Escrito por Ignacio Fernández
Fotos por Martín Pérez Alfonso
Enmarcado dentro del tour que la ha llevado a varias ciudades del país con un espectáculo conceptual escondido detrás de los sonidos más atrevidos del pop y la electrónica, Cami pisó su tierra natal. En un Teatro Municipal de Viña del Mar precioso, renovado y elegante, la artista enfrentó una completa metamorfosis escénica, un vendaval de sentimientos encasillados en su potente, desgarrada y tierna voz.
Con una hora de retraso debido a que, como lo explicó la propia cantante arriba de la tarima, tuvo problemas técnicos, el telón se abrió e, incluso antes de que la artista subiera al escenario, la performance ya estaba en marcha. “Ana está alucinada”, nombre de esta gira, es muchas cosas; potente, pero vulnerable, idealista, pero también cercana e imperfecta, dolorosa y tierna.
Es difícil explicar en su plenitud cómo se expresan las voces de Cami a través de toda su furia que no deja de ser dulce. Todo el show parte con una premisa, con hacernos parte, pero también doblegarnos, desafiar al público, incomodar con la intriga. Así, cuando en Viña del Mar se definía al ser humano como una “máquina de música perfecta”, con los tintes existencialistas que de ahí pueden emanar, aparece Cami como una simple sombra, mientras que “Nacimiento”, primera canción de la noche, se revela y ataca a los asistentes.
Ante todo el desfile técnico de luces y sonidos –impresionantes por lo demás–, algo siempre se mantiene inmanente, esa es la propia Cami, la cual parece dominar al escenario como si su vida dependiera de ello. Como una obra teatral se desarrolla, siempre lo hace dentro de su personaje, uno con relieves potentes que contienen el empoderamiento de una tortuosa y dolorosa carrera musical, siempre cambiante, siempre juzgada, siempre resiliente.
Cami avanzó su show con la potencia de su voz y su propuesta visual hipnotizando al Teatro en cosa de segundos. Es lo que tiene presentar un show íntegro y ligado a un concepto determinado, el de la anarquía electrónica a la merced de una voz cálida y potente. Todo esto, acompañado con un despampanante show de luces, efectos y colores que transformaron temas como “Piernas de Agua”, “Poca Fe” y “Anastasia” en verdaderas experiencias escénicas.
La artista viñamarina apareció entre el público, en los palcos más altos del Teatro, para exigirles silencio, uno necesario para entonar “Gracias a la vida” de Violeta Parra. Un momento que declaró un cambio de dinámica en un show que parecía subir y subir necesitando un quiebre, un descanso; Parra y su leyenda a través de la voz de Cami fue precisamente eso.
Luego de una vertiginosa y jugada propuesta de Violeta y un show medido de manera kilométrica, Cami aún no tocaba la canción con la que muchos hemos derramado más que una lágrima, un océano. “Querida Rosa», como ella misma lo definió, es “un himno absoluto”, creando realidad y mundos personales a través de ella. Es difícil asimilar lo que significa para muchos dicha canción y la cantautora lo sabía, invitando a dos intérpretes instrumentales para acompañarla en su dolida interpretación.
El show, luego de ese emotivo momento, comenzó a distenderse, abrirse hacia un final liderado por “Qué Bueno Que Llegaste”, su colaboración con Bronko Yotte, y finalmente con su tan empoderante “Ganadora” con la cual gritando, bailando y existiendo en el plano astral y sónico de “Ana está alucinando”, el telón se cerró y los aplausos cayeron.
Cami podrá levantar muchas opiniones, podrá haber sido muchas veces criticada y, ciertamente, juzgada por motivos innecesarios. Lo cierto, y lo único cierto, es que se ha transformado en una fuerza cambiante, una que si algo no pretende hacer es quedarse quieta. Nos encanta Querida Rosa, porque ha vivido con nosotros, en el dolor, en la pérdida, más no anhelamos el momento en que se nos olvide; en cambio, sabemos que debemos avanzar, buscar algo más que esa amargura de la pérdida, necesitamos sobrevivir.
Así mismo, el show de ayer en Viña del Mar y su precioso y elegante Teatro Municipal, fue la prueba de que los seres humanos efectivamente somos “máquinas de música perfecta” y la que emana desde Cami tiene el derecho y el agrado de seguir mutando, que bueno que sigue haciéndolo.