Escrito por Alexander Castillo
Fotos por Pedro Downey
Hace aproximadamente diez años, un grupo de jóvenes de Santiago formaron una banda y, con un sencillo bajo el brazo, se convirtieron en pilares fundamentales de la nueva música chilena. Quizás ellos no lo sabían en su momento pero, cuando Niños del Cerro apareció con “La Pajarería”, nada podía seguir igual que antes.
Fue esa mezcla innovadora de influencias que unían los ritmos andinos de Los Jaivas con las atmósferas neo psicodélicas anglo de Deerhunter y Animal Collective, por nombrar ejemplos concretos, las que pusieron a esta nueva banda rápidamente en el radar de oyentes y medios especializados. Tanto así que, en los Premios Pulsar 2015, se llevaron el reconocimiento a “Artista Revelación” gracias a “Nonato Coo” (2015), su placa debut.
Volvemos a 2024 y la banda, ahora con tres LPs de estudio, uno en vivo y un EP, se ha consagrado como una de las joyas del rock nacional moderno. Han girado por Latinoamérica, han recorrido Chile y, la noche del 11 de abril, entregaron un show magnífico en la Sala Metrónomo junto a Cala Vento, indie rock del viejo continente.
Cala Vento, de Cataluña para el mundo
Aprovechando su gira por Latinoamérica, el grupo de rock alternativo Cala Vento abrió la jornada en Sala Metrónomo con un compilado de canciones que poco a poco fueron abriendo el corazón del público, sin olvidar a los fans acérrimos que bailaban y cantaban a todo pulmón.
En una presentación que recorrió toda su discografía, con joyas como “Isla Desierta”, “La Comunidad” y “Teletecho”, el dúo catalán lo entregó todo en Sala Metrónomo, contagiando el buen ánimo, prendiendo los motores para el resto de la noche y, ojalá, adquiriendo más adeptos a su fanaticada.
Si no conocían a Cala Vento antes de este show, “Casa Linda” (2023) —su último álbum— es un buen punto de partida para descubrir a uno de los nombres que la está rompiendo en el territorio español. Recomendados.
«Siempre será lindo pasear por aquí»
Son las 9 de la noche, casi en punto, y desde los parlantes de Metrónomo comienza a sonar “Hijos de la Tierra”. El clásico de Los Jaivas marca la entrada de la banda y los aplausos y silbidos no se hacen esperar mientras Simón, Ignacio, Pepe, Felipe y Diego hacen acto de presencia y se suman, brevemente, a interpretar la música que los acompaña.
“Cuauhtémoc” (más un breve outro de “El Sol en los Ojos”) y “Viste las Palabras” dan la partida a un show que, si bien se enmarca en celebrar la década de existencia del conjunto, cargaría la balanza hacia los cortes más actuales, provenientes del álbum “Suave Pendiente” (2022).
Así, “Sulamita” y “Povidona” nos llevan de paseo por el melancólico y maduro sonido que Niños del Cerro presentó en su último álbum. El público, predominantemente joven, canta a coro las canciones sin perder siquiera una sílaba de cada letra y, al momento de aparecer la tripleta “Tentempié”, “Miel” y “Mi Modesta Ceguera Personal”, la energía se dispara de golpe y da paso a saltos y gritos; catarsis.
Algo que se destaca del show es que ninguna pausa se hace en silencio. Ya sea para dar espacio al descanso y que todos podamos recuperar el aire, o para cambiar de guitarra —como ocurre al final del anterior trío de canciones—, cada interludio se hace a través de las atmósferas sonoras creadas por la propia banda, muchas veces a partir del feedback de los instrumentos. Es así como nos deslizamos hacia los dos temas que siguen en el setlist: el clásico de clásicos “Durmiendo en el Parque” y la movida, pero triste canción andina que es “Tamarugal”.
«Pero bailen, sí»
La tristeza da paso a la angustia y llega con ella el momento más duro de la noche: “Esta Enorme Distancia”, uno de los cortes más pesados de Niños del Cerro. Recibido con cariño y pasión por el público, los fanáticos presentes gritaron las últimas líneas del coro en un juego entre las segundas voces y la voz principal de Simón. Termina el track y, antes de que la banda pueda partir con el siguiente, alguien grita «¡Las Distancias!».
«Esa no está en el setlist, pero la podemos tocar igual», responde Simón en el momento, confirmando con la banda que efectivamente la pueden tocar. Entre vítores de la audiencia, la única condición impuesta es la de moverse: «Pero bailen, sí». Y bailamos, claro que bailamos. Cómo no bailar con “Las Distancias”, uno de los temas insignes de “Lance” (2018), y repetir el juego de voces en el público, esta vez durante los versos de la canción.
La banda se mantiene fuera del setlist un rato más para dejarnos disfrutar de “La Pajarería”, la canción que partió todo. Diez años de historia desde ese primer single que, bajo el alero de Piloto, marcó un antes y un después en la escena independiente chilena y en las vidas de los cinco Niños del Cerro.
«Me atrapo y te vas»
Volvemos al set con “Daniel”, otro corte cargado de energía y angst salido de la “Suave Pendiente” y uno de los pocos temas que van quedando en esta jornada que se ha hecho, francamente, cortísima. Siete minutos de atmosférico rock y un tan pegajoso estribillo, siempre coreado por el inquieto y saltarín público, dan paso a transitar en la nostalgia con la siguiente dupla de canciones: “Flores, Labios, Dedos” y “Contigo”.
Vale la pena hablar del círculo que se arma durante «la canción Mall Plaza», como la menciona un asistente en tono de broma. Anteriormente hablé de que ninguna pausa del show se hizo en silencio y mentí: durante la pausa en medio de “Flores”, mientras los más inquietos se preparaban para entrar al círculo al comando de la voz de Simón, el silencio apareció para alimentar la expectativa y sólo fue interrumpido por el mismo cantante, que pidió al público tener cuidado con las lesiones.
Al tan esperado grito de «¡Me vuelvo a quemar!» saltaron los cuerpos a empujarse, moshear y disfrutar corporalmente de la música. Por ahí, entre la masa, se divisa el gorro blanco de Benje, quien corrió desde el backstage hasta la cancha con tal de participar. Poco después, coreando y saltando en “Contigo”, nos empezamos a despedir de la noche. Ya quedan dos temas en el setlist.
Un momento. ¿Están tocando “Las Palmeras”?
No. No tocaron “Las Palmeras”, pero sí aprovecharon la humorada para hacer un megamix improvisado, casi como para recuperar fuerzas, de canciones de Coldplay. Ahora sí, dos más y para la casa.
Niños del Cerro: Algunos sí son profetas en su tierra
Al son de “Sísifo”, lo suficientemente groovy como para que algunos asistentes bailen durante la canción y la energía incansable de “Mamire”, vamos diciendo adiós al show de Niños del Cerro en Sala Metrónomo. Por alguna razón, nadie del público pidió otra. ¿Habrían tocado más de haberlo pedido? Nunca lo sabremos.
Hacer música en Chile es difícil y, aún así, el quinteto ha logrado pasar diez años de corrido lográndolo. En una entrevista, hace un tiempo, Simón revelaba que la principal razón por la que Niños del Cerro se mantiene en pie es porque son, en esencia, más amigos que cualquier otra cosa. Eso es algo que se nota, sobre todo cuando se los ve tocando en vivo, disfrutando de lo que hacen.
Esta armonía grupal los ha llevado lejos y, mezclado con la originalidad y calidad de sus canciones, mucho más lejos llegarán con el tiempo. En 2024 cumplen diez años desde su primer sencillo, pero se nota que una década es un pelo de la cola para la trayectoria que Niños del Cerro proyecta tener a futuro.
Dicen por ahí, siempre relacionado al artista nacional, que nadie es profeta en su tierra, pero lo que vi anoche me hace creer que existen las excepciones. Incluso en su Chile natal, cuando los Niños del Cerro pregonan la gente presta atención y, al menos desde el cariño humano de la fanaticada, los reconocen tal cual merecen.
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