Escrito por Francisco Norambuena
Fotos por Alejandra Besoain
El 12 de marzo pasado, la sala RBX se convirtió en una máquina del tiempo, transportándonos directamente a la época dorada del hard rock. Fue como revivir la emoción de presenciar a legendarias bandas como Kiss, Def Leppard, Mötley Crüe, Ratt o Alice Cooper. Una experiencia que nos hizo sentir la esencia pura de aquellos años y los responsables de este emocionante viaje en el tiempo, fue nada menos que Crazy Lixx, aunque era su primera vez en nuestras tierras, dejaron claro que no será la última.
Sin embargo, el mérito de crear la atmósfera no recae únicamente en Crazy Lixx, ya que la banda chilena Whisky Blood fue la encargada de dar inicio a esta experiencia inolvidable. A las 20:00 en punto, Bam Herrera, Nico De Blood, Demian Traipe, Paolo Vásquez y Nikk Brazzer hicieron estallar la sala con una energía verdaderamente explosiva, desde el primer acorde, nos sumergieron en la fiesta con canciones como «Go Down», «Hail rock n roll» y «Come and Dance», incitando a vivir al máximo la experiencia.
Además, nos recordaban constantemente que la banda invitada, Crazy Lixx, estaba atenta a nuestra respuesta. Con un repertorio de 7 canciones y una potente actuación de 40 minutos, Whisky Blood no solo nos ayudó a calmar la espera, sino que también nos preparó para lo que sería una noche inolvidable de pura adrenalina.
Crazy Lixx: un remolino de energía
A continuación, era momento de continuar con nuestro viaje, esta vez guiados por los conductores estelares de la noche: los suecos de Crazy Lixx. Estaban listos para agitar nuestras mentes y desatar una locura colectiva desenfrenada que no daría tregua con “Whiskey Tango Foxtrot”, “Hell Raising Women” y “Rock and a Hard Place”.
Desde el primer minuto, a pesar de que el escenario no era el más grande, la banda lo dominó con maestría, ocupando cada centímetro y convirtiéndolo en un remolino de energía. Aunque el vocalista Danny Rexxon no habló mucho, entre una que otra disculpa por su español, nos agradeció por la energía del momento, ya que venían de dar un concierto en México apenas dos días atrás. Sin embargo, estaba claro que él confiaba en que nosotros podíamos ofrecer aún más, y así fue.
Como ya hemos mencionado, la banda irradiaba pura potencia y energía, y cada miembro aportaba su propio estilo para crear un verdadero torbellino en el escenario. Sin embargo, es digno de destacar la ejecución impecable de Joél Cirera, el baterista, quien marcaba el ritmo de la noche como una locomotora sin frenos, dejando a los espectadores maravillados tras cada canción. Además, Jens Sjöholm merece una mención especial por su cautivadora forma de contribuir con las segundas voces de manera apasionada, prácticamente encima del público.
Desatar la euforia
Por lo mismo, una de las grandes virtudes de la sala RBX es su intimidad, que permite una conexión cercana entre los artistas y el público, generando una sinergia única. Durante el concierto, esta conexión se manifestó en ambos sentidos: el público disfrutaba de la impecable ejecución y la potencia de cada canción de la banda, mientras que los integrantes no dejaban de interactuar y hacer gestos con la audiencia, desatando la euforia máxima.
Después de entonar frenéticamente junto con todo el público temas como «Blame it on Love» y «21 Til I Die», la banda nos tenía reservado un encore único. Fue como si todos sintiéramos ese momento que llega la policía llega a interrumpir una fiesta por ruidos molestos y nadie quiere que la música se detenga ni dejar de cantar himnos como «Anthem for America» o «Never die (Forever wild)». Sin embargo, entre fotos, abrazos y estrechones de manos, nos despedimos de una banda que ha dejado una marca imborrable en nuestras memorias y que, sin duda, ha llegado para quedarse.
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