Escrito por Felipe León
Fotos por Andie Borie
Por tan extraño que parezca, Eterna Inocencia y Loquero nunca tocaron juntos en Chile. Ni en los Festivales invasión que se hacían hace más de dos décadas por estos lados, ni en alguna otra instancia en vivo, hasta la tarde-noche del 27 de mayo en el Teatro Coliseo de Santiago. Un lugar amplio para albergar una cantidad no menor de fanáticos que repletaron el recinto de Nataniel Cox, atestiguando el gran cariño que existe por ambas bandas.
Desde siempre realmente, porque tanto Eterna como Loquero son proyectos convocantes dentro del panorama hardcore punk/melódico de latinoamérica. Por ende, existe un lazo significativo con el público local, que ya a las 8 pm hacía acto de presencia, tanto dentro como fuera del teatro, digamos “haciendo la previa”.
Fue un día perfecto
Mientras en el ambiente se respiraba una sensación de camaradería bastante agradable, se apagaban las luces para luego dar paso al primer plato fuerte de la noche. Porque con más de 30 años de historia, Loquero ha logrado instaurarse como uno de los actos más relevantes dentro del hardcore punk. Esto gracias al enfoque oscuro y pantanoso que adquieren sus canciones, motivadas por una lectura crítica de los demonios que habitan el sistema, sumido en codicia corporativa y deplorables consecuencias sociales contra las clases bajas.
Aquello queda patentado en el lenguaje lúdico que utiliza Chary, sumido en un sentir de decepción que bien se nutre del lado más maníaco y depresivo que evocan sus temáticas líricas. Todo entregado desde una ansiosa lucidez amparada por una maquinaria instrumental que en sus búsquedas, puede sintonizar tanto con lo melódico como con lo caótico, de forma densa o accesible. Son tantas las miradas que una banda como Loquero expone en sus discos, y como no, los conciertos no hacen más que acentuar el carácter de himno que adquieren muchas de sus canciones.
Así se vivió desde el primer momento, con un Teatro Coliseo cantando todas las canciones, así literal. En medio de un remolino de gente que avanzaba a paso extravagante al son de temas que recorrieron gran parte de su catálogo discográfico, aunque acentuando las paradas en recordados discos como Club de solos (1999) o Fantasy (2001). En ese sentido, temas como “Ansiedad”, “Check to me” o “Mariposas”, al igual que “Guárdame”, “Rusita”, “Cocktail” o “Espabile” respectivamente, sirvieron como un punto de referencia en medio del desenfreno, siendo de los momentos más cantados del concierto. Al igual que ocurrió con ese viaje a la crudeza, al Temor morboso a la exposición pública (1997) que temas como “Uki Uki” o “Barrio Niebla” sembraron en el lugar.
Loquero puede ser loco y todo, pero también es una banda que va más allá, logrando tocar las emociones de las personas con canciones que a estas alturas, son todo un patrimonio de la música que no está en el museo del punk rock. Es más bien de las calles, de la gente, de las amistades, de las vivencias. Por ende, de los recuerdos, y sencillamente temas como “Un día perfecto”, “Esculturas”, “Frío” o “Ghost in the F.O.R.A.” hacen todo más inolvidable. Porque fue un concierto memorable, con ese final sellado por “Atlantida” junto al Guille de Eterna Inocencia y el Pedro de los BBS Paranoicos. Una cosa poca.
A los que se han apagado
Uno de los títulos que mejor refleja lo que es Eterna Inocencia, es el de su álbum A los que se han apagado (2001). Precisamente porque sus canciones tienen un fulgor poético que busca levantar los corazones. No me confundan, no es una actitud necesariamente positiva y edulcorada de la vida; todo lo contrario, la banda argentina es consciente y directa, pero sus formas evocan algo mucho más que discurso: RESISTENCIA. Buscan comunión, un entendimiento de respeto con el entorno, recordar a quienes han caído, conectar con las emociones, generar vínculos duraderos como el que tienen hoy en día con la gente de Chile.
Muchas son las veces que la banda tocó en estas tierras, y cada una es especial. Esto bien lo sabe su público que vivió el show como si fuera la primera o la última vez. Locura total y sobre todo compañerismo. Gente entregada a las palabras poéticas y los ríos melódicos que Eterna Inocencia brindaba en cada canción, y muestra de aquello es que sin importar el cansancio acumulado de la presentación anterior, la energía no cesaba. Y me atrevo a decir que esto animó aún más al grupo, con un Guille ultra risueño que ya desde Loquero cantaba al lado del escenario, para luego ser él quien tomara la batuta junto a los demás integrantes.
Por lo mismo, el concierto fue un mar de emociones y sensaciones que mantuvieron en lo más alto la euforia, centrando el concierto en el celebrado Las Palabras y los Ríos (2004) que en poco tiempo cumple 20 años. Sonando igual de fresco que cuando salió. En esa sintonía, temas como “A Elsa y Juán”, “Sin quererlo”, “Encuentro mi descanso aquí” o “Viejas esperanzas” fueron ampliamente celebrados por la gente. Sin necesariamente descuidar el resto de sus discos, aterrizando en distintos puntos de su carrera, a excepción de sus primeras tres obras con letras en su mayoría en inglés. Grandes momentos provenientes del ya mencionado A los que se han apagado, junto a temas como “Cuando pasan las madrugadas” o el que titula el álbum.
Así como testimonios de su discografía más tardía, con “Hojas amarillas” de su último lanzamiento, No bien abran las flores (2022) siendo un momento entrañable de la jornada. Al igual que “Mis maestros” del Entre llanos y antigales (2014), las que conservan y profundizan las sensibilidades de sus alcances poéticos, con líricas evocadoras que de todas formas te integran a la experiencia, independiente las conozcas o no.
De vuelta a la casa, lo más seguro que varios momentos de ambos conciertos se posaron en la mente de las personas, porque hay un montón de postales que dejó esta junta entre Loquero y Eterna Inocencia. Recuerdos para atesorar en la posterioridad, como fue el caso de las siempre bienvenidas y bien recibidas “Le pertenezco a sus ojos” y “Nuestras fronteras”, con las que Eterna remató la velada. Porque ambas bandas han seguido su andar, a su ritmo y todo, pero manteniéndose juntas. Algo valorable, sobre todo para las nuevas generaciones que no necesariamente tienen que conocerlas solo por sus discos. Porque la música en vivo puede liberar, sanar, recordar. O sea, tienen que puro volver.
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