Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Alejandra Besoain
Aún procesando lo sucedido la noche de 1 de junio en Basel, creo pertinente darle un tratamiento distinto a este escrito y salir un poco del libreto de la reseña de conciertos. ¿Por qué? Bueno, porque lo que realizó el DJ australiano Flume responde a lógicas mucho más cercanas a la sensibilidad emocional y a la sensorialidad, que a un show convencional. Tampoco es que no esté la espectacularidad de ello, todos esos elementos permanecen, pero el idioma que hablaron ayer cada uno de los beats, samples y sintetizadores del productor apuntaron a un sitio sensitivo en cada asistente.
Aprovecho de citar las palabras que dio Björk en una entrevista con ya mucho tiempo encima –y que probablemente conocerán algunas personas ya–: «Encuentro asombroso cual la gente me dice que la música electrónica no tiene alma. No puedes culpar a la computadora. Si es que no hay alma en la música, es porque nadie la puso allí«. Es de esta idea que aseveró la islandesa que quiero centrar estas palabras, y es que si algo tuvo el show brindado ayer por Flume fue alma. Sí, algo bastante abstracto de decir que sólo cobra sentido y lógica una vez que «estamos ahí y lo sentimos». Y es que eso radica en que el DJ ha construido toda su carrera con una conceptualización bastante emocional y emotiva, en donde la tecnología no es sino el catalizar para poder traer a la realidad el sinfín de ideas que rondan su galería de pensamientos creativos. Vayamos viendo porqué.
Con 6 años ya desde su último paso por nuestro país en Lollapalooza Chile 2017, Flume se ha dedicado a sacar colaboraciones pero, por sobre todo, mixtapes. Una táctica que le ha servido para seguir explorando las posibilidades que le brindan subgéneros como el future bass y el wonky –sus principales recursos, entre muchísimos otros tipos de electrónica–. De ahí que haya consolidado lo que siempre ha permanecido en su propuesta: el artista no apunta a una noción de superficial de estimulación. Y es que aún con hitazos icónicos de los 10’s como «Never Be Like You», lo cierto es que esas texturas acuosas, una paleta de colores gentil y la voz sedosa de Vera Blue dieron justo con la médula, lo que sí se sintió ayer. Las voces al unísono que manifestaban introspectivas, abrazaban el campo de sonoridades en el que la sonrisa del australiano relucía con un carácter entrañable.
Es justamente ese ímpetu que hace de su música tan compleja. Una canción como «The Difference» –con la cual abrió su show–, con una evidente influencia del indie pop en la voz envasada de Toro y Moi buscaba cierto sentido de comunidad. Pero nuevamente, no uno superficial. No uno que se entregue con facilidad al éxtasis y se deje sorprender por la explosividad de los drops de su beats. Hablo más bien de un sentido tan cálido como el cobijo de un abrazo, en el que cada asistente dejaba entrever sus emociones, viéndose suspendidos en la estela de sonidos y visuales coloridas que le entregaban un camino a esos sentires. Alguna memoria o sentimiento. Todo era bienvenido, y cada quien lo vivía a su manera. Pero todo el mundo se encontraba allí, compartiendo sus emociones en sonrisas honestas, ojos cerrados y brazos danzantes en los aires.
«I’ve been feeling old, I’ve been feeling cold. Listen, you are my sun«. Díganme que ese sencillo y precioso verso de Chet Faker no se sintió bien ayer. No, ¿cierto? Jamás podrán encontrar una respuesta negativa e inerte en lo que sucedió ayer. Imposible. Simplemente no se encuentra en el vocabulario, y es que la multitud que repletó Basel, rendida ante el paso sutil y reposado de «Drop the Game», transmutó en un océano de voces y gesticulaciones manuales que parecieran dibujar constelaciones en los azules y rojos que eran capaces de captar el iris.
Todo es emoción al desnudo con Flume, y así lo fue ayer, y así lo seguirá siendo. De ahí que el sample de cuerdas icónico de «You & Me» del remix del productor a Disclosure se haya traído tantas ovaciones en etapas tempranas del show. Brazos alzados en un loop ascendente y descendente contrastaban sus sombras ante la imagen panorámica de un beso sentido en la pantalla a las espaldas del australiano. ¿El público? Totalmente inserto. Después de todo, el apartado visual que sostuvo este show fue de lo más soberbio, en un juego que zigzagueaba entre el minimalismo y el maximalismo, la geometría y lo volatil, y también del pulso de la naturaleza y la tecnología.
Si así lo pensamos, todo lo que intentó hacer Flume fue retratar la propia naturaleza humana. Como maestro de las perillas situadas en dos mesas en cada costado, canalizó la bondad de la creación humana de la tecnología para poder retratar en lienzo todas esas emociones que, muchas veces, cuesta sacar. Así haya usado la frenética voz de KUČKA o la voz de terciopelo de Vera Blue, siempre posó cada una de sus esperanzas y deseos en cada canción, las que particularmente se vieron en la presencia importante del ‘Palaces’ (2022), ya sea en los arpegios de «Jasper’s Song», la sutileza de club de «Say Nothing», o en las texturas de «Sirens» –con la voz de Caroline Polachek embelleciendo el recinto–.
Ya sea sacando el aspecto más primal con «Helix», el carácter vaporoso de «Hyperreal», o bien, el sueño lúcido del remix de «Tennis Court» –de Lorde–, la verdad es que Flume captó distintos aspectos de aquello que conocemos como «lo humano». Después de todo, la tecnología no es sino la encarnación del propio deseo del ser humano de explorar. Así, nuestra propia subjetividad humana se volvió en una fuente de inspiración que hizo un recorrido en todas direcciones. En todas partes de Basel no había ni una sola persona quieta, y eso el DJ lo vio desde primera fila, y no hizo más que proseguir en esa fascinación por algo más de una hora, periodo de tiempo en el que cada quien fue capaz de vivir el amor, la tristeza, el miedo, la gentileza, la ansiedad, y la dicha de estar vivos. Flume tradujo la compleja belleza humana en una infinitud cromática.
Precioso es decir poco.
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