La nueva experiencia sonora que explora ihä en esta segunda parte de la serie Espacios, fortalece toda una búsqueda dentro de los cánones de la música ambiental, forjando una identidad ligada al cómo habitar una zona creativa a partir del auto descubrimiento, plantado como una semilla que florece de diversas formas en aproximadamente 20 minutos de duración. Una sola captura en directo se es necesario a la hora de climatizar este aforo de percepciones inquebrantables, confabuladas entre el drone y el ambient, como una perturbación atemporal y distante de las las atmósferas, percibidas de forma disruptiva dentro de aquel espacio continuo y suspendido traducido en «Espera«, comunicando a partir de un lenguaje sonoro inalterable en apariencias, de bucles eternos, lo que yace en «Espacios Interrumpidos«.
A continuación los diversos fragmentos que acompañan el viaje.
Primeros días de otoño. Una tarde de domingo. Me senté en calma. Respiré. Esperé. Comencé. Un hilo de sonido. Un mantra, un bucle, calma en la repetición. Ya había aprendido a no ceder, a esperar, a escuchar. Dejo la guitarra, bajo la guardia, escucho y respiro. Un hilo de sonido nos abraza. Contemplo el silencio. De ahí en más, es sólo colorear la atmósfera. Algo me lleva a un final. Alcanzamos el silencio puro. Durante unos segundos contemplamos ese silencio. Respiramos. La interrupción concluye.
Notas de Charlie Vásquez:
El detenerse no es un acto concreto o fijo; es un proceso elusivo que siempre se alarga, estirándose, lejano al instante, fugitivo, pero tanto o más frágil. Velocidad y delicadeza tensionando al chocar, explotando de forma pausada e imperceptible, pero con una enorme fuerza contenida en el interior, bombeante, inscribiendo la experiencia de la intensidad del tiempo en el sonido y en una serenidad de pulsaciones
hídricas que se mezclan entre enredados vaivenes. Es algo difícil de ejecutar. El freno no parece estar en ningún sitio. Tampoco hay forma de saber si es que alguna vez estuvo.Inhalamos, exhalamos. Sentimos cómo nos han desplazado cada vez que intentamos no seguir, cada vez que nos escabullimos e intentamos escuchar lo que está por debajo del silencio. Aún en la quietud más imperturbable, cuyo estado máximo es inalcanzable, parece que algo se mueve de forma bestial entre torrentes, borrosas figuras evanescentes y lentas respiraciones calmadas, pero constantes, que cubren todo como niebla espesa y densa. Algo inquietante merodea erráticamente entre lo no dicho, aprovechando de filtrarse a través de los espacios de contemplación. Amenaza desde fuera a quienes se refugian en el ojo del huracán. Y luego se va.
Quedamos divagando a la deriva junto al recuerdo de un tibio eco distante. Estiradas quedan las manos, sosteniendo el vacío resonante. Al llegar a este punto, no queda más que zambullirse firmemente, perdiendo el miedo a ahogarse, lanzándonos a navegar en lo profundo atravesando los reflejos de la superficie, dejando detrás solo destellos que se esfuman de a poco a medida que nos extraviamos.
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