Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Omar Yanez
Como uno de los proyectos más fascinantes de la escena platense de Argentina, un show de Peces Raros se sitúa como una experiencia sensorial de compleja ejecución, tal y como sucedió en Chile, a altas horas de la noche del viernes 7 de junio en Sala Metrónomo.
La nomenclatura que traen a la palestra importa por su sosegada visión al conjugar las distintas bondades del rock y la electrónica. Sí, puede que en la práctica haya que hablar, en estricto rigor, de synthpop. Sin embargo, tal categorización no le haría justicia alguna a lo que son capaces de hacer los trasandinos una vez que están sobre el escenario.
Intentemos hacer el ejercicio de explicar y entender lo dicho anteriormente con ejemplos del show que brindaron en el recinto de Barrio Bellavista.
La diferencia entre contenido, forma y ejecución
Una vez que la agrupación se posó sobre el escenario, con sotanas y vestimentas neo-noir, el ambiente fue totalmente atrapado por una sinergia en particular. Aún si los Peces Raros se distinguían como individuos, en la práctica cada uno era el engranaje de una maquinaria superior.
Desde el comienzo con «Sombras en la pared», veíamos a muchachos sumidos en el trance de su propia propuesta, con instrumentos en sus manos. No obstante, la audiencia congregada se comportaba como si estuviese en una fiesta. ¿Por qué? Si lo que sucedía en el escenario, al menos en la forma, era idéntico a un concierto de rock o de pop. ¿Por qué pasaría eso?
Como quizás sepan ustedes, lectores, dentro de las normas implícitas de las raves está el «respetar el disfrute de cada quien«. Puede que hayan excepciones, claro, pero en la gran mayoría de las ocasiones, las personas que gritan son mal vistas e interrumpen el trance del resto. «Matan la volá«, como dirían otros. ¿Por qué traer esto a colación? Porque, salvo unos específicos momentos de catarsis más extrovertidos, todo el mundo estaba centrado en disfrutar a su forma. El trance ya se invocó, y temazos del ‘Dogma’ (2021) como «Insuficiente» y «Fabulaciones» lo comprobaron.
Entonces, si en materia de contenido los riffs, sintetizadores y secciones rítmicas solidas fácilmente eran aledaños al rock y el pop, ¿por qué se sentía tan diferente todo? Porque la ejecución obedecía a las lógicas de la electrónica.
Encarnando el espíritu de la noche
Cuando el pulso hipnótico de una canción como «En efecto» hace retumbar de forma envolvente las paredes de la caja toráxica, forzando la velocidad de los latidos al bpm de lo que sucede en el escenario, hace bien el vislumbrar porqué. Después de todo, las lógicas del house, el trance y el electroclash están vertidas por todas partes.
Loops y drops se conforman como elementos claves de un show que ignora el canon. Tan sólo los buenos conocedores eran capaces de distinguir cuando se pasaba de una canción a otra, puesto que estaban hiladas de forma tal que nunca hubo pausas ni silencios. Cuando se trata de bailar, sentir y experimentar, no hay espacio a vacilaciones, y bien que lo sabían los Peces Raros.
De esta forma, todo lo que pasaba era conocido y nuevo a la vez. Estábamos situados en un umbral entre el pasado y el futuro que, de alguna forma, nos mantenía atados al presente al calor de sus beats adictivos que desataban todo tipo de procesos químicos en nuestros cerebros, clamando al estado eufórico como la estrella de la velada.
Cómo no, si es un placer de aquellos escuchar piezas como «No van a parar» u «Óxido», reflejos de una de las propuestas más novedades de Argentina, Latinoamérica, y el mundo mismo. Una que permanecerá en las historias sobre las pistas de incontables clubs, con un gusto particularmente underground en la tradición verbal.
Vayan a un show de Peces Raros. Al menos, por una vez en sus vidas.
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