por Nicolás Merino
No todo el mundo tuvo la dicha de ser adolescente en la primera década de este siglo. Hay quienes sí coincidieron en tener cierta edad en cierto momento, existiendo las condiciones para amarrarse con cariño a algunos proyectos que el tiempo terminaría por desmantelar como el acto mediocre que eran. En algún momento, incluso la veta más joven del internet se dio cuenta de que existía todo este mundo cultural que muchas veces no era otra cosa que ridícula. Es que hay bandas que envejecieron demasiado mal.
El tema con la apreciación de Alter Bridge es que puede prescindir totalmente de los salvavidas que la humanidad se puso de acuerdo en arrojarle a algunas bandas de su generación que ciertamente si son muy “de su tiempo”. Pasa que la obra de Alter Bridge no necesita la nostalgia para defenderse, aún cuando podría parecer que sí. Culturalmente, quedaron encasillados al lado de tanta otra banda de Post-Grunge que si eran legítimamente malísimas. Pero en Alter Bridge, y particularmente en el Blackbird (2007) y el Fortress (2013), encontramos no solo obras de primer nivel, sino incluso incursiones en sensibilidades que posteriormente demostrarían ser antecesoras de otras bandas que se nutrieron de la fórmula.
La primera distinción de Alter Bridge que hay que hacer frente a cualquier banda de Post-Grunge que le sea contemporánea: eran buenos, no como la inmensa mayoría. Espacios como la lucha libre o ciertas preferencias de MTV o VH1 le dieron espacio a varias bandas que eran como las sobras creativas mezcladas de una élite que ya se había ido (de su prime al menos) de bandas de Grunge, Metal Alternativo, Nu Metal, Rap Metal y adyacentes. En Chile se tiene conciencia de las más populares (que a veces son además las mejores), pero en Estados Unidos había una cantidad brutal de bandas haciendo este sonido y cada una más derivativa que la anterior.
Incluso sin ignorar las intersecciones más visibles, como la del Post-Grunge con el Nu Metal, Alter Bridge fue quizás la banda de Post-Grunge que llevó los límites del sonido más lejos. Y sobre todo en el Fortress (que por cierto, salió cuando la banda ya llevaba cerca de diez años tocando), un disco que trabaja el Post-Grunge sobre una base de riffs de Hard Rock, sumándole una clara influencia del destilado del Metal Alternativo en su sonido. Y haciéndose responsables del timing con el que lo sacaban, el disco no se queda en la curiosidad de mezclar ciertas cosas de cierta forma, pues es tangible como hacen de ese sonido uno identitario a través de la forjación de canciones con claro sello autorial.
El Fortress, fuera de su creatividad sonora, es un disco que en general está muy bien construido. A diferencia de la inmediatez del Blackbird, se apuesta por canciones largas que, a su vez, no dan espacio al desperdicio. La emocionalidad logra unirse con la fuerza para ir guiando esa propuesta que puede parecer estoica, pero la cantidad de elementos puestos sobre la mesa la hace salir inmediatamente de esa posibilidad. Incluso podemos ver la influencia de la particular sensibilidad de su fórmula en bandas que parecen muy distantes, como Volbeat.
También hay que aplicar un poco de sentido crítico para sacar a Alter Bridge del espacio más “chistoso” de nuestra memoria en el que quedaron este tipo de bandas. Muchas lo merecen. La prueba de criterio nunca será otra cosa que los discos, que al final es lo único que realmente queda. Y discos como los mencionados se defienden solos. Entonces claramente si se presentaron avances en el estilo de Alter Bridge que, sin ser la gran revolución musical tampoco, son lo suficientemente considerables como para mapear porque un disco como Fortress es legítimamente importante para esta parte de la historia del rock.
En un mundo donde Popín está de moda y la gente volvió a ver realitys, si, de más que también salta la nostalgia por una banda como Alter Bridge, pero son más que eso. No por nada el próximo 13 de noviembre en un Teatro Caupolicán que, como se confirmó hoy, estará totalmente lleno. Sold out.
