Live Review

Opeth en Chile: Desmitificando la leyenda

Escrito por Juan Pablo Ossandón
Fotos por Sebastián Carrillo

 

Cuando finalmente se confirmaron las fechas en que el retorno de Opeth finalmente sucedería, fue todo un acontecimiento, y es que la agrupación comandada por Mikael Åkerfeldt no sólo es un clásico en nuestro país –con un exitoso historial de shows previos en Chile–, sino que también muy venerada. Eso no es algo para tomarse a la ligera, dado que el vínculo entre Chile y los suecos está firmemente arraigado en el éxtasis sonoro que provocan sus excelsas canciones, las cuales componen una discografía brillante y consistente. Desde «Orchid» (1995) hasta «In cauda venenum» (2019), Opeth ha cambiado una y otra vez el panorama de la música extrema y progresiva, así sea influyendo a miles de músicos y proyectos, como confirmando su propia vigencia álbum tras álbum con sus propios sellos.

Además, esta gira tenía un ingrediente especial, puesto que bajo las seguidas postergaciones a través de –literal– los últimos años, la gira de promoción de «In cauda venenum» mutó a una celebración de los más de 30 años de la banda. Así lo dijo Mikael en el show del día de ayer, viernes 10 de febrero, y como iremos viendo a lo largo del escrito, los suecos tocaron ni más ni menos que un tema de cada disco de su extensa e increíble discografía. Todo un hito histórico, a decir verdad.

La jornada comenzó puntualmente con la presentación de Saken, agrupación chilena de un death/thrash metal que tenía el enorme desafío de cautivar a una audiencia que, en su mayoría, tenía claras afinidades con el sector más progresivo del metal. En ese sentido, los liderados por Carlos Quezada no se dejaron presionar por dicho contexto, en una muestra férrea de integridad y experiencia, brindando un show demoledor de la mano de tracks como «White Hell» o «Fuck and Roll», desplegando una interpretación abrasiva de unos sonidos que abrazan firmemente el sentido más rítmico de sus sensibilidades. Quizás fue ese elemento, dicha lógica groovera y sumamente rítmica que expresa Saken en su repertorio, lo que permitió la sintonía con los asistentes, que si bien se mostraban con timidez, sí prestaban total atención a la presentación de una banda con mucho tiempo de trayectoria. Así, Saken dio fin a su presentación con «13 (Man in Black)», demostrando una vez más que la música es un espectro de posibilidades, y que no hay absolutamente nada de contradictorio en que una banda de death/thrash sea el acto de apertura de una banda de metal progresivo.

A las 21:00 hrs. el Teatro Caupolicán se oscureció, y las siluetas de Martín Mendez, Fredrik Åkesson, Joakim Svalberg, Waltteri Väyrynen Mikael Åkerfeldt tomaban sus respectivas posiciones, ante un público totalmente absorto en la euforia –alimentada por años de espera– que estalló en gritos y ovaciones ante las primeras notas de la monumental «Ghost of Perdition», aquel track tan icónico del «Ghost Reveries» (2005). Si bien existían problemas técnicos –como el sonido ahogado de las guitarras–, la gracia con que los músicos interpretaban tamaña obra y la respuesta recíproca e intensa de la audiencia ya concretaban este momento como histórico. Los constantes cambios de secciones, el devenir entre las estéticas del death metal y el despliegue lúgubre e inquieto de las melodías, y el mar de voces coreando cada nota, realmente llegaban a estremecer. Algo especial estaba sucediendo.

En seguida, el tercer álbum de Opeth «My Arms, Your Hearse» (1998) tomó presencia con «Demon of the Fall», apelando de inmediato a la arista más pesada de la banda, invocando moshpits poco acostumbrados en shows de metal progresivo, lo que no es más que el reflejo de lo amplia de la propuesta de los suecos, así como su expertiz al estimular los aspectos más viscerales del alma humana. Consecutivamente, comenzaron a interpretar «Eternal Rains Will Come» –del «Pale Communion» (2014)– que sufrió bastantes problemas técnicos, como los problemas con el sonido ahogado de las guitarras y del teclado, o, de forma más evidente, las dificultades del micrófono de Åkerfeldt, que lo obligaron a cambiar de posición y tomar prestado el de Fredrik, e incluso una vez terminada la canción, tuvieron que parar el show por unos 10 minutos.

Una vez de regreso, mientras los roadies terminaban de solucionar los últimos problemas técnicos, «Miguelito» –como le dicen con cariño sus fans chilenos– empezó a relatar con humor como la aerolínea LATAM perdió su equipaje, lo que obligó a vestirse como uno de los Backstreet Boys, lo que generó carcajadas en el recinto y también dio muestra de otro aspecto importante de este show. Es sabido que en el oficio de la música en vivo ante itinerarios exigentes –sobre todo para bandas de metal que apenas y tienen días de descanso entre fechas, si es que no tienen ninguna–, lleva a generar pautas, lo que tiene todo el sentido del mundo, puesto que al intentar entregar un show de máxima calidad que contemple aspectos como el sonido, logística, juegos de luces, entre otros, se hace hasta necesario. Pero el día de ayer eso quedó absolutamente olvidado, y es que el carisma del líder de Opeth era encantador, y su humor le entregaba un carácter totalmente genuino a la presentación, lo que sin duda fue más que agradecido por sus fans. Después de ese sketch, vino uno de los acontecimientos más celebrados de la noche: la interpretación de uno de los clásicos del álbum debut de la banda «Orchid», el cual vino de la mano con más ni menos que con «Under the Weeping Moon». Un momentazo.

Acto seguido, los suecos brindaron unas interpretaciones impecables de los clásicos más populares de «Damnation» (2003) y «Blackwater Park» (2001): las melódicas y atrapantes «Windowpane» y «Harvest». Si bien la calidad de hit de estos temas ya era suficiente tildar este momento de único, fue la respuesta y sintonía de la audiencia la que elevó estas canciones a su sitial merecido. Además, era más que necesario un momento más calmo y sutil, puesto que lo que sucedería después, dejaría a todo el recinto atónito. Cuando Mikael anunció que el siguiente tema sería del «Morningrise» (1996), la audiencia ya se manifestaba de forma desesperada, a lo que el sueco respondió en broma que ni sabían cuál sería la canción –y de paso que se callaran un poco, causando más risas–. No obstante, cuando mencionó que sería un tema largo, el público estalló en gritos como si se tratase de una reacción química espontánea, puesto que, sí, se trataba de la titánica «Black Rose Immortal». Veinte minutos de ambientaciones oscuras, cambios constantes entre el death metal, lo progresivo y el dark folk, mostrando no sólo la expertiz de Opeth de interpretar sus veinte minutos como si fuese lo más fácil de la vida, sino que también fue la respuesta inagotable de cada asistente que coreaban cada verso, saltaban cada breakdown rítmico, y, simplemente, disfrutaban del mejor momento de sus vidas.

Más clásicos de sus otros discos vendrían, así como fue con la aplaudida «Burden» –del «Watershed» (2008)– que alimentó el coro de voces del Teatro, o lo que sucedió con «The Moor», un tema infaltable de un disco imprescindible como lo es «Still Life (1999), en la que todo el recinto fue poseído por el dolor y agonía del amante de Melinda. Además, ¡qué increíble el despliegue musical de cada músico! Martín Mendez totalmente entregado a su instrumento se mostraba de lo más animado, considerando su personalidad algo reservada. Además, el clásico moderno «The Devil’s Orchard» –del «Heritage» (2011)– fue quizás uno de los momentos de mayor intensidad emocional, muestra de su carácter dinámico y abrumador, lo que se tradujo en un final escalofriante con la frase «God is dead«, recitada al unísono por un Teatro Caupolicán totalmente absorto en el ritual. Así, con una asombrosa interpretación de «Allting tar slut» totalmente en sueco de su más reciente álbum, Opeth salía de escenario para prepararse para el encore.

Una vez de vuelta al escenario, «Miguelito» se da un momento de presentar a los integrantes, en un momento cargado de humor entre los cánticos referentes a Fredrik como «Peluca, peluca», la invitación a apodar a Waltteri –quien llevaba ya un año en la banda–, mostrando sobre todo a Åkerfeldt pasándola muy bien. Así, el tema homónimo de «Sorceress» (2016) revisitaría el área más prog rock, en un contraste necesario considerando el mazazo que vendría a continuación con «Deliverance», canción que da título a aquel clásico de 2002, desatando un verdadero infierno sombrío en la cancha, agitada e inquieta entre saltos y moshpits, a la altura de una de las canciones más pesadas del catálogo de los suecos. Además, ¡qué grand finale! El icónico riff final del tema se grababa a fuego en las memorias de los asistentes, dando fin a un concierto totalmente fenomenal.

Opeth es de los grandes. De los verdaderos grandes. En un podio compartido con otras figuras del prog metal como ToolDream TheaterPorcupine Tree, Opeth ha destacado por su consistencia más que nadie, y su influencia es notoria en las generaciones posteriores de bandas de prog metal. Es por eso que lo sucedido la noche de ayer tiene un carácter tan histórico y memorable, y es que recorrer toda su discografía es una verdadera carta de amor a sus fans y al género. La espontaneidad, la calidad y lo emocional estuvieron totalmente a flote, en fácilmente uno de los mejores shows de la banda en Chile, si es que no el mejor –aunque quizás la presentación de hoy sábado 11 tenga algo más que decir–. Sencillamente, bravo.

 

Setlist:

  1. Ghost of Perdition
  2. Demon of the Fall
  3. Eternal Rains Will Come
  4. Under the Weeping Moon
  5. Windowpane
  6. Harvest
  7. Black Rose Immortal
  8. Burden
  9. The Moor
  10. The Devil’s Orchard
  11. Allting tar slut
  12. Sorceress
  13. Deliverance

 

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Juan Pablo Ossandón

Director de Expectador.

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