una fórmula irresistible. Gran banda y gran propuesta.
Se avecinaba el turno de Circus Maximus. El público lleno de nerds de la teoría musical. El DJ se sacó puros temas clásicos de Dream Theater y, así mismo, el público de a poco fue soltando los prohibidos: imitaciones aéreas a Portnoy o Petrucci. Estaba el ambiente y la tónica.
Digámoslo, el Club Chocolate es pequeño. No solo el lugar, también el escenario. Y esas condiciones inmediatamente pusieron a la banda en un contexto tanto más casual como cálido. Ver a músicos de tan alto nivel haciendo el típico gesto de levantar el instrumento para no pasar a llevar el atril del micrófono, cuando viene de una banda como Circus Maximus es distinto. Pero los músicos se mostraron muy felices desde el primer minuto. Tampoco es música de mosh ni nada, entonces la felicidad era generalizada y recíproca. Estaba la buena onda, faltaban los puros acordes.
La banda arrancó con “Apes”, y de ahí al tiro al combo de “Architecture of Fortune” y “Sin”. Un ambiente tranquilo. Es divertido ver a músicos con estas sendas capacidades pero interpretando música en una sensibilidad lo suficientemente específica como para prescindir del carácter más épico y serio, siendo metal progresivo y todo. De hecho, no por nada se llaman Circus Maximus; la conexión con la tradición circense es palpable, aunque sea en el estereotipo, o aunque a veces despierte una influencia de Dream Theater lo suficientemente marcada como para hacer a cualquier fanático del género levantar una ceja con brusquedad.
Michael Eriksen tiene un control fenomenal del escenario. Las interacciones con el público son para tomar nota. Se ve relajado. Es en este contexto que interrumpe el concierto para grabar con el teléfono, jugar con los gritos, dar las gracias y así. También es en este contexto que presenta “The One” con amplia efervescencia. Y de hecho, le siguió la popular “Namasté”. La banda tiene al Club Chocolate en el bolsillo.
Como si hubiese estado premeditado (no lo estaba), el concierto avanzó con las refrescantes “Wither” y “I Am”, canciones simples (para el contexto) y atractivas (independiente del contexto). Luego vino un cover de Queensrÿche, con “Screaming in Digital”. Queensrÿche responde a esa frase prefabricada de “la banda favorita de tu banda favorita”, porque entre cualquiera que hiciera heavy metal subido de pelo o metal progresivo tirado para heavy metal durante los ochenta hablará de la etapa clásica como la mejor música jamás hecha. Y no les falta razón. Bien lo sabe Circus Maximus, su música es deudora.
Un par de temas más o menos en la misma tónica hasta “Game of Life” y nos vamos al bis, que son solo un par de escasos minutos. La banda sale de a poco, insisten en lo felices que están (igual que esta reseña) y agradecen hasta el cansancio. Se tiran con una de las largas: “Ultimate Sacrifice”, del celebrado Isolate (2007). Cerca de nueve minutos que se sienten como cinco. Final feliz.
Se habla regularmente del compromiso de los chilenos por el metal progresivo. Más que un compromiso, aparentemente lo que hay es un interés genuino. Y en un contexto como el de ayer: jueves, banda no exactamente canónica pero tampoco comúnmente denostada y un recinto mediano, se puede decir que el evento simplemente fue un éxito.
Revisa las fotos de Circus Maximus en Chile a continuación: