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Apuntes sobre Candlemass y su rol en la matización del metal en los ’80

Escrito por Juan Pablo Ossandón

 

Cuando en la década de los ’80 la NWOBHM se encontraba totalmente instalada –encabezados por unos Iron MaidenJudas Priest a la cabeza–, el thrash metal se encontraba en pleno apogeo creativo con lo obrado en Estados Unidos por MetallicaMegadethSlayerAnthrax y en Alemania por KreatorSodomDestruction y Tankard, diversos subgéneros del metal comenzaron a gestarse. En Florida comenzaba a configurarse el death metal, extremando recursos con tonalidades más pesadas y voces guturales que representaban una novedad en el género, en Noruega se estaban dando las primeras muestras de lo que se conocería como black metal, y en Alemania el arribo de Helloween como la punta de lanza por excelencia del power metal instauraría rápidamente a dicho fenómeno. Pero hubo otro subgénero que prefirió optar por otro camino.

https://youtu.be/UZjuzPU9UE4

«Hands of Doom» se titulaba aquella canción de Black Sabbath que componía una propuesta singular, que para la época aún no se codificaba bajo los términos que se le conocen ahora por los años de estudio que hay detrás. Tiempos reposados, lentos, atrapantes y psicodélicos componían gran parte de lo obrado en Paranoid (1970) y Black Sabbath (1970), y es que si bien lo obrado Tony Iommi y compañía fue el germen del metal en general, es visible ver que el aspecto del heavy metal –como subgénero–, fue el que comenzó a desarrollarse a cabalidad, con una gran camada de bandas.Pero, a mediados de los ’80, diversas bandas de Estados Unidos empezaron a expresarse en su propio idioma: TroublePentagramSaint Vitus, entre otras que vieron justo en ese germen plantado por Black Sabbath, y comenzaron a desarrollarlo.

Totalmente opuesto a los patrones dominates del género. Fuera de la figura del rockstar, o del espíritu frenético de las guitarras afiladas, rápidos solos de guitarra, o baterías en llamas. Lejos de todo eso, los tempos lentos, melodías atonales, atmósferas sobrecogedoras, e incluso la monotonía fueron los componentes de lo que se conocería como doom metal. Más específicamente, como se le denomina actualmente, «traditional doom metal».

Pero en Suecia otra historia empezaría a contarse, y es que el bajista Leif Edling juntó a diversos secuaces –entre ellos Johan Längqvist– y formó Candlemass. Y sin saberlo, comenzaría el recorrido de una de las bandas más significativas del doom. Pero, ¿qué es lo que sucede con los suecos? ¿qué los diferenciaba? Un montón de preguntas que podrían tener respuesta en la comparación, pero, y optando por hacerle justicia al propio relato de su música, es más preciso concebir que la agrupación visualizó un punto de convergencia entre el espíritu generalizado del doom, y también del melodrama tan característico del metal en general de la época.

«Epicus Doomicus Metallicus» (1986) es el nombre del debut de Candlemass, y tras la primera escucha es tangible esa diferencia. No se trataba meramente de una contrariedad, de una oposición deliberada a la figura del rockstar. El punto era otro, y ese es que la interpretación cinematográfica se torna en el elemento más esencial. En ese sentido, que es este primer LP encontró su fulgor de inmediato, ya que gozaba de una épica propia, que intentaba aprovechar y congeniar las estructuras y técnicas del doom como tal, y sacar a relucir los colores desde otros sectores de inspiración.

Empujaron el fenómeno. Le dieron vida. Le entregaron un camino que recorrer, y un campo sinfín por explorar en sonoridades que apelaban al tono sugestivo de lo rítmico, más el ápice cautivador de un apartado melódico tan nutrido. Por algo existe la noción de que «Epicus Doomicus Metallicus» es una de las obras más importantes de dicho sonido, si es que no la más.

Pero, fuera de cualquier aspecto de lo que una reseña pueda lograr, me interesa especialmente hacer el contraste entre las sensibilidades que Candlemass tocó, y, a su vez, las posibilidades que dio a conocer. Nuevamente, recapitulemos. El death extremó recursos, el thrash era locura y rapidez, el power era sumamente melodioso y upbeat, el black era lo más oscuro y abrasivo, y así, y así… El doom no, persiguió otro camino. Ignoró el éxito comercial –más allá de la notable notoriedad de la que goza esta banda–, y se quedó en terrenos más underground, lo que sería clave para lo que sucedería en décadas posteriores. Apeló a la incomodidad, a sentimientos más intensos, a la contrariedad, a lo introspectivo, y tantos otros calificativos que contradicen los aspectos principales de los otros sonidos.

Le dio al metal una vulnerabilidad que nunca se había visto. Puede que en términos líricos y conceptuales el doom en dicha época no estaba tan lejano de lo que hacía el heavy, pero su música, las composiciones, los lentos riffs de guitarra, las baterías apesadumbradas y los bajos absorbentes apelaban a otra sensibilidad del metalhead. Y vaya que lo hizo, porque lo obrado por Candlemass –y sus pares– fue la clave para que un sinfín de sonidos pudiesen encontrar más colores en su paleta, como es el ejemplo más contundente, el death doom metal.

Candlemass no hizo más que iniciar una caída en dominó infinita que llevó al género a rincones impensados, y lo sigue haciendo hasta el día de hoy.


Candlemass se presenta este lunes 24 de abril en Club Blondie.
Entradas por Eventrid.
Produce Atenea

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