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You Don’t Belong: ¿Acaso la canción más importante de Bad Religion?

I wonder if we’ll ever be put into songs or tales

Samsagaz Gamyi

 

Quizás en el mundo de la discusión musical existen dos grandes corrientes de apreciación. Una canónica y una sensorial. Es decir, existe una enfocada en construir y pulir un mapa de la historia de la música popular (con todas las omisiones y “tincadas” que se suelen cometer, existiendo muchas veces algunas imperdonables) y así consagrar cierta realización personal en la conexión privada con la historia del arte. A la vez, está la aproximación desde la pasión que, aún cuando está presente siempre en todas las cosas de la vida, en el contexto de un escenario como este, muchas veces trasciende y se queda acampando en la identificación.

Y para una banda como Bad Religion, podemos pasar rápido por lo que significa la banda para la historia del Punk: parten como una banda de Punk Rock que exacerba la búsqueda melódica melosa ya presentada por proyectos -de hardcore- como Descendents, Adolescents, Dag Nasty o Rites Of Spring (sobre este último ejemplo, estamos hablando de una época muy anterior a los tiempos en los que siquiera se teorizara sobre el Emotional Hardcore como un género en sí mismo). En un mundo donde las bandas de Hardcore rozaban el Hardcore Melódico, Bad Religion dió el siguiente paso y se empezó a sacar discos de Hardcore Melódico.

En esta línea, podemos acortar la historia en que: tras dos discos irregulares, le regalaron al mundo tres obras maestras indiscutibles; Suffer (1988), No Control (1989) y Against The Grain (1990). El aporte de estos tres discos a su género es lo suficientemente grande como para que cueste dimensionarlo o graficarlo. A esta etapa le seguiría una carrera envidiablemente prolífica y llena de joyas escondidas. Igual, la gran mayoría de estas últimas no pasaron ‘al canon’. En la filosofía Rate Your Music, el Bad Religion que vale la pena llega hasta ahí.

Igual el porcentaje de discos de Bad Religion que podríamos considerar algo así como “un desperdicio” es nulo. Es verdad que nunca volvieron a  la altura de la trilogía mencionada pero estuvieron bastante cerca. Álbumes como Generator, Recipe For Hate o Stranger Than Fiction simplemente entran en la categoría de discazos.

Como sea, otra forma de entrar a la banda es dejándote llevar por la emocionalidad que aflora al entrar en el mundo de una banda como esta. Una forma que, digámoslo, pasa por una fuerte cultura de la identificación. Digamos que, fuera de gustar del Punk como amplia forma musical, existe un modelo de personalidad específico de fanático de bandas de Hardore Melódico, Skate Punk y Pop Punk. Y cualquiera que pueda creer estar considerado en ese espacio sabe que Bad Religion son, quizás de forma cien por ciento genuina, los más grandes.

Antes de escribir una nota repitiendo las sabidas bondades de cualquier disco de Bad Religion, quizás es más interesante detenerse en esa oportunidad específica en la que la banda se dio el tiempo de mirar hacia atrás y hacer una canción sobre dos cosas: el rol cultural que cumplen y la sensorialidad que pareciera que ha generado su fanaticada con ellos.

En 2002 la banda publica The Process Of Belief. El timing quizás estaba fuera de la que fue su etapa más entusiasta. Aún así, el disco si es digno de la era más maestra de la banda. El sonido que estaban imprimiendo no era particularmente nuevo, lo habían mejorado bandas que, sorpresa, estaban influenciadas por Bad Religion. Pero bueno, una banda de 1979 estaba haciendo su disco más emocional más de veinte años después. Y aún con toda la disciplina que ello exige, el resultado cumple de manera sobresaliente.

Es un disco muy bien pensado en la individualidad de las canciones. No por nada «Supersonic» o «The Defense» están dentro de las medianamente conocidas en el catálogo de la banda. Distinto es el caso de «Sorrow», que sí es de las más conocidas (más que varias de los discos clásicos) y no ha dejado de ser un corte obligatorio en las presentaciones en vivo de la banda. Es un disco oreja y confesionario. El balance es perfecto no solo por la idea, de hecho, lo es por el buen gusto y la prudencia con la que se nota que la banda trabajó.

Pero lo que nos convoca es el penúltimo corte: «You Don’t Belong». ¿Qué es exactamente lo que se supone que hace tan interesante esta canción? Desde luego que su letra, a esta altura no iba a ser otra cosa. En el fondo, Bad Religion se escribió una canción que más que estar dedicada a sí mismos, está dedicada a la idea más tiernamente romantizada de su legado.

Existe un momento en Las Dos Torres, hoy el segundo tomo de El Señor de Los Anillos, obra magna de J.R.R Tolkien, en el que Sam le pregunta Frodo si cree que algún día se escribirán canciones sobre ellos y su hazaña. En el mundo real y en el contexto de la música popular, esto no tiene mucho espacio como inquietud. Hay múltiples ejemplos de discos conformados íntegramente por letras autorreferentes hacia la banda misma (a veces delatando una imagen bien extraña que se tienen de sí mismos). Así mismo, en espacios como el Hip Hop muchas veces se da que esa pared que separa al autor del hablante lírico prácticamente no existe. Es curioso.

Pareciera que Bad Religion también tenía la necesidad de resolver la interrogante del personaje de Tolkien. Este es el contexto en el que la lírica de Greg Graffin despliega un tributo a sus fanáticos y, sobre todo, a la cultura que rodea a la banda. La canción juega evocando imaginarios y luego cuestionando el valor de estos como estilo de vida, para bien o para mal, aunque cierra en una conclusión positiva y melancólica. Primero parte con la interrogante y la invitación a ubicar el rol de la banda en todo este asunto:

Hey you, is there something worth aspiring to?

And can it be found in a record store?

Well, it’s not there anymore

Just think of all the things we did

We were different, just like all the other kids

También salta una señalización del paso del tiempo, buscando también el grado con el que nos vamos a poner de acuerdo en la importancia de la banda para la vida personal de quienes tengan alguna relación con ella. Luego empieza la evocación de escenarios. Hay algunos derechamente poco interesantes, cuando no anecdóticos y hasta estereotípicos. Lo jugoso es la vuelta de tuerca que se le da a algunos, nadie queda indiferente después de escuchar por primera vez el verso: Milo went to college, but you knew about that. Todos sabemos que se refiere a la obra maestra de Descendents y todos sabemos que todos entendemos la referencia -así lo señala el mismo hablante lírico-. Se está creando un espacio seguro a punta de referencias que tienen un valor emocional para quienes lo escuchan.

No se puede pasar de largo la potencia de la melodía. Está encima de esa fórmula perfecta con la que logran dar algunos en la que el contraste provoca una dulzura pegadiza muy entusiasmante. Son las mejores melodías. Y la canción parte así con su verso cabecera. Te tiene enganchado, sobre todo en esa ambigüedad de la que no sale un coro. No exactamente, al menos. Seguimos:

Hey you, is there something worth belonging to?

And can I pick it up for a song or a diploma or a worthy cause?

Well, let me tell you that there’s nothing wrong

It’s just that ones like us will never belong

Perfecto. Entonces ya no estamos hablando de aspirar, sino de la decisión de pertenecer a un estilo de vida y a esto le sumamos el cuestionamiento del sentido de mantenerse. Siendo chileno quien escribe, la materialización de una extraña especie de pertenencia en una “escena” a partir de proyectos de otros países siempre ha parecido no solo un ejercicio de ficción, sino también uno un poco delusional. La personalidad que se supone que se genera por escuchar -o no- cierto tipo de música no es algo para tomarse tan en serio. Hay gente que hace girar su personalidad sobre el aparataje cultural que está dentro del marco de su gusto, también hay gente más bajo perfil con esto. La canción le habla a quienes ejercen ambas prácticas. A los primeros de forma más explícita y a los segundos como una invitación colateral. Esto último porque, de nuevo, a veces existe una relación privada donde afloran lazos de pertenencia. Quizás es donde más explotan las emociones al escuchar letras como la de esta canción.

Sigue una estrofa omisible para el caso de este texto. Graffin se revuelca en referencias sobre la escena. Incluso llegando a incluir su persona en la narrativa (‘Billy’ es una forma de referirse a sí mismo, lo había hecho varios discos antes). Lo más interesante es como el también saca una patita de la autoría de la canción para referirse a sí mismo como parte de un listado de menciones que a su parecer son dignas. Más encima en clave, usando un alias que se entiende siendo fanático de la banda. Es un juego de perspectivas para, por último, terminar dedicándose esta canción a sí mismos. Como un tributo que parece necesario pero que nadie sería capaz de aterrizar con la misma virtud que la propia banda.

Luego sigue un puente. Está escrito tanto en clave como melodías que no se repiten en todo el resto de la canción. Esta es un llamado a la permanencia de la obra. Es bastante predecible:

Yellowed postcards on the wall

Serve to cover up a blankness after all

So I will carry them along like a song

When I’m gone

Para ponernos en perspectiva, atendamos otra opción de solución a la mencionada inquietud del hobbit. Hay una canción parecida a «You Don’t Belong», de una banda culturalmente asociada a Bad Religion. Se trata de «Thank You», de Descendents. Se trata de un tema que celebra las influencias de la banda de forma llamativamente ambigua: I won’t say your name / (…) / I just want to say / Thank you for playing the way you play. Por supuesto, la canción se convirtió en un himno entre fans para agradecer la existencia de Descendents. Se ve mal hablado precipitarse, pero pareciera que el objetivo de la canción siempre fue la búsqueda de esta respuesta.

Igual, para ser justos, detengámonos un momento en la particularidad fascinante de la historia de Descendents en esa época. Pasa que sin haber tocado Hardcore Melódico en su etapa más clásica (ochentas), son prácticamente los padres del género y una influencia descomunal para esta forma musical que nunca interpretaron del todo (compárese con SOPHIE y el Hyper Pop o Meshuggah y el Djent). Y lo que es más hermoso; cuando Descendents se reúne en los noventa, editan el disco que incluye «Thank You»; Everything Sucks (1996)… un disco de Skate Punk, género que, a la larga, medio como que existe gracias a ellos. Como si estuvieran diciéndole al mundo “gracias por armar este género musical, con permiso, venimos a tocar lo que existe gracias a nuestra influencia”. Como que se ganaron la circunstancia.

Estos sucesos ocurriendo en la otra vereda le dan una dimensión adicional al tema de Bad Religion, más humilde y meditativa, aunque quizás un poco desesperada. Al final, «You Don’t Belong» termina siendo más sentimental de lo esperable. No necesariamente se hace cargo de cuestionar el sentido de pertenencia que tienen muchos fanáticos con la música que adoran. Hubiese sido interesante escuchar a Graffin refiriéndose a esto en la clave de su prosa tan identitaria y depurada. Pero no pasó. Bad Religion, la banda que históricamente se había presentado de forma más cerebral que sus contemporáneos, no pudo sino más que rendirse a la hora de abordar el cariño que existe en torno a la figura de la banda, además de, por supuesto, el cariño que pareciera que ellos le tienen a esa mitología.

Es fascinante. «You Don’t Belong» está lejos de ser un himno generacional (o sea, en este mismo disco está Sorrow), pero se acerca bastante a ser un himno sobre convertirse en un hacedor de himnos generacionales.

Entonces, respondiendo la pregunta del título: por supuesto que la respuesta técnica es que no. Varias del Suffer tienen sensibilidades que luego serían eternamente adoptadas por otras bandas de estilos adyacentes. No hablemos de los puentes con el Rock Alternativo en Against The Grain o Stranger Than Fiction. Al final lo que más vale es la historia de la música y Bad Religion ha dejado sendos aportes. Pero…

Para una banda así de popular, que además siempre pareció algo incatalogable al lado de sus bandas compañeras (incluso varían según la generación de la que estemos hablando), el espacio para la mirada hacia adentro y a los que están cerca: ¿termina siendo necesaria? Quizás. La gente que toca en bandas importantes lo sabrá. Solo podemos especular desde la admiración. Porque si, es admiración. Cuando hay que escribir una nota para el medio sobre Bad Religion porque la banda tiene un concierto agendado en Chile y lo que termina saliendo es una destripada de un corte profundo, obvio que estamos hablando de admiración. Incluso subiría el nivel de los adjetivos: existe una decidida fascinación y un tremendo cariño. Cantaban sobre esto en 2002, más de veinte años después un chileno puede escribir una nota sobre la canción para terminar reconociendo que simplemente tenían razón.

A modo de conclusión. Solo agregar que, cuando los sentimientos van aterrizando con esa desgarradora inocencia tan meditada y humilde (pero a la vez gritando en busca del merecido reconocimiento), lo único que puede salir es la canción más honesta y tierna del catálogo de un artista. No lo digo yo, lo dice la sexta y última estrofa:

Hey you, is there something worth belonging to?

You know we’ve been here all along like a confederacy of the wrong

And I confess it could be prejudice

But to you I dedicate this song

 

Por Nicolás Merino


Bad Religion regresa a Chile el 5 y 6 de diciembre al Teatro Caupolicán. Entradas disponibles solo para el 6 de diciembre por PuntoTicket.

Produce Bizarro y Primavera Sound.

 

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